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Columna
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Cultura extraplana

'El aprendizaje de la cultura es agotador, y muchos incultos de alto nivel social prefieren perseguir la posesión de un secreto (por ejemplo, el del grial) a la lenta y fatigosa adquisición de la alta cultura'. Éstas son palabras del profesor Giuseppe Sergi a propósito de uno de los mitos de la Edad Media, el de los templarios, e insiste en ello afirmando que ese mito responde 'a esa especie de exigencia de misterio y de dimensión iniciática de la que tienen necesidad sectores ricos, pero no cultos'. No diré que los neorricos de hoy son los templarios de la Edad Media, pero en este asunto de la adquisición de cultura hay concomitancias de actitud que no me resisto a comentar.

En España, desde las hambrunas de los años cuarenta al seiscientos y la parcela, y desde la entronización del joven monarca hasta el paraíso popular, un mismo ciudadano ha podido recorrer una escala de acontecimientos sociales que, en lo político y económico, nos ha llevado de la autarquía cerril a la integración en Europa. Ahora abundan el dinero, los automóviles, la juerga, la segunda vivienda, la ropa de marca y los alimentos sofisticados como abundaban aquellas pertinaces sequías que antaño asolaban comarcas enteras. En fin, que esto sí que ha sido un cambio.

Y, claro, ha habido que reciclarse a toda prisa. Recuerdo haber asistido en un restaurante de barrio, desde la mesa de al lado, a una de esas comidas de colocación de bandera en un edificio que suele dar el constructor a todas las cuadrillas. A la hora de la faria y los cafelitos, el constructor, que se estaba poniendo al día, ofreció una copa, pero recomendando especialmente que se probasen unos licores de pera y cosas así: que él lo recomendaba, que había que cambiar, hombre. La cuadrilla se dividió entre los recelosos consumidores de sol y sombra u orujo y los que se animaron a apuntarse a los refinados productos de importación aun a riesgo de ser considerados después, cuando el constructor se largara, unos mariconazos. Es una anécdota, pero así sucedían las cosas.

Sigamos con los cambios: ¿qué ha sido del español apolítico o acultural de hace menos de quince años, y no digamos de más atrás? ¿Cómo es posible que ahora la gente con posibles saque a relucir tan a menudo en sus reuniones la última anécdota política o intercambie afirmaciones sobre la última novela más vendida? ¿Acaso una repentina iluminación del Espíritu Santo? Regresemos a las sabias palabras del profesor Sergi. Una vez que España se metió en el club de los países ricos había que adoptar formas de países ricos y, en lo que se refiere a historia de las ideas, arte y cultura o pensamiento político, el asunto nos cogía en blanco, pues, salvo los habituales de la lectura, el resto del país se obligaba a improvisar fundamentos y opiniones a toda prisa sobre algo a lo que hasta entonces había dado la espalda con el desprecio propio de la ignorancia interesada. Había que pasar del 'yo en política no me meto' a opinar con soltura en materia socio-político-económica. Pero, eso sí: siempre bajo la máxima de saber sin estudiar, de aprender sin esforzarse.

El mundo de la cultura tiene algo que se resiste al dinero: el conocimiento no se puede comprar; lo que sí se puede comprar es la apariencia. Por ahí es por donde los infatigables pero adinerados ignorantes se han hecho un hueco: el radical-chic, el semiculto, el neorrico recién barnizado... Todos ellos, por lo mismo que antes eran apolíticos y aculturales, ahora tienen opiniones políticas e intereses culturales, se dedican a comprar objetos, abonarse a conciertos, leer falsa prensa de opinión, comprar recetas como si fueran papelinas a seudointelectuales cansados de ser pobres y, en general, a legitimar con su dinero lo que es una cultura fina, segura y extraplana que cabe en cualquier mente por estrecha que ésta sea.

Así que si no tienes tiempo ni voluntad de saber, pero quieres ser un hombre o una mujer de hoy, no tienes problema, acude a la cultura-compresa: te sentirás limpio, te sentirás bien.

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