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Tribuna:RELACIONES BILATERALES
Tribuna
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Marruecos y España, más allá del titular

El autor cree que sería un error pensar que las recientes réplicas y contrarréplicas de responsables públicos de ambos países pudieran llevar a replantearse las relaciones bilaterales

¿Nos hemos vuelto todos locos? La sucesión de titulares más o menos estridentes en los medios en estas últimas semanas bien pudiera hacer pensar que las relaciones entre España y Marruecos están al borde del abismo. Como si de una partida de ping-pong se tratara, hemos asistido a una sucesión de réplicas y contrarréplicas entre distintos responsables públicos de ambos países, en una escalada verbal aparentemente sin límite. La ruptura, o cuando menos el replanteamiento de la relación bilateral, parecería inevitable. La fallida visita -por causas de salud- a Madrid, el pasado viernes, del secretario de Estado de Asuntos Exteriores marroquí, no ha hecho sino alimentar las especulaciones más alarmistas y confirmar los augurios más pesimistas de una parte no desdeñable de nuestra opinión pública.

España mantiene hoy con Marruecos la relación más completa de cuantas pueda tener en el mundo
Es imprescindible actuar sobre la estructura operativa de la inmigración ilegal, opere donde opere
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Y sin embargo, como partícipe directo en este asunto, debo manifestar que esa percepción no se ajusta, a mi entender, plenamente a la realidad. Para empezar, más allá de los titulares, lo cierto es que a ambos lados del Estrecho han abundado en los últimos tiempos las declaraciones conciliadoras, que, sin soslayar los contenciosos pendientes, han resaltado la necesidad de colaboración y de diálogo, desde una voluntad declarada de fortalecer, todavía más, la relación bilateral. Pero, por definición, esos posicionamientos constructivos y dialogantes son poco ruidosos, atraen poca atención y han quedado así, desgraciadamente, ahogados por el titular altisonante. Capacidad insuficiente de explicar y de transmitir, se dirá. Es posible. Pero también es verdad que estamos ante un asunto muy delicado, donde es imprescindible separar bien las voces de los ecos si realmente queremos ser capaces de comprender lo que está pasando.

Porque a mi entender, lo sucedido en los últimos meses es más el reflejo de un cambio progresivo y trascendental en los asuntos que afectan a los dos países que de un supuesto replanteamiento de la voluntad política de mantener una relación privilegiada. Y es cierto que el desencuentro en el ámbito de la pesca pudo alentar ciertas desconfianzas y ser causa de legítimas decepciones, pero todos somos conscientes de que nuestra relación de vecindad y de amistad es demasiado importante como para verse condicionada de forma determinante por ello. Como digo, la clave está en la aparición de nuevos fenómenos que condicionan nuestra relación y a los cuales debemos ser capaces de dar respuesta. El drama de la inmigración ilegal, los contenciosos -lógicos- derivados de la creciente presencia de empresas españolas en Marruecos o el hecho de que la comunidad marroquí sea ya la más numerosa y la que crece más rápidamente entre los residentes legales extranjeros en España crean situaciones nuevas, a menudo no fáciles de gestionar, a las que debemos dar respuesta de forma conjunta.

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Aunque pueda parecer paradójico, lo cierto es que las bases para hacer frente a estos nuevos retos son muy sólidas. El ruido de las últimas semanas no debe ocultar que existe una relación privilegiada entre nuestros dos países. Sin exageración, España mantiene hoy con Marruecos la relación más completa de cuantas pueda en el mundo. Marruecos es el primer receptor de fondos españoles de cooperación al desarrollo, por encima incluso de cualquier país iberoamericano. Las facilidades financieras otorgadas a Marruecos (en forma de préstamos y de transformación de deuda en inversiones) son las más generosas de todas, superando incluso las otorgadas a un país económicamente tan importante como es China. Con cinco sedes del Instituto Cervantes y hasta once colegios de titularidad pública española (donde estudian cerca de 3.000 niños marroquíes), la cooperación académica y cultural con Marruecos es la más extensa que existe...

