Un cholo al timón
Alejandro Toledo va a necesitar toda la ayuda de los dioses incaicos a los que ayer invocó en la ciudadela de Machu Picchu para enderezar el rumbo de Perú, cuyo timón acaba de empuñar por cinco años. El flamante presidente ha prometido hacer de la lucha contra la pobreza y la corrupción la espina dorsal de su mandato; y no cabe duda de que le ha sido tomada la palabra en un país donde el 70% de la población vive en diferentes grados de penuria y cuyas instituciones han sido arrasadas por una década -la de Fujimori-Montesinos- de inmoralidad irradiada desde la cúspide del Estado.
Perú necesita especialmente ese 'amanecer democrático irreversible' proclamado enfáticamente por Toledo a la vez que su intención de reformar unas Fuerzas Armadas y una policía desacreditadas. El país andino es uno de los poquísimos latinoamericanos que, según una reciente encuesta periódica de carácter regional, refleja un apoyo consistente por la democracia. En la mayor parte de Latinoamérica, sobre todo al hilo de las dificultades económicas, se ha evaporado buena parte del entusiasmo que acompañó hace dos décadas el renacer de los sistemas representativos.
Recomponer la credibilidad institucional es sólo un aspecto del poliedro peruano. Como economista de centroizquierda, Toledo sabe que las instituciones democráticas necesitan para florecer un marco económico de cierta fortaleza y estabilidad, y en el Perú que ha heredado alrededor de la mitad de sus 26 millones de habitantes sobrevive con apenas un dólar diario. Quizá por ello los dos cargos fundamentales de su Gobierno, el de primer ministro y el titular de Economía, han ido a manos de sendos ejecutivos formados en el mundo de los negocios estadounidense. Otra cosa es que, alejados ambos de las realidades peruanas, tengan la capacidad de interlocución necesaria para afrontar el pulso político que espera al nuevo poder de Lima.
Acabada la luna de miel de toda inauguración, el presidente tiene por delante algo parecido a la cuadratura del círculo. Los escaldados peruanos le exigen conciliar las inexcusables demandas de los pobres con las del mundo empresarial y financiero. La economía peruana depende crucialmente de la inversión exterior, y el libremercadismo necesario para atraerla debe simultanearse con la reducción de impuestos, la mejora de escuelas y hospitales o la creación masiva de puestos de trabajo que Toledo prometiera en su campaña y los cholos reclaman ahora de quien es uno de ellos.
La historia reciente del país andino muestra la extrema dificultad de mantener cierto equilibrio entre populismo y economía de mercado. Más aún en tiempos globalizadores. En este desafío, los poderes democráticos no deben dejar solo a Alejandro Toledo.
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