Llega la recesión
Cabían pocas dudas acerca de que la economía estadounidense, motor principal de la economía mundial, se aproximaba velozmente a un periodo de recesión, después de casi una década de prosperidad, y los indicadores conocidos esta semana han confirmado que la recesión ya está aquí. El PIB descendió el 0,4% en el tercer trimestre del año y, si bien es cierto que el descenso fue menor de lo previsto, los augurios para el cuarto trimestre apuntan a un empeoramiento más profundo. En línea con el descenso del PIB, ayer se supo que el gasto de los consumidores estadounidenses, responsable de dos tercios del PIB, cayó el 1,8% en septiembre, el mayor descenso en 14 años.
Pero no todas las cartas están echadas. La duración y profundidad de esta recesión depende de factores de difícil evaluación. La amenaza de una guerra larga y frustrante en Afganistán puede deteriorar la confianza de las empresas y perjudicar el progreso de las inversiones. En el lado positivo de la balanza deben colocarse varios elementos de cierto peso. Para empezar, los mercados de valores estadounidenses muestran un nivel de confianza razonable que, si se mantiene, contribuirá a mitigar los efectos del hundimiento de las expectativas empresariales y de los consumidores. Es posible, por supuesto, que estos signos de estabilidad sean momentáneos, y el mensaje de tranquilidad, erróneo a medio plazo; pero la economía tiene fuertes componentes de riesgo, y más en circunstancias como las actuales.
El coste del dinero en EE UU, rebajado sistemáticamente por la Reserva Federal para prevenir los efectos de una recesión largamente anunciada, también es un motivo de compensación; y, por supuesto, hay que suponer que el conjunto de medidas de estímulo de 100.000 millones de dólares que debate el Congreso, adicionales a las ayudas de emergencia y apoyo a las compañías aéreas que ya se han concedido, tendrán consecuencias benéficas a corto plazo.
No es necesario recibir las malas noticias con pesimismo. Es evidente que la recesión estadounidense afectará a la economía europea; pero existen mecanismos fiscales y monetarios suficientes en el área euro para amortiguar sus efectos. Una nueva reducción del coste del dinero, que el BCE administra con cuentagotas, sería de gran ayuda.
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