Lenguas en expansión
La historia de las lenguas es muy anterior a la de las bolsas, pero no es difícil establecer paralelismos. A lo largo de los siglos los prestigios y los usos de los idiomas han subido y han bajado por causas diversas. Todo hispanista que se precie ha tenido que citar en algún momento el texto de Nebrija en el que afirma aquello de que la lengua es compañera del imperio. Sin caer en extremismos derridianos, es cierto que los textos se abren y se cierran y que la interpretación de imperio no es la de antiguos discursos trasnochados. Nebrija quiere decir que la expansión de una lengua va unida a la de los poderes políticos, económicos y militares; sin olvidar, por supuesto, el prestigio cultural.
Cada época histórica tiene una etiqueta con el nombre de la lengua de quien ejercía el poder en el momento; el siglo XIX va unido a Gran Bretaña y los llamados Siglos de Oro, con todas las matizaciones que se pueden hacer, a la monarquía austriaca en su rama española. En este caso las modas de España se extendían por Europa; se bailaba, se comía, se vestía según los dictados de la península; por supuesto, también se hablaba mucho español y se traducía la producción literaria en su más amplio sentido. Igual sucedió en el Renacimiento, por otras razones, en este caso culturales, con el latín.
La idea de una lengua de uso casi universal es una utopía cuando se intenta imponerla desde un despacho, pero es una realidad social y no de ahora precisamente. En cualquier mercado del Camino de Santiago se encontraban gentes de muchas tierras; pero tenían en común un latín rudo que les permitía reír y llorar juntos. La imagen del goliardo es suficientemente conocida y también lo es la pasmosa facilidad con la que en el mercado de Estambul, actualmente, los vendedores cambian de registro, aunque el inglés funciona como ese sistema de comunicación casi universal.
No es necesario dar cifras para afirmar que en un universo con formas globales de comunicación, donde ya existe una tradición de uso del inglés, acompañada de una realidad de poder en todos los niveles sustentada en ese idioma, el inglés es la lengua franca de nuestra época; mucho más cuando en inglés se crea y se bautiza la ciencia. Entrar a discutirlo es estéril. Se trata de la primera lengua de intercambio común. Su expansión está asegurada se mire desde la óptica que se mire.
Sin embargo, y no es contradictorio con lo anterior, la segunda lengua en expansión es el español. La historia hizo que el continente americano hablara este romance y la realidad presente ofrece circunstancias muy favorables a su crecimiento. Pensemos en el caso de Brasil, donde el español se va a convertir en la segunda lengua. Resulta muy llamativo que aquella lengua que nació en La Rioja ocupe tan extensos espacios. Dentro de este desarrollo, la evolución del español en Estados Unidos es clarificadora. En ese país hay acuerdo en que progresar significa saber español. No es una afirmación gratuita. Es el reconocimiento expreso de una realidad social y económica en expansión imparable. Son más de treinta millones de hispanos los que aumentan cada día su capacidad de consumo. Basta comparar el Anuario Hispano de 2001 con las ediciones anteriores para ver el crecimiento de la actividad empresarial y del número de alumnos que se matriculan en español.
Estamos ante un hecho con repercusiones muy importantes; entre ellas, las consecuencias políticas que hacen que no sea inimaginable que pueda haber, por primera vez, un alcalde hispano en Nueva York. Olvidemos la razones románticas y pensemos en necesidades económicas y de afirmación cultural. La tercera generación de hispanos, que casi no habla la lengua de sus abuelos, se encuentra con mayores posibilidades laborales, con la moda de lo latino y con una lógica recuperación del orgullo de pertenecer a esa minoría pujante.
Lo curioso es que ya en 1922 el español era la primera lengua que se enseñaba en las escuelas secundarias de Nueva York; más de treinta mil estudiantes, frente a los veintitrés mil que aprendían francés. La expansión del español como segunda lengua en Estados Unidos y en el resto del mundo es un hecho aunque la realidad de cada situación exige un análisis particular; las consideraciones de Lázaro Carreter y de López Morales sobre el español en Estados Unidos son ejemplo de lo que debe ser un conocimiento riguroso del tema. Es claro, por otra parte, que el ideal al que se tiende es al uso del español y del inglés y no de presuntos idiomas inexistentes que no son más que fenómenos de lenguas en contacto.
Uno de los grandes retos para la expansión del español es su presencia en Internet; no basta con el crecimiento en el número de usuarios; es fundamental el desarrollo cuantitativo y cualitativo de los contenidos. Otros retos, como la presencia del idioma en los medios de comunicación y las actuaciones conjuntas en materia lingüística de los países que lo tenemos como patrimonio común, son también muy importantes. Por la cultura en español no hay que preocuparse demasiado en lo que se refiere a la capacidad de creación de los escritores y artistas plásticos; sí debe preocupar la difusión de sus obras; la ciencia ya es otro cantar.
Antonio Garrido es director del Instituto Cervantes de Nueva York y miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española.
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