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La Alianza del Norte ordena a sus tropas que se preparen para la ofensiva de Kabul

El mal tiempo dificulta la puesta en marcha del ataque terrestre contra los talibanes

Ramón Lobo

"Mohamed Fahim ha ordenado que las tropas estén preparadas" para una ofensiva, dice Abdul Jamil, comandante de la leva de la llanura de Shomalí, que ayer invadía el arcén de la carretera de Charikar. Sus hombres portaban decrépitos Kaláshnikov y vestían uniformes de camuflaje; algunos calzaban botas nuevas, pero la mayoría iba en zapatillas o sandalias zarrapastrosas.

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Los soldados, muchos imberbes, señalaban hacia las colinas de Kabul con una sonrisa traviesa, pero, tras devorar el rancho de arroz y trozos de carne, marcharon hacia Jabalossaraj, justo en la dirección opuesta. El inminente ataque sobre la capital parece, pues, un poco exagerado, por el momento. Un portavoz aliancista insiste en el discurso oficial -'estaremos en Kabul dentro de un mes'- y los periodistas más experimentados en las cuestiones afganas creen que la situación empezará a cambiar en un par de semanas. Las señales son, sin embargo, muy contradictorias.

En el valle del Panchir, la inexpugnable retaguardia de Masud en los años de la invasión soviética, se espera desde hace días la presencia del general Fahim para reunirse con sus mandos y aprobar el definitivo plan de ataque. Pero el mal tiempo le retiene en Joya Bajoudin, cerca de la frontera tayika. Sin Fahim no hay órdenes de ataque. Mientras, la Alianza prosigue con sus ejercicios militares. Ayer celebró uno cerca de Charikar, al que acudieron los jefes de los diferentes frentes de Kabul. Pero más que maniobras con fuego real se trató de una reunión en la que un mulá arengaba a cientos de muyaidines sobre las virtudes del Corán. 'Algo deben hacer en la Alianza, pues la población civil empieza a estar inquieta y aumentan las críticas', dice un afgano que habla castellano con acento cubano.

Los carros de combate T-55 y blindados enviados por Rusia como parte de su colaboración con la Alianza no han llegado al frente de Kabul. 'Están en Joya Bajoudin', asegura esa fuente afgana. 'No es posible traerlos por carretera hasta aquí; los pasos montañosos empiezan a estar nevados'. La lógica indica que esos carros serán utilizados en el asalto de la ciudad de Mazar-i-Sharif, la segunda en importancia, y que no termina de caer en las manos de la Alianza.

Pese a los deseos formulados por sus mandos y los movimientos de tropas, la situación real sobre el terreno no ha variado demasiado en tres semanas. La Alianza del Norte sigue teniendo graves deficiencias de material y de hombres, que desaconsejan cualquier ataque frontal contra las posiciones talibanes al norte de Kabul. Los aviones estadounidenses bombardean cada día y cada noche, pero sus ataques sobre esas posiciones son limitados. El llamado ministro de Exteriores de la Alianza, Abdula Abdula, afirma que si esos bombardeos tuvieran una intensidad similar a la del pasado sábado, en una semana la situación podría cambiar drásticamente. Nadie comprende aquí cuál es el plan militar de EE UU ni cuáles son sus resultados.

En una de las sedes del Estado Mayor de la Alianza, en la carretera que va hacia el túnel de Salang, el comandante Abdul Wodoud, jefe de la seguridad de Masud, es sincero respecto a la inminente ofensiva sobre la capital. 'No entraremos hasta que exista un amplio acuerdo político para la formación de un Gobierno nacional'.

El afgano que habla español se muestra muy crítico con los muyaidines: 'Desde el asesinato de Masud , la mayor parte de los comandantes de la Alianza parecen más preocupados en lucrarse que de avanzar sobre el frente'. Otra fuente explica los motivos de esa falta de acción militar: 'El precio de un ataque sobre las posiciones de los talibanes sería muy elevado en vidas humanas y en material de guerra, y eso dejaría al general Dostum en ventaja respecto a los tayikos'.

Un pasado poco limpioEl comandante Jamei Almas, que manda el amplio frente de Shomalí, no oculta su opinión sobre Dostum. 'Fuera de la Alianza no es nadie'. Este general uzbeco, militar de carrera en la URSS, es uno de los escasos profesionales en esta guerra. Cuenta con el creciente favor de Washington, pero tiene un pasado poco limpio. El autor del libro Los talibán, Ahmed Rachid, narra una anécdota: Dostum castigó a uno de sus soldados acusado de cometer un robo a morir destripado bajo las cadenas de un carro de combate. El propio general y todo su cuartel asistieron a la ejecución en el patio de armas.

Fuentes de la Alianza del Norte insisten en que el sentido común militar y la tradición en las guerras afganas indican que la primera pieza debe ser la de Mazar-i-Sharif, y que, tras la conquista del norte, las posibilidades de entrar victoriosos en Kabul serían mucho más altas y realistas. 'No es necesaria una gran ofensiva. Bastaría con tomar una aldea, dar la sensación de movimiento', insiste el afgano educado en Cuba. 'La Alianza necesita demostrar que la muerte de Masud no la ha dejado descabezada. Además, ésta es una guerra que tradicionalmente no se libra para avanzar, sino para subsistir. Los comandantes entran en una aldea con el objetivo de robar y mantener contentos a sus soldados. El poder de cada jefe depende de las armas y del número de combatientes y no puede aceptar que éstos se cambien de pelotón o se rebelen contra él'.

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