Llegan los 'Visionarios' de Gutiérrez Aragón
Protagonizado por Eduardo Noriega, Ingrid Rubio y Emma Suárez, es el primer filme español que se ve en concurso
La proyección de la primera película española a concurso, Visionarios, escrita y dirigida por Manuel Gutiérrez Aragón, y la llegada del actor norteamericano Harvey Keitel devolvieron ayer algo de vida y emoción al festival. El filme, protagonizado por Eduardo Noriega, Ingris Rubio y Emma Suárez, fue recibido con división de opiniones en la proyección para periodistas y con ovaciones en la sesión abierta al público. El relato cuenta unos hechos verídicos sobre la supuesta aparición de la Virgen a un grupo de adolescentes vascos en la II República.
La primera película española en concurso reconstruye, según parece con bastante exactitud y pocas licencias de ficción, un encadenamiento de singulares sucesos verídicos, las supuestas apariciones marianas ocurridas durante la II República, a raíz de la proclamación de la separación entre Iglesia y Estado, en la aldea guipuzcoana de Ezkioga, muy cercana a San Sebastián.
En su relato de aquel pintoresco y finalmente brutal suceso, Manuel Gutiérrez Aragón ha empleado grandes dosis de sabiduría profesional y ha movido el esperpéntico (y nada fácil de engrasar) tinglado escénico con ingenio, tacto, inteligencia y, sobre todo, con mucha astucia, desplegando en forma de retablo, de cruce de situaciones, de personajes y de historias, un elegante y sutil juego de ágiles, vivas y, a ratos, hermosas imágenes, algunas veces de violento sabor tragicómico y otras, las más, con ondulaciones suavemente irónicas.
Pero, por desgracia, estas poderosas imágenes -y obviamente, por simple contagio, algunos de los personajes que se mueven dentro de ellas- son dañadas por la grave arritmia de un alto y magnífico arranque que poco a poco se escora hacia la desembocadura de un acabamiento de muy inferior calidad a la de ese cautivador comienzo, trazando así la curva descendente de un desenlace decepcionante por no bien construido, por titubeante e incluso por impreciso y algo embarullado.
Incendios morales
La pequeña localidad de Ezkioga, en la comarca del Goierri, se vio sacudida en aquellos años por un brote de supuestas apariciones de la Virgen de los Dolores a media docena de jóvenes visionarios, cuyo candor y sinceridad aparentes sirvieron como punto y señuelo de agitación antirrepublicana en los sectores más cavernícolas del catolicismo donostiarra. Estos sectores aprovecharon la ocasión para provocar incendios morales y dar aire a los pulmones de un estado envenenado de opinión, destinado a crispar ánimos y allanar el terreno a la sublevación fascista en marcha. Cuando ésta tuvo lugar, tras la ocupación militar de la ciudad, se acabó con la fiesta de este vidrioso e histérico montaje y se envió a los visionarios, ya convertidos en despojos, en engorrosos estorbos, al exilio del pozo del manicomio de Mondragón.
Uno de aquellos muchachos, o tal vez un testigo presencial de los sucesos, ahora ya obviamente un hombre muy viejo, puso a Gutiérrez Aragón en la pista de esta tremenda aventura, o desventura, mística y éste ha trasladado casi literalmente la médula de los hechos a la pantalla. Y es quizá esta fidelidad medular de Gutiérrez Aragón, sobre todo en su lado de escritor y, por tanto, de constructor del filme, lo que más le daña. Es, en efecto, por un agujero del guión por donde hacen agua la aludida deficiencia estructural del relato, la caída de la línea de intriga y de emoción en su última media hora; y también la escasa credibilidad que despiden algunos de sus personajes, como el embolado con el que carga Emma Suárez.
Se echa por fuerza de menos en el juego el desencadenamiento a mitad de metraje de un enérgico vuelo imaginativo, que está a punto de ocurrir con la irrupción en el centro del retablo de la formidable presencia que Karra Elejalde -en una recreación eminente y que sabe a poco, a muy corta- hace de la poderosa figura del célebre jesuita padre Laburu, orador ingénito, histrión tremedista y apocalíptico, una de las más oscuras y enigmáticas figuras de los alrededores eclesiales del franquismo, que era también un cineasta documentalista aficionado y que atrapó con su cámara a las figuras de estos infelices visionarios ahora rescatados del sumidero de la historia negra de España por Gutiérrez Aragón.
Y hay por fuerza que disparar la imaginación e intentar rebobinar lo que hubiera podido ser el final de esta tierna y terrible narración verídica si hubiera sido elaborado y visto a través de la penetrante, oscura, gélida mirada de Elejalde-Laburu, un incendiario, casi explosivo personaje que Gutiérrez Aragón deja, de manera incomprensible, casi insensata, aparcado en una de las cunetas del relato, en lugar de hacerle ocupar la médula de este, el eje de su desenlace.
Y, como contrapunto perfecto de esta estupenda pero imperfecta obra de Gutierrez Aragón, el festival rescató a la formidable negrura de La pianista, filme genial del austriaco Michael Haneke, estrenado en el pasado festival de Cannes, interpretado genialmente por la inmensa actriz francesa Isabelle Huppert, que aquí emprende una creación de un enorme riesgo moral, que afronta con determinación y coraje extremos. Es La pianista una obra de aterradora violencia e intensidad trágicas, que alcanza ya, con sólo unos meses de existencia, la consideración de una pieza clásica dentro del cine de ahora mismo. No hay ante ella respiro. Es cine que encadena sus imágenes de cumbre en cumbre, pero sin crear fatiga, envolviendo al espectador en una estela de un relato de fortísima presión emocional, pero cuya negrura ofrece los respiraderos de todo gran poema. Inolvidable.
Babelia
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