Miguel Sánchez-Ostiz recibe el Premio Príncipe de Viana de la Cultura
El autor reivindica su afán por adentrarse en lo que 'no es conveniente'
En el discurso que Sánchez-Ostiz pronunció en el monasterio benedictino de Leyre (Navarra), ante el príncipe Felipe, autoridades navarras y representantes de la cultura, aseguró que el mayor logro de la literatura en lengua castellana ha surgido de 'la picaresca y sus aledaños como literatura del desgarro, del humor feroz, de la confesión y de la burla'.
En su discurso también tuvo palabras de recuerdo para los escritores 'desplazados a la fuerza a causa de lo que son', y afirmó como autor firmemente arraigado en el paisaje y el imaginario navarro, que el valor de la escritura 'no depende tanto de los lugares importantes en los que vivimos, sino de hasta dónde podemos llegar en la descripción de nuestra condición humana'.
Tras entregar el diploma acreditativo del premio, don Felipe se refirió a la obra del escritor navarro definiéndola como 'empeño singular en el paisaje de las letras españolas de los últimos años'. Sánchez-Ostiz reconoció que la escritura surge de 'oscuros motivos' materializados en el empeño del creador por 'fundar la propia intimidad, afianzar la realidad, saber quiénes somos, encontrar nuestra identidad más profunda y dar cuenta de ella y compartirla de esa manera con un lector cómplice'.
Este año, el Consejo Navarro de Cultura decidió reconocer, en la que es la duodécima edición de los Premios Príncipe de Viana de la Cultura, la destacada producción literaria de Sánchez-Ostiz como merecedora del galardón. El autor de novelas como Los papeles del ilusionista (1982), El pasaje de la luna (1985), Tánger-bar (1987), La caja china (1986), Las pirañas (1993), Un infierno en el jardín (1995) o El corazón de la niebla (de próxima publicación) se remontó a 15 años, cuando, en los patios y habitaciones de la propia hospedería de Leyre, escribió muchas de las páginas de sus obras.
Sánchez-Ostiz reivindicó su vocación para recrear la 'condición humana al desnudo' y adentrarse en aquello de lo que 'no es conveniente hablar nunca', lo que le hizo referirse al mundo de la picaresca como una literatura 'de personajes exiliados de sí mismos, expatriados de casi todo, soñadores, descreídos e idealistas, de gente que por haber perdido casi todo en los campos de batalla o en los tabernones de los tahúres, estaba en condiciones de decir cuando menos su verdad'.
Arraigo espiritual
La verdad del ayer galardonado con este nuevo premio -que une a los ya obtenidos en su prolífica carrera: Premio Herralde de novela (1989) por La gran ilusión, obra con la que también obtuvo el Premio Euskadi de Literatura (1990); o el Premio Nacional de la Crítica (1997) con No existe tal lugar- viene del reconocimiento de que el arraigo espiritual de su vida es la literatura: 'Es mi casa, la escritura es el lugar casi seguro'.
El escritor recordó las influencias que intervinieron en su formación y posterior imaginario creador. Su madre, filóloga, de la que aprendió un 'castellano rico en giros y en modismos; quien me enseñó a leer con sentido, a comprender que el lenguaje esconde una vida en la que raras veces reparamos en que las palabras nombran algo y tienen una fonética precisa, una música'. Influyeron también su extracción y las palabras vascas y castellanas que escuchó durante su infancia en Pamplona, ciudad en la que se crió, y en Obanos (Navarra), donde pasó bastante tiempo; y son palabras que ahora continúa escuchando en el valle del Baztán, su residencia y donde 'mejor se ha acomodado mi forma de ser y mis pretensiones vitales'.
Este 'luchador solitario de enraizamiento navarro y dimensión universal', en palabras de don Felipe, es también poeta, crítico, investigador, articulista, conferenciante y adicto a 'la libertad de conciencia', para quien 'las geografías poco o nada significan', frente al empeño y al trabajo del escritor al afrontar el principal cometido de su vida: 'La consecución de su viaje vital como persona'.
Babelia
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