Los retos que los dos países afrontamos a futuro en nuestra relación bilateral son especialmente delicados porque, más allá de los medios materiales, requieren dosis elevadas de confianza mutua y de compromiso político. Quisiera a continuación centrarme en los tres asuntos que he mencionado más arriba: la inmigración, la inversión española en Marruecos y la comunidad marroquí en España.

Analicemos el caso de la inmigración. Se trata de un fenómeno que tiene su origen en las tremendas diferencias en el nivel de vida entre una y otra orilla del Estrecho. Eso es bien sabido. Pensemos pues en soluciones y distingamos, a efectos prácticos, entre el corto y el largo plazo. A largo plazo, encauzar el problema exige reducir esas diferencias, propiciando el desarrollo de los países del sur. ¿Cómo se propicia ese desarrollo? ¿A través de ayudas puntuales? Sí, pero eso será siempre una gota en un vaso de agua. La verdadera mejora, como sabemos bien en España por nuestra experiencia de los últimos 40 años, vendrá de la mano del comercio y la inversión. Es imprescindible, pues, que abramos progresivamente nuestros mercados (y los de todos los países europeos) a los productos provenientes de Marruecos (y de los demás países mediterráneos), sobre todo a los más intensivos en mano de obra (como los agrícolas o los textiles), pues son los que producen preferentemente esos países. Este proceso de apertura no es fácil y exige un ejercicio de valentía política y de pedagogía importante. Debemos explicar a nuestra opinión pública que los flujos comerciales acaban siendo sustitutivos de los flujos de personas, que el trabajador marroquí puede venir directamente en patera o que puede hacerlo 'indirectamente' en forma de tomate o de camiseta, y que, tanto para ese trabajador como para nosotros, la segunda opción es mucho mejor que la primera.

A corto plazo, la cuestión inmigratoria exige un esfuerzo de gestión importante. Es fácil comprender que, en interés de todos, ése debe ser un proceso ordenado, y de ahí la necesidad de distinguir entre inmigración legal e ilegal. El acuerdo en materia de flujos de migración laboral firmado recientemente entre nuestros dos países procura el marco adecuado para la inmigración legal, y debe por ello ser puesto inmediatamente en marcha. Es muy importante también garantizar que los trabajadores que se acojan al mismo gozan de todos los derechos y que, como ya se está haciendo, desde la inspección de trabajo se ponen en marcha todas las medidas necesarias para combatir la contratación ilegal.

Queda entonces la inmigración ilegal, que es la cuestión que ha monopolizado el debate estos últimos días. Se trata de un fenómeno que, desgraciadamente, nunca será posible eliminar pero sí reducir de forma importante. Técnicamente esa reducción no parece difícil de alcanzar. El control de una franja no muy extensa de la costa marroquí, que es de donde parten las pateras, debe ser factible. Adicionalmente, es imprescindible actuar sobre la estructura operativa de la inmigración ilegal, es decir, sobre las mafias, operen donde operen. El hecho de que el flujo de inmigrantes ilegales se haya doblado este año muestra que los medios utilizados son insuficientes. De ahí la insistencia de España en la necesidad de hacer un mayor esfuerzo y el ofrecimiento de todo tipo de colaboración, en el entendimiento de que existe por parte de Marruecos una plena consciencia de lo que está en juego y una voluntad política decidida y explícita de combatir esta lacra.

Pasemos a la cuestión de la inversión española en Marruecos. En los últimos años, la presencia de empresas españolas en Marruecos ha aumentado de forma espectacular. Se habla de entre 800 y 1.000 compañías operando en Marruecos. La mayoría de ellas son pymes, pero en los últimos años ha habido también inversiones importantes de grandes empresas españolas. En general, los resultados de esa presencia han sido buenos para las dos partes, si bien hay que señalar que, en algunos casos puntuales, se arrastran contenciosos derivados de situaciones de inseguridad jurídica que requieren una solución urgente. El resultado de todo ello ha sido que España se ha convertido, con Francia, en el principal inversor extranjero en Marruecos. Todo ello está muy bien. Pero conviene no olvidar que todavía queda un largo camino por recorrer. Porque, por ejemplo, mientras en los diez últimos años las empresas españolas han invertido cerca de 7 billones de pesetas en un país como Argentina (que tiene una población menor que Marruecos), la inversión total de esas 1.000 empresas españolas presentes en Marruecos no alcanza el medio billón de pesetas: ¡una relación de 1 a 14 a pesar del diferencial geográfico!

