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Columna
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Así no se puede

Andrés Ortega

Quizá sin darse cuenta, con su pulso con Alemania sobre los fondos, Aznar ha hecho una gran aportación a la construcción europea: ha puesto de relieve que, así, no se puede seguir. Por una parte, no se puede pedir que las regiones más pobres de los actuales Quince sean las primeras que se sacrifiquen ante la ampliación a países aún más pobres; por otra, si se mantiene este tipo de disputas, la Europa de los 27 que se dibujó en Niza (y que probablemente llegue a contar hasta 37 miembros en la segunda década del siglo) será imposible de gestionar.

El pulso hispano-alemán ha sacado a la luz cálculos diversos: que España saca de la UE un equivalente al 1,5% del PIB anual español; que Alemania se beneficia del mercado español (1,6 billones de pesetas en el saldo comercial). Pero no se añade, por ejemplo, que el consorcio en el que participa Telefónica paga al Estado alemán 1,4 billones de pesetas por una licencia de UMTS, es decir, prácticamente el equivalente a lo que va a recibir España del Fondo de Cohesión en el periodo 2000-2006. Naturalmente, este baile de cifras acaba resultando absurdo. Si lo es a Quince, ¡cómo no lo será a 27 o más!

Es necesario cambiar de mentalidad y de sistema. Por eso, una propuesta interesante del debate de estos días ha sido la del presidente de la Comisión, Romano Prodi, al desempolvar la idea de un impuesto europeo, aunque es un error político que lo haya hecho en plan llanero solitario, sin consultar siquiera a su colegio de comisarios. Ya la hemos expuesto hace tiempo; Joan Colom también en el Parlamento Europeo; y, más recientemente, lo ha insinuado el Gobierno belga. Prodi no ha precisado en qué piensa, pero incluso sin precisiones, su propuesta ha levantado ampollas. Claro que, como escribiera Max Weber, hay que pedir lo imposible para lograr lo posible.

Podría pensarse en europeizar toda o parte de la fiscalidad de los rendimientos del capital, lo que, además, reduciría la competencia entre Estados miembros en esta materia. Habría que alimentar el presupuesto comunitario con otras partidas directas, como podrían ser las tasas de telecomunicaciones o los beneficios del BCE. Un impuesto europeo serviría, además, para que los ciudadanos tuvieran más claro qué parte de sus contribuciones va a la UE, cuál al Estado y cuál a los entes subestatales.

Claro que antes de pensar en los medios, habría que contestar a la pregunta de qué queremos hacer juntos en Europa. La mayor ambición geográfica de la UE que supone la ampliación y unificación del continente debe llevar, no a rebajar , pero sí a modificar su ambición funcional, para hacer mejor lo que tenga que hacer, que, sin tabúes, en algunos terrenos puede ser más y en otros menos que ahora. Ahora bien, evitar que la UE ampliada se quede en espacio requerirá, entre otras cosas, reforzar las acciones europeas de solidaridad y vertebración. Es inútil hablar de la Europa de los valores, o de la Europa social, como han hecho Jospin, Schröder y otros estos días, y que, a la hora de la verdad, la solidaridad europea resulte diminuta. Hay que avanzar en la creación de bienes públicos europeos, desde redes de comunicación hasta medios para gestionar la inmigración, pasando por la educación, el acceso a nuevas tecnologías y programas contra la exclusión social.

Finalmente, está el nombre de la cosa. ¿Acaso cabe hablar de federalismo o de federación, aunque sea de Estados-nación, como lo llaman los franceses (que no es lo mismo que Estado federal, ni confederación), con 27 miembros tan diversos y un presupuesto común exiguo que no sobrepase el 1,27% del PIB total? Sería consagrar el principio antifederalizador de que unos legislen y otros paguen; es decir, que las instituciones europeas decidan y sean los Estados los que paguen los costes de sus decisiones y políticas. También se me hace difícil pensar en una federación con 20 lenguas oficiales (que son las que tendrá la UE de 27). Para llamar a la cosa, Unión no está mal. Comunidad era aún mejor.

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