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Los señores del clon

La nueva biología parece ahora mismo dominada por la figura del científico-empresario. Aunque no sólo están ellos, puesto que el mundo académico continúa generando cerebros brillantes en esta área, su silueta emerge siempre que la ciencia acaba topando con lo moralmente establecido. Todos han crecido al amparo del gen y han amasado auténticas fortunas especulando en los límites de lo imposible. Son los señores del clon.

El espejo en el que suelen mirarse los científicos-empresarios suele tener dos caras. En una de ellas, la del éxito mediático y económico, se sitúa Craig Venter, el fundador de Celera Genomics y uno de los líderes mundiales de la investigación genómica. La otra cara es Kary Mullis, el premio Nobel que amasó una fortuna tras patentar su método para fotocopiar y amplificar fragmentos de ADN, la técnica de la PCR, hoy denostado por sus excesos personales y científicos.

Los científicos sobre los que gira la historia de la clonación parecen tender más a la primera de las figuras. Michael West, el fundador de ACT, la compañía norteamericana que ha dado a conocer los resultados del primer ensayo de embrión humano clonado, es, por el momento, el último de una saga que se remonta a 15 años atrás. Es a mediados de los ochenta cuando el sueño de la ingeniería genética empieza a tomar forma de la mano de los ahora protagonistas. El sueño de unos, pesadilla de otros, tiene nombres y apellidos: gen, clon y células madre.

El que consta como uno de los pioneros de la saga es Ian Wilmut. El mayor hito de este escocés de 55 años es, por el momento, el nacimiento de la oveja Dolly (julio de 1996), universalmente famosa por ser el primer mamífero clonado de la historia. El objetivo del experimento, declaró entonces Wilmut, nada tenía que ver con clonación humana, sino más bien con la ganadería, el mundo farmacéutico y, en última instancia, la salud. Su ideal se basaba en la posibilidad de generar clones de animales modificados genéticamente para, entre otras cosas, hacer crecer en su organismo proteínas de interés humano. Pero ya por aquel entonces dejó entrever la posibilidad de que la técnica empleada pudiera emplearse en salud humana. El término clonación terapéutica sonaba en 1997 un tanto enigmático. Bastaría un solo año para que dejara de serlo a los ojos del público.

Lo consiguió en 1998 James Thomson, de la Universidad de Wisconsin. El investigador logró por vez primera aislar células madre de un embrión humano y cultivarlas para dar forma a distintos linajes celulares. Thomson encontró en Thomas Okarma, líder de Geron Corporation, al socio para desarrollar en los laboratorios privados la tecnología necesaria para su descubrimiento. Pero Okarma perseguía mucho más que un sueño científico.

Las patentes de Geron tienen como finalidad proteger la tecnología empleada para transformar, mediante métodos biológicos, químicos o genéticos, una célula madre en células musculares, nerviosas o del corazón. Pero para el líder de Geron, el objetivo continúa siendo hallar un método seguro y socialmente razonable para conseguir las células madre. Como otros investigadores, Okarma sabe que la mejor opción, por ahora, pasa por la manipulación de embriones humanos. A este proceso se le llama clonación terapéutica.

Por supuesto, también lo sabe Ian Wilmut, quien, en colaboración con otros científicos del Instituto Roslin, ha impulsado la empresa PPL Therapeutics, una de las líderes mundiales en clonación animal.

También lo sabe Michael West, el presidente de Advanced Cell Technology y cofundador de Geron. Él ha sido, al final del proceso, el que se ha atrevido a dar el paso que podría acabar marcando un antes y un después en la investigación con células madre. Públicamente, y ayudado por dos científicos de enorme nivel, como Robert Lanza y Teruhiko Wakayama, ha sido el primero en dar a conocer un experimento de resultados pobres científicamente, pero de gran trascendencia desde el punto de vista moral y ético.

Lo conseguido por West y los suyos es algo que difícilmente podría reconocerse como un embrión. West se ha apresurado en afirmar que se trata sólo de un primer paso y que la clonación reproductiva no forma parte de sus objetivos, centrados en la clonación terapéutica.

A la vista de los resultados y de la expectación levantada, es probable que ni ésa fuera su intención. Lo que podría haber pretendido era simplemente forzar al máximo el debate sobre la investigación en células madre y la clonación terapéutica. Y, en buena medida, lo ha conseguido.

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