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Columna
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La continuidad del PP

Emilio Lamo de Espinosa

El 15 de septiembre pasado, The Economist le dedicaba a Aznar un par de páginas más que elogiosas. Directo, eficiente, de cabeza clara y honesto, eran algunos de los adjetivos, poco frecuentes en esa publicación. Sin embargo, le advertía también de que el conflicto vasco podía acabar siendo su talón de Aquiles y le aconsejaba mayor flexibilidad, quizás incluso una negociación. Todo hace sospechar que el artículo estaba escrito antes del horroroso atentado del 11 de septiembre que ha contribuido a deslegitimar muchos de los argumentos espúreos sobre ETA dándole la razón a Aznar. La resolución 1373 de Naciones Unidas contra el terrorismo, aprobada el pasado día 29 por unanimidad y con carácter imperativo para los 189 miembros, y que no diferencia entre terrorismo internacional o nacional, es de extrema importancia. ETA lo tenía ya difícil gracias a la colaboración de la Ertzaintza y de la policía francesa, pero lo va a tener más difícil aún en el futuro. Quienes hacen de ella la simple expresión de un conflicto político (como la Conferencia de Paz o el PNV) están también perdiendo la escasa credibilidad que tenían.

Pero aunque el Gobierno del PP pueda superar con éxito esa difícil asignatura, lo cierto es que anda desmembrado, confuso y sin fuerza. Algunos ministros o ministras jamás alzaron el vuelo (como ocurre con el mal diseñado Ministerio de Ciencia y Tecnología), otros han desaparecido del mapa, alguno está tocado, otros simplemente abrasados (como la de Sanidad). Y de nuevo se cumple esa regla de que la mayoría absoluta enerva tics autoritarios y hace perder sensibilidad ante la opinión pública. Si no fuera por el ambiente bélico estaríamos ya convencidos de que este Gobierno no va bien. De hecho va bastante mal y, para colmo, el calendario político dificulta cualquier relevo durante la presidencia española de la Unión, que comienza el 1 de enero. A esta falta de dirección contribuye, sin duda, la incógnita abierta por el presidente sobre su sucesión. Y sobre esa incógnita se proyecta la larga mano del caso Gescartera que, este sí, puede ser la pesada losa a que aludía The Economist.

Desde luego el asunto de Gescartera ha ido mucho mas allá de una simple culpa in vigilando como se adelantó inicialmente. La impresión dominante, difícil de obviar a estas alturas, es que hubo una clara voluntad de tapar la magnitud del desfalco así como connivencias repetidas entre vigilantes y vigilados, con lo que el caso Gescartera ha pasado ya a ser el caso CNMV. Pero estas connivencias, que pueden tener calificación penal, así como los ulteriores ocultamientos y mentiras ante la propia comisión parlamentaria de investigación, están a su vez transformando el caso CNMV en el caso PP por mucho que esto irrite al presidente o Montoro intente torpemente desviarlo hacia el PSOE. Finalmente, la malhadada concesión de un crédito a la empresa familiar de Rato por el banco HSBC (el único banco que acompañó a Gescartera en toda su trayectoria, según asegura el Banco de España) no ayuda ciertamente a desembarazar al Gobierno del asunto.

Lo que viene, finalmente, a complicar (¿casual o causalmente?) la misma sucesión del presidente. Aznar cometió un serio error al comprometerse formalmente a no presentarse a una tercera reelección. Más sensato hubiera sido, bien no decir nada hasta el final, bien presentarse para dimitir después dando paso al sucesor. Es probable que, al final, no tenga más remedio que acudir a esa segunda fórmula tragándose sus palabras. Actualmente, la incógnita sobre la sucesión abierta sólo trae problemas a los posibles candidatos y a la gobernabilidad del PP. En todo caso éste perdió ya con Mayor Oreja un magnífico candidato a presidente, extraordinariamente popular y bien valorado en toda España (salvo el País Vasco, por cierto), arrinconado ahora en el Parlamento de Vitoria y difícil de recuperar. Sería lamentable que el PP perdiera ahora otro excelente candidato a presidente como es Rato, muy bien valorado también por los electores, con sensatez y experiencia, al que las circunstancias están llevando a enrabietarse perdiendo los papeles. París bien vale una misa y el PP haría bien en pagar el precio que vale un buen candidato antes de que este tire la toalla.

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