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Columna
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Matar a un ruiseñor

El Mono Jojoy, uno de los jefes de las FARC colombianas, invitaba a sus subordinados a que extendieran rápidamente el conocimiento sobre bombas que tres instructores del IRA les habrían impartido en el corazón de la selva, porque exigía pasar a mayores: 'Yo he dicho que tenemos que sacudir a las ciudades, a ver si los enemigos de la salida política comprenden que hay que abrir espacios y que no es con más guerrerismo como vamos a abrir esto'. La comunicación por radio proseguía encareciendo la calidad del cursillo: 'Es una cosa muy técnica, no puede tomarse a la ligera, pero los tres monos dieron aquí la instrucción como era, con mucha profundidad'. El Mono Jojoy concluía la filípica invitando a propagar los nuevos conocimientos a fin de sacarle chispas al explosivo que los susodichos monos les enviarían: 'Hay mucho para hacer ruidos grandes, para tronar'.

Con tanto Mono -Jojoy- por aquí y tanto mono por allá -los irlandeses, llamados así por rubios- parecería que estuviéramos ante una campaña promocional de El planeta de los simios, pero no, no se trata de monadas, sino de asesinatos. Y a mansalva, pese a los escogidos eufemis-mos con que el mono mayor se refiere a las futuras explosiones: ruido, truenos, sacudida. Pues bien, no parece sino que el Mono Jojoy estuviera hablando de nuestra propia selva. Sobre todo después de la muerte y terrible mutilación producidas por el juguete trampa. Porque en el abominable acto concurren la matanza indiscriminada y el alarde técnico, el todo envuelto en la retórica del eufemismo ya que el autor habría tenido con toda probabilidad presente que lo político no se mueve a menos que se le agite y sacuda con fuerza y... dinamita. Construir un juguete explosivo y dejarlo abandonado por ahí significa apostar conscientemente no sólo por la matanza indiscriminada, sino por la muerte muy discriminada de algún niño, ya que los juguetes siempre encuentran el camino para llegar a sus manos.

Y es que la lógica de la muerte suele mostrarse inexorable. El asesinato indiscriminado no es peor que el selectivo porque no hay muerte buena, pero significa más muerte. Se comienza asesinando a una persona muy escogida para sacudir las ciudades, pero en cuanto las ciudades reaccionan y se unen contra los asesinos, se impone asesinar directamente a las ciudades, sólo que, a falta de medios, se asesina a una parte que representa al todo. Ése es el sentido de la masacre indiscriminada, destruir metonímicamente la voluntad general insuflándole miedo: la muerte puede venir de cualquier parte y golpear a cualquiera: 'Tenemos que sacudirlos y eso es importante que lo tengamos claritico', decía el Mono Jojoy, aunque los del IRA ya habían dicho también lo suyo aleccionándoles, proporcionándoles semtex y, tal vez, experimentando en la selva una superbomba que persiguen desde hace tiempo y que podría, ésta sí, destruir casi una ciudad entera.

El diseñador del juguete bomba seguro que se ha sentido constructor de coches bomba. Pero a escala. Se habrá documentado, habrá buscado el cochecillo idóneo, habrá resuelto problemas de ignición, de ondas expansivas. Se habrá procurado el explosivo y habrá temblado de emoción ocultándolo bajo el capó sabedor de que al cabo habrá una víctima que adelantará un poco más la liberación con la que sueña. Luego, se habrá movido sigiloso sopesando el lugar perfecto donde aparcar la bomba, sin importarle un bledo que la futura víctima también pueda ser a escala, un crío. Y ahí ha cometido un error, porque los crímenes contra los chavales parecen más insoportables y revuelven con más fuerza las conciencias. Claro que hay una forma de sortear la metedura de pata y es dejar que el asunto se pudra. Nadie ha de decir nada, por el contrario, todos deben desmentir la posible autoría. El tiempo corre a favor del asesino de ruiseñores.

Aunque sería una lástima que sus habilidades se perdieran. Alguien con tanta pericia técnica y tanta sangre fría se merece mejor destino. Si no está fichado, seguro que hay tortas por ficharlo. No en balde hay patrias que necesitan muerte y, la muerte, especialistas. ¿A quién le importa un puto ruiseñor?

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