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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cuadrar Afganistán

Con el régimen talibán apenas limitado al último refugio de Kandahar, que negocia su rendición a jefes tribales más neutrales que favorables a Occidente, el problema para Estados Unidos y la ONU es el de lograr que se establezca en Kabul un Gobierno amigo. La alternativa, escasamente alentadora, sería que Afganistán vuelva a ser un rompecabezas de poderes locales dirigidos por los señores de la guerra, no especialmente interesados en combatir el terrorismo islámico.

La victoria de la Alianza del Norte, que en lo militar se reduce al control de Kabul y algunas localidades del norte, ha puesto de relieve que, aunque es una fuerza moderada en comparación a los talibanes, su fondo común con éstos es un tribalismo exacerbado que sólo hace de ellos aliados circunstanciales de Occidente. Por esa razón no va a ser fácil que los enviados de la ONU logren cuadrar un Gobierno nacional que siga combatiendo al talibanismo residual que resista en las montañas y coopere, en general, con Occidente.

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Aunque hable de unidad nacional, la Alianza del Norte, frágil coalición de las minorías uzbeka, tayika y hazar, apenas disimula que quiere capitalizar su fácil victoria y que daría la mínima entrada posible en el poder a la mayoría pastún, a la que pertenecen los talibanes. Pero Pakistán, enemigo mortal de la Alianza, necesita, por razones internas, asegurarse la presencia de un componente pastún, e incluso talibán, en el nuevo poder. Entre unos y otros, el ex rey Zahir flota -sin fuerzas locales que le apoyen con convicción- entre un enjambre de líderes locales que lo último que quieren es un poder, cualquiera que sea, en Kabul.

Si se añade que aún resta la captura de Bin Laden, puede concluirse que la victoria militar de Estados Unidos y su escudero británico está todavía lejos de verse coronada por una paz políticamente estable. Es el sino de un país en el que las cuentas de las grandes potencias casi nunca cuadran del todo.

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