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LA INVESTIGACIÓN CON EMBRIONES

La promesa abierta por las células madre embrionarias...

Javier Sampedro

Cinco o seis días después de la fecundación, el embrión humano es una minúscula esfera de un centenar de células llamada blastocisto. En 1998, James Thomson, de la Universidad de Wisconsin, mostró que de ese blastocisto se pueden obtener cultivos de células madre capaces de reproducirse indefinidamente en el laboratorio y, en ciertas condiciones, convertirse en cualquiera de los cientos de tejidos distintos que forman el cuerpo humano: piel, músculo, hueso, tejidos hepáticos o cerebrales. El trabajo de Thomson revolucionó el mundo científico por sus evidentes aplicaciones médicas, pero también generó una ola de rechazo moral, ya que implicaba la destrucción de embriones humanos, aunque sólo tuvieran cinco días y nunca fueran a ser implantados en un útero, y los sectores más religiosos y conservadores creen que un embrión es un ser humano desde el mismo momento de la fecundación.

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La mayoría de los científicos -representados, por ejemplo, por las posiciones oficiales de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) estadounidenses y la Fundación Europea para la Ciencia- considera las células madre embrionarias como una enorme promesa para el futuro inmediato de la medicina. Existen innumerables enfermedades debidas a la degeneración o muerte de grupos de células, y las células madre pueden convertirse en el laboratorio en esos tipos y luego trasplantarse al paciente.

Entre las patologías que -según esperan los científicos- se podrían beneficiar muy pronto de estos avances se encuentran la diabetes juvenil, debida a la muerte de las células beta del páncreas que normalmente producen insulina, y las enfermedades de Parkinson y Huntington, causadas por la muerte de grupos muy concretos de neuronas cerebrales. La lista a medio plazo es muy larga, e incluye la reparación de los corazones infartados, de las lesiones medulares y de las quemaduras más graves.

Desde los experimentos de Thomson de 1998, los cultivos de células madre no sólo existen, sino que circulan en medios científicos, distribuidos por la misma empresa (Geron Corporation) que financió los experimentos originales, y por un pequeño número de laboratorios de Estados Unidos e Israel. ¿Por qué no usar esos cultivos directamente para las aplicaciones terapéuticas? Hay dos razones.

La primera es que esos cultivos no bastan. Los científicos creen que es preciso establecer muchas más líneas celulares nuevas -las estimaciones varían entre 400 y 4.000- para garantizar una amplia gama de propiedades y compatibilidades histológicas que puedan adaptarse luego a cada paciente. Pero ello requeriría la utilización de más embriones. Entre 400 y 4.000 embriones, para ser exactos.

La segunda razón es que los principales laboratorios de este campo, entre ellos el Instituto Roslin de Edimburgo que creó a la oveja Dolly, confían en poder obtener las células madre de embriones clonados de cada paciente, de modo que las células después trasplantadas sean genéticamente idénticas al receptor y se elimine por completo el rechazo inmunológico.

Entretanto, lo que piden los investigadores es que les permitan usar los embriones congelados sobrantes de los tratamientos de fertilidad, cuya única otra alternativa es la destrucción.

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