Un poderoso filme fuera de norma recupera a Godard en su plenitud
Sean Penn hace un 'thriller' para lucimiento de Jack Nicholson
Es Elogio del amor quintaesencia del estilo de Jean-Luc Godard, que en realidad es más que un estilo, es una idea global y una concepción integral de las posibilidades expresivas del cine. Esta concepción es de gran singularidad y conforma en el cine moderno un curioso islote con sólo un poblador, el propio Godard, más dueño que nunca de ese pequeño territorio en este vigoroso y, a medida que se adentra en sí mismo, iluminador ejercicio de anti o contranarración.
Sitúa Godard al espectador ante un triple punto de partida, un juego a tres bandas en el que una pareja de jóvenes, otra de adultos y otra de viejos enuncian los cuatro momentos clave de toda relación de amor: el encuentro, la pasión física, el desencuentro y la separación. Pero que nadie se llame a engaño, porque el filme no narra esas tres historias de amor enunciadas, sino que hace otra cosa -filmable, poetizable y musicalizable- no narrable.
La voz que, desde fuera de las imágenes, da orden a la sucesión de éstas y crea poco a poco una vertebración medular de la secuencia, lo dice con claridad: 'Esto no es una historia, esto es algo que está dentro de una historia'. Es ésta una idea, obsesiva en el cine de Godard, que nos remite al misterio del fuera de campo absoluto, al mundo considerado como escenario imposible de abarcar por la mirada de una cámara, que -en una sucesión de parpadeos, y de ahí los continuos fundidos en negro de Elogio del amor- sólo puede atrapar trozos dispersos de ese escenario global y disponerlos y ordenarlos en forma de puzzle y de collage o de superposición y añadido acumulativo de sugerencias visuales, verbales y musicales.
No hay relato, luego no hay personajes en Elogio del amor. Hay estructura, armazón, composición, contrapunto, arquitectura de ideas y de sombras que se mueven y se entrelazan como lo hace la materia de la poesía y de la música, en acordes, en cruces, en relevos, en choques de conceptos, en frenazos y en aceleraciones de los juegos de palabras y de imágenes. El cine de Godard parece así haber roto las últimas amarras con la convención narrativa y se mueve, con libertad, en el deslizante territorio del pensamiento abstracto, lo que sin embargo mágicamente no le impide ser un cine pletórico de concreciones. Se entiende así otra idea que explota en su poderoso juego: 'Resolver un misterio es vulnerarlo'. No hay nada que contar de esta agresión de Godard a la comodidad del espectador, salvo que lo que dice es inefable, y que si algo cuenta, no puede ser dicho, sino sólo visto.
Si Elogio del amor es una incursión en el cine fuera de norma, The pledge, segunda película en que Sean Penn dirige a su amigo Jack Nicholson, es en cambio pura norma, cine que pocas novedades aporta salvo el comedimiento con que el otras veces exagerado actor compone su personaje, un viejo policía al que acaban de jubilar pero que, obsesionado por el asesinato de una niña, decide tirar del hilo por su cuenta.
Es un relato magnífico, procedente de una novela de Friedrich Dürrenmatt, en la que se basó El cebo, extraordinaria película española dirigida por Ladislao Vajda en 1958. Un filme muy superior a este remake estadounidense, al que se han añadido escenas dulces para las peculiaridades del talento de Nicholson, que ciertamente hace muy bien su trabajo.
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