¿Qué significa todo esto? Varias cosas. Primero, que la relación entre nuestros dos países es cada vez más 'económica', lo que es positivo para todos. Segundo, que existe un potencial inversor importante que sólo se ha materializado parcialmente. Que ese potencial inversor se realice depende, en última instancias, de que se profundice en el proceso de transición en que se halla inmersa la economía marroquí. Quizá con cierta impaciencia, desde España nos gustaría, a veces, ver una mayor aceleración de esas reformas. El proceso, en todo caso, no es fácil porque, al final, toda reforma remite a la eliminación de privilegios o prebendas de determinados colectivos. Pero se trata, en definitiva, de una cuestión estrictamente marroquí, donde la voluntad modernizadora del nuevo monarca será decisiva.

He dejado para el final la cuestión a mi entender más importante y más delicada, que es la progresiva constitución de una comunidad marroquí en nuestro país. En apenas 5 años, esa comunidad se ha multiplicado por 4, alcanzando hoy ya las 200 mil almas. Sabemos que va a seguir creciendo en el futuro, y no parece aventurado pensar que en 10 o 15 años esa cifra se acerque al millón de personas. Por sí solo, este hecho va a cambiar la relación entre España y Marruecos. Y la cambiará, a mi entender, en un campo fundamental como es el de las percepciones. La imagen recíproca que cada uno de nuestros países tendrá del otro estará fuertemente influida por cómo se produzca la integración de esa comunidad marroquí en España. Y al revés, y eso es lo que ahora más me interesa destacar, esa integración va a depender de las imágenes respectivas que transmitamos entre países. De ahí la importancia de que nos conozcamos y nos reconozcamos más y mejor, de que hagamos un esfuerzo por centrarnos en la sustancia y no quedarnos en el titular. Es mucho lo que está en juego, y me parece imprescindible que hagamos ese esfuerzo. En España y en Marruecos. Es un ejercicio y una responsabilidad que nos incumbe a todos. A la sociedad, a los medios y, por supuesto y en primer lugar, a los Gobiernos.¿Nos hemos vuelto todos locos? La sucesión de titulares más o menos estridentes en los medios en estas últimas semanas bien pudiera hacer pensar que las relaciones entre España y Marruecos están al borde del abismo. Como si de una partida de ping-pong se tratara, hemos asistido a una sucesión de réplicas y contrarréplicas entre distintos responsables públicos de ambos países, en una escalada verbal aparentemente sin límite. La ruptura, o cuando menos el replanteamiento de la relación bilateral, parecería inevitable. La fallida visita -por causas de salud- a Madrid, el pasado viernes, del secretario de Estado de Asuntos Exteriores marroquí, no ha hecho sino alimentar las especulaciones más alarmistas y confirmar los augurios más pesimistas de una parte no desdeñable de nuestra opinión pública.

Y sin embargo, como partícipe directo en este asunto, debo manifestar que esa percepción no se ajusta, a mi entender, plenamente a la realidad. Para empezar, más allá de los titulares, lo cierto es que a ambos lados del Estrecho han abundado en los últimos tiempos las declaraciones conciliadoras, que, sin soslayar los contenciosos pendientes, han resaltado la necesidad de colaboración y de diálogo, desde una voluntad declarada de fortalecer, todavía más, la relación bilateral. Pero, por definición, esos posicionamientos constructivos y dialogantes son poco ruidosos, atraen poca atención y han quedado así, desgraciadamente, ahogados por el titular altisonante. Capacidad insuficiente de explicar y de transmitir, se dirá. Es posible. Pero también es verdad que estamos ante un asunto muy delicado, donde es imprescindible separar bien las voces de los ecos si realmente queremos ser capaces de comprender lo que está pasando.

