Menos guerra, más política, más derechos
Qué podemos hacer ahora? Ante todo hay que atreverse a hablar en medio de tanto barullo bélico y tanta voz de mando. Debemos pronunciarnos porque las guerras han dejado de ser cosa de los especialistas para convertirse en asuntos de toda la ciudadanía; sus graves consecuencias afectan cada vez más al conjunto de los pueblos.
Las ciudadanas tenemos, además, especiales motivos para manifestarnos. Desde hace tiempo venimos denunciando esa otra guerra que los talibanes han declarado a sus mujeres, mucho antes de que los terribles atentados terroristas mostraran al mundo la crueldad de un régimen fundado en la violencia. Las raíces de la violencia son siempre las mismas.
También hay que recordar que toda guerra significa un fracaso de lo político. Algunas voces sensatas nos recuerdan ahora que no existe mejor arma contra el terrorismo internacional que la erradicación de las grandes injusticias internacionales, que hace falta más y mejor diálogo entre Estados, religiones y culturas... Que lo que falta es más y mejor política. Una política auténticamente democrática que pretenda lograr la libertad, la dignidad y el desarrollo de todas las personas, hombres y mujeres. En este sentido, resultan reveladores los últimos informes del PNUD cuando señalan que el nivel de derechos y libertades alcanzados por las mujeres de un país o región constituye uno de los índices más fiables de su nivel de desarrollo humano.
El conflicto actual muestra, por otra parte, la estrecha relación que existe entre democracia y derechos de la mujer. Y el oscuro nexo que une fundamentalismo y opresión de la mitad femenina de la población. El Gobierno talibán tiene el triste honor de haberse convertido tanto en el paradigma moderno de la opresión femenina, como en el hogar y amparo del terrorismo más sangriento. No debe sorprendernos, no es algo nuevo en la historia. Ningún fundamentalismo ha tolerado jamás el crecimiento humano, la libertad de pensamiento, la creatividad individual, y menos todavía ha facilitado el ejercicio de los derechos humanos de la mitad de la población, las mujeres, sobre cuya sujeción funda su poder. Se trata de evitar cualquier cambio. Y las mujeres son portadoras de cambio. Están empeñadas en la revolución más pacífica de la historia, pero también la más eficaz, porque a medida que conquistan sus derechos, transforman sus vidas y las de sus sociedades. Desarrollo democrático y derechos de las mujeres acaban siendo la misma cosa. Y al igual que las mujeres necesitan la democracia real desesperadamente, la democracia no es real sin su participación en igualdad de condiciones.
En las imágenes que llegan desde la zona del conflicto veo sólo a hombres que se manifiestan airadamente, oran postrados, blanden armas o se sientan solemnes alrededor de grandes mesas ¿Dónde están las mujeres? ¿Tal vez no existan? Existen, y tras sus burkas, y muchas se han resistido al régimen.
Ahora, en este momento, se está negociando el régimen político de un Afganistán postalibán. Se está apostando, creo, por un gran consenso, una alianza que goce de la máxima representatividad democrática, de forma que los fundamentalismos y terrorismos no tengan lugar donde anidar. Pero, ¿quiénes van a decidir qué tipo de gobierno y quién lo va a componer? ¿Van a seguir ellas estando ausentes? ¿Será el país futuro una nueva versión de la modélica y paritaria democracia de Arabia Saudí o de Kuwait?
Muchas mujeres afganas, organizadas clandestinamente bajo los talibanes, exigen participar en las discusiones sobre el futuro de su país. Temen -con razón- los ancestrales y arraigados pactos patriarcales.
La política internacional de después de esta guerra debe ser diferente. Debe dejar de basarse en apoyos y alianzas que son pan para hoy y hambre para mañana. Debe fomentar, desde los primeros pasos, gobiernos que garanticen la democracia y los derechos humanos de todos, hombres y mujeres.
Algunas medidas pueden ya ser tomadas:
- Es necesario que desde el primer momento las mujeres participen en las primeras mesas de negociación a través de sus sólidas y bien organizadas mujeres antitalibanes.
- Hay que exigir la presencia de mujeres en los gobiernos futuros.
- Deben establecerse políticas activas destinadas al reconocimiento y el ejercicio de todos sus derechos. Hay que compensar los daños infligidos durante el régimen talibán.
La transición a la democracia debe contemplar otra transición encaminada a la plena incorporación de las mujeres a la vida social y política.
Ningún país civilizado, ningún miembro de esta alianza contra el terrorismo puede aceptar la construcción del nuevo Afganistán sobre las vidas destrozadas de sus mujeres. Sería perpetuar una de las más graves formas del mismo fundamentalismo que dice combatir. Sería una vergüenza para todos aquellos que justifican esa guerra en nombre de la libertad, la justicia y los derechos humanos.
Maria Dolors Renau i Manen es presidenta de la Internacional Socialista de Mujeres.
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