Amor y citas
Jean-Luc Godard es un cineasta cada vez más admirado y menos visto. En Cannes su presencia ha vuelto a despertar una devoción que luego no se traduce en una buena circulación de su obra. 'En los 40 años que llevo haciendo cine lo que más ha cambiado ha sido la distribución. El espacio que nos dejan a quienes contamos historias de amor desde un punto de vista no californiano se ha ido reduciendo más y más'.
La memoria, el pasado, el arte, la relación con Estados Unidos son objeto de digresiones en esa imposible historia sobre los cuatro momentos del amor. 'Si en la película hago aparecer un personaje que representa los intereses de Steven Spielberg es porque él es el cineasta estadounidense prototípico de una industria dominada por la estricta lógica del mercado. Los europeos, cuando no sabemos qué contar, miramos hacia nuestro interior, nos interrogamos; los estadounidenses no, vienen a Europa y nos compran nuestro pasado, nuestros recuerdos. O más simple aún: se quedan con ellos sin pagar. Spielberg no le pagó nada a la viuda de Schindler por contar lo que ella vivió. Luego tampoco tuvo ningún problema en fabricar suspense en un campo de exterminio, convirtiendo una cámara de gas en ducha'.
Sobre su costumbre de escribir sus diálogos a partir de citas de otros autores no ve en ello nada de peculiar. 'En las películas incluimos paisajes que nos gustan o que nos sugieren algo, fragmentos musicales que nos parece que ayudan a hacer sentir lo que queremos comunicar, entonces ¿por qué no debiera hacer lo mismo con las citas? Todos somos farsantes que sobrevivimos a nuestros problemas', dice recordando a Cioran y antes de concluir con san Agustín: 'A la gente le gusta tanto la verdad que incluso cuando dicen una mentira quieren que sea verdad'.
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