Porque a mi entender, lo sucedido en los últimos meses es más el reflejo de un cambio progresivo y trascendental en los asuntos que afectan a los dos países que de un supuesto replanteamiento de la voluntad política de mantener una relación privilegiada. Y es cierto que el desencuentro en el ámbito de la pesca pudo alentar ciertas desconfianzas y ser causa de legítimas decepciones, pero todos somos conscientes de que nuestra relación de vecindad y de amistad es demasiado importante como para verse condicionada de forma determinante por ello. Como digo, la clave está en la aparición de nuevos fenómenos que condicionan nuestra relación y a los cuales debemos ser capaces de dar respuesta. El drama de la inmigración ilegal, los contenciosos -lógicos- derivados de la creciente presencia de empresas españolas en Marruecos o el hecho de que la comunidad marroquí sea ya la más numerosa y la que crece más rápidamente entre los residentes legales extranjeros en España crean situaciones nuevas, a menudo no fáciles de gestionar, a las que debemos dar respuesta de forma conjunta.

Aunque pueda parecer paradójico, lo cierto es que las bases para hacer frente a estos nuevos retos son muy sólidas. El ruido de las últimas semanas no debe ocultar que existe una relación privilegiada entre nuestros dos países. Sin exageración, España mantiene hoy con Marruecos la relación más completa de cuantas pueda en el mundo. Marruecos es el primer receptor de fondos españoles de cooperación al desarrollo, por encima incluso de cualquier país iberoamericano. Las facilidades financieras otorgadas a Marruecos (en forma de préstamos y de transformación de deuda en inversiones) son las más generosas de todas, superando incluso las otorgadas a un país económicamente tan importante como es China. Con cinco sedes del Instituto Cervantes y hasta once colegios de titularidad pública española (donde estudian cerca de 3.000 niños marroquíes), la cooperación académica y cultural con Marruecos es la más extensa que existe...

Los retos que los dos países afrontamos a futuro en nuestra relación bilateral son especialmente delicados porque, más allá de los medios materiales, requieren dosis elevadas de confianza mutua y de compromiso político. Quisiera a continuación centrarme en los tres asuntos que he mencionado más arriba: la inmigración, la inversión española en Marruecos y la comunidad marroquí en España.

Analicemos el caso de la inmigración. Se trata de un fenómeno que tiene su origen en las tremendas diferencias en el nivel de vida entre una y otra orilla del Estrecho. Eso es bien sabido. Pensemos pues en soluciones y distingamos, a efectos prácticos, entre el corto y el largo plazo. A largo plazo, encauzar el problema exige reducir esas diferencias, propiciando el desarrollo de los países del sur. ¿Cómo se propicia ese desarrollo? ¿A través de ayudas puntuales? Sí, pero eso será siempre una gota en un vaso de agua. La verdadera mejora, como sabemos bien en España por nuestra experiencia de los últimos 40 años, vendrá de la mano del comercio y la inversión. Es imprescindible, pues, que abramos progresivamente nuestros mercados (y los de todos los países europeos) a los productos provenientes de Marruecos (y de los demás países mediterráneos), sobre todo a los más intensivos en mano de obra (como los agrícolas o los textiles), pues son los que producen preferentemente esos países. Este proceso de apertura no es fácil y exige un ejercicio de valentía política y de pedagogía importante. Debemos explicar a nuestra opinión pública que los flujos comerciales acaban siendo sustitutivos de los flujos de personas, que el trabajador marroquí puede venir directamente en patera o que puede hacerlo 'indirectamente' en forma de tomate o de camiseta, y que, tanto para ese trabajador como para nosotros, la segunda opción es mucho mejor que la primera.

A corto plazo, la cuestión inmigratoria exige un esfuerzo de gestión importante. Es fácil comprender que, en interés de todos, ése debe ser un proceso ordenado, y de ahí la necesidad de distinguir entre inmigración legal e ilegal. El acuerdo en materia de flujos de migración laboral firmado recientemente entre nuestros dos países procura el marco adecuado para la inmigración legal, y debe por ello ser puesto inmediatamente en marcha. Es muy importante también garantizar que los trabajadores que se acojan al mismo gozan de todos los derechos y que, como ya se está haciendo, desde la inspección de trabajo se ponen en marcha todas las medidas necesarias para combatir la contratación ilegal.

