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'Ya no podrá dañar a nadie más'

Supervivientes y familiares de las víctimas asisten a la ejecución entre el alivio y el deseo de venganza

Enric González

'Estoy sólo relativamente satisfecha, porque no ha sufrido. Tenían que haberle hecho lo que hizo él a sus víctimas: el dolor, las mutilaciones, las horas de agonía'. Sue Ashford, que estaba en el edificio Alfred P. Murrah de Oklahoma City el 19 de abril de 1995, sobrevivió a la explosión y esperaba que la jornada de ayer hubiera sido más intensa. Quiso ser testigo de la ejecución de Timothy McVeigh para obtener una venganza que, llegado el momento, no logró saborear. 'Espero que, al menos, todos podamos dormir mejor a partir de ahora', dijo.

Para Paul Howell, de 64 años, que perdió una hija en el atentado, ver morir a McVeigh sí fue 'emocional'. 'Vine con la esperanza de verle mostrar algún tipo de arrepentimiento; quería escuchar sus últimas palabras, pero no las ha habido'. En realidad, explicó, 'me ha parecido muy tranquilo. Mi sensación es de alivio. Ahora estoy seguro de que no podrá dañar a nadie más, ni por sus acciones ni por sus palabras'. Alguien le preguntó a Howell si McVeigh, al que nunca había visto antes personalmente, le había parecido 'un monstruo'. 'No era un monstruo, era un hombre normal que cometió una atrocidad', respondió.

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Otros, en la dependencia del aeropuerto de Oklahoma City donde se recibían las imágenes de la ejecución, pensaban lo contrario. 'Era el rostro del mal', afirmó Larry Whicher, cuyo hermano perdió la vida entre las ruinas del edificio Murrah. Los 232 testigos a distancia recibieron una visión parcial, probablemente terrible, de la muerte de McVeigh: la cámara, desde el techo, enfocaba directamente el rostro del reo, y sus ojos, que permanecieron abiertos, con la mirada fija en el objetivo, causaron un tremendo impacto entre la audiencia.

Kathy Wilburn, cuya hija de cuatro años fue uno de los 19 niños muertos, también vio en las pupilas de McVeigh 'una mirada maligna'. 'Los minutos se me hicieron eternos', comentó al salir de la sala. En Terre Haute, las reacciones fueron dispares. Algunos testigos lloraron. Otros sonrieron. 'Al final, cuando el alcaide declaró cumplida la sentencia junto al cadáver de McVeigh, todos nos abrazamos', relató Anthony Scott, miembro de las Fuerzas Armadas y empleado en la oficina de reclutamiento que había en el edificio Murrah. Scott, que no trabajaba ese día, acudió a la penitenciaría federal de Terre Haute en nombre de sus ocho compañeros muertos.

Anthony Scott se ofreció voluntario para asistir a la ejecución, porque 'quería ver personalmente al asesino'. 'Me hubiera gustado que me viera en el momento de morir', comentó a su lado Anthony Howell, 'para que comprobara que no consiguió su objetivo, que resistimos al daño que nos hizo y que seguimos con vida mientras él la ha perdido. Lamento que el cristal que nos separaba no fuera transparente desde su lado, lo lamento mucho', añadió. 'Yo creo en la pena de muerte; sé que hay supervivientes y víctimas que son contrarios a ella y hoy han preferido estar de vacaciones y no pensar en lo que ocurría aquí. Creo que todas las posiciones', opinó, 'son igualmente respetables'.

Manifestantes contrarios a la pena de muerte aguardan el momento de la ejecución de Timothy McVeigh, ayer junto a la prisión de Terre Haute.
Manifestantes contrarios a la pena de muerte aguardan el momento de la ejecución de Timothy McVeigh, ayer junto a la prisión de Terre Haute.ASSOCIATED PRESS

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