Queda entonces la inmigración ilegal, que es la cuestión que ha monopolizado el debate estos últimos días. Se trata de un fenómeno que, desgraciadamente, nunca será posible eliminar pero sí reducir de forma importante. Técnicamente esa reducción no parece difícil de alcanzar. El control de una franja no muy extensa de la costa marroquí, que es de donde parten las pateras, debe ser factible. Adicionalmente, es imprescindible actuar sobre la estructura operativa de la inmigración ilegal, es decir, sobre las mafias, operen donde operen. El hecho de que el flujo de inmigrantes ilegales se haya doblado este año muestra que los medios utilizados son insuficientes. De ahí la insistencia de España en la necesidad de hacer un mayor esfuerzo y el ofrecimiento de todo tipo de colaboración, en el entendimiento de que existe por parte de Marruecos una plena consciencia de lo que está en juego y una voluntad política decidida y explícita de combatir esta lacra.

Pasemos a la cuestión de la inversión española en Marruecos. En los últimos años, la presencia de empresas españolas en Marruecos ha aumentado de forma espectacular. Se habla de entre 800 y 1.000 compañías operando en Marruecos. La mayoría de ellas son pymes, pero en los últimos años ha habido también inversiones importantes de grandes empresas españolas. En general, los resultados de esa presencia han sido buenos para las dos partes, si bien hay que señalar que, en algunos casos puntuales, se arrastran contenciosos derivados de situaciones de inseguridad jurídica que requieren una solución urgente. El resultado de todo ello ha sido que España se ha convertido, con Francia, en el principal inversor extranjero en Marruecos. Todo ello está muy bien. Pero conviene no olvidar que todavía queda un largo camino por recorrer. Porque, por ejemplo, mientras en los diez últimos años las empresas españolas han invertido cerca de 7 billones de pesetas en un país como Argentina (que tiene una población menor que Marruecos), la inversión total de esas 1.000 empresas españolas presentes en Marruecos no alcanza el medio billón de pesetas: ¡una relación de 1 a 14 a pesar del diferencial geográfico!

¿Qué significa todo esto? Varias cosas. Primero, que la relación entre nuestros dos países es cada vez más 'económica', lo que es positivo para todos. Segundo, que existe un potencial inversor importante que sólo se ha materializado parcialmente. Que ese potencial inversor se realice depende, en última instancias, de que se profundice en el proceso de transición en que se halla inmersa la economía marroquí. Quizá con cierta impaciencia, desde España nos gustaría, a veces, ver una mayor aceleración de esas reformas. El proceso, en todo caso, no es fácil porque, al final, toda reforma remite a la eliminación de privilegios o prebendas de determinados colectivos. Pero se trata, en definitiva, de una cuestión estrictamente marroquí, donde la voluntad modernizadora del nuevo monarca será decisiva.

He dejado para el final la cuestión a mi entender más importante y más delicada, que es la progresiva constitución de una comunidad marroquí en nuestro país. En apenas 5 años, esa comunidad se ha multiplicado por 4, alcanzando hoy ya las 200 mil almas. Sabemos que va a seguir creciendo en el futuro, y no parece aventurado pensar que en 10 o 15 años esa cifra se acerque al millón de personas. Por sí solo, este hecho va a cambiar la relación entre España y Marruecos. Y la cambiará, a mi entender, en un campo fundamental como es el de las percepciones. La imagen recíproca que cada uno de nuestros países tendrá del otro estará fuertemente influida por cómo se produzca la integración de esa comunidad marroquí en España. Y al revés, y eso es lo que ahora más me interesa destacar, esa integración va a depender de las imágenes respectivas que transmitamos entre países. De ahí la importancia de que nos conozcamos y nos reconozcamos más y mejor, de que hagamos un esfuerzo por centrarnos en la sustancia y no quedarnos en el titular. Es mucho lo que está en juego, y me parece imprescindible que hagamos ese esfuerzo. En España y en Marruecos. Es un ejercicio y una responsabilidad que nos incumbe a todos. A la sociedad, a los medios y, por supuesto y en primer lugar, a los Gobiernos.

Miquel Nadal es secretario de Estado de Asuntos Exeriores.

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