La generación del silencio y el olvido
Sólo un 32% de los jóvenes argentinos menores de 25 años saben que hubo un golpe militar hace ahora un cuarto de siglo
¿Sabes qué pasó en Argentina el 24 de marzo de 1976? ¿Sabes a quién se llama detenido desaparecido? ¿Oíste hablar de campos de concentración en Argentina? ¿Sabes lo que es eso? Sólo el 32% de los 150 jóvenes de entre 13 y 25 años consultados por la organización HIJOS (hijos por la identidad y la justicia contra el olvido y el silencio) puede explicar qué pasó hace 25 años. El 38% de los que respondieron al cuestionario reconoce que estos asuntos no le interesan demasiado. Pero hay dos palabras que para la mayoría, el 70%, resuenan como si rebotaran en el fondo de la memoria. Una es 'desaparecidos'; la otra, 'indulto'.
'Mi papá, desde que yo era niño, me transmitió un sentimiento de repulsión hacia las Fuerzas Armadas y sus métodos de control, pero nunca había podido sentir lo que él sentía porque, aunque no sea una excusa, no los viví', cuenta Pablo Andrés Iglesias, 19 años, estudiante. 'Pero hace dos años que convivo con un militar retirado, ex represor, esposo de mi mamá. Pasados los primeros meses comprendí su forma de pensar y su idiosincrasia. Para ellos la vida es un valor secundario. El 24 de marzo no me produce nada, porque no lo viví, pero creo que se debe hacer todo lo posible por recordar'.
'Fue una época demasiado dura e injusta, por eso tenemos que cuidar nuestra democracia'
Flavia Garrido, estudiante de secundaria, nació diez años después del golpe que encabezó el general Jorge Videla. En plena transición democrática, con las juntas militares juzgadas y condenadas, antes de que los carapintadas del Ejército de Tierra impusieran, con sus alzamientos y sublevaciones frente al Gobierno constitucional de Raúl Alfonsín, las leyes de Punto Final y Obediencia Debida para que terminaran los procesos iniciados a los mandos intermedios. Era el país de los sueños. Luego, en 1990, los indultos dictados por el Gobierno del peronista Carlos Menem decretaron la impunidad.
Flavia tiene ahora 15 años y un recuerdo preciso: 'Mi tía, mi tío, la mamá de mi tío, el papá de mi hermana, son todos mis familiares desaparecidos, asesinados porque querían un mundo mejor. El 24 de marzo de 1976, los militares tomaron el Gobierno y comenzaron una dictadura militar que trajo como consecuencia 30.000 desaparecidos. Yo sé que fue uno de los más grandes genocidios que hubo en Argentina. Esto no se puede olvidar porque nos involucra a todos. Yo no olvido ni perdono, quiero juicio y castigo a todos los culpables'. Flavia dice que sabe todo lo que ocurrió desde que tiene memoria, porque 'es como un gen' que está en la sangre de su familia: 'Es un gen tanto como que tengo ojos marrones, llevo encima la lucha y el repudio de mi familia'.
Clara Uranga, 16 años, nacida en Colombia, el país donde se refugió su padre, periodista argentino exiliado durante la dictadura, tiene claro que el golpe no se dio para 'salvar' a la patria: 'Los militares derrocaron a María Estela Martínez de Perón para torturar y matar a miles de personas que pensaban distinto; también se robaron los bebés de las mujeres secuestradas que estaban embarazadas. Fue una época demasiado dura e injusta del país, por eso tenemos que cuidar mucho nuestra democracia para que no se pierda'. Su amiga y compañera, Malena Gacitua, 16 años, 'fanática del Rácing de Avellaneda', coincide con ella, y agrega: 'La dictadura fue terrible, pero también el indulto. ¿Por qué los dejaron libres si ya habían sido juzgados y condenados? Para mí eso fue peor, porque si ellos no van a la cárcel, ¿quién va a ir?'.
La investigación de HIJOS indica, como una tendencia, que los estudiantes de bachillerato en escuelas públicas tienen mayor información y conocimiento que los de colegios privados. Los encargados de la encuesta creen que es una cuestión de 'libertad de expresión' de los profesores y, probablemente, de 'conciencia' de los padres. Esta semana en todas las escuelas públicas se dieron clases especiales de historia sobre el golpe de Estado, pero el programa tradicional de la materia no incluye los acontecimientos contemporáneos. La historia política reciente de los argentinos sale a la luz cuando son los propios estudiantes quienes demuestran interés en conocerla. En los colegios que dependen del Estado los profesores alientan y promueven la investigación, se forman equipos de trabajo y se elaboran monografías para complementar la información con la del resto de los compañeros.
Los hijos de los desaparecidos o los familiares de las víctimas participan como invitados de los centros de estudiantes para dar sus testimonios. En los colegios privados no hay 'instrucciones' expresas ni órdenes escritas sobre cómo deben ser tratados los acontecimientos de la década de los setenta, pero los profesores aseguran que se impone la autocensura porque la dirección, generalmente, les hace saber que 'no conviene' debatir en clase asuntos que todavía pueden provocar reacciones diversas entre los propios estudiantes y en sus familias.
Según la proyección del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), en Argentina hay 9.476.069 jóvenes entre 15 y 29 años y constituyen en conjunto el 26% del total de la población. Una mirada más en detalle permite observar que en los principales grupos urbanos viven unas 6.300.000 personas de entre 15 y 24 años. De ellos, el 44% no sigue estudios secundarios o universitarios. En consecuencia, casi tres millones de jóvenes en las grandes ciudades están fuera de la comunidad educativa. Sobre esa cantidad, 1.300.000 tampoco tienen trabajo. No estudian, no trabajan. Si se ajusta aún más el microscopio y se excluye a los que ni siquiera cumplen tareas en la casa, es posible concluir, según las estadísticas oficiales, que 900.000 jóvenes de áreas urbanas -14 de cada 100- entre 15 y 24 años no estudia, no trabaja y ni siquiera colabora en la casa. El sociólogo Agustín Salvia, investigador y profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, opina que 'es en esos hogares donde se sufre más directamente la desvalorización del capital material, social y cultural acumulado por anteriores generaciones, y en donde, finalmente, la posibilidad de delegar dicho capital a las nuevas generaciones de jóvenes se torna un hecho prácticamente imposible'.
Una investigación de la consultora Demoskopia en 1999, cuando todavía no se hacía sentir tan duramente la recesión económica que atraviesa el país, indicaba que el 63% de los estudiantes universitarios era 'escéptico' o tenía 'muchas dudas' sobre su futuro y el del país. La mayoría aspiraba a seguir sus estudios en el extranjero, el 52% deseaba 'irse'. En todas las encuestas los jóvenes ponen por delante 'la honestidad y la sinceridad' como valores que demandan de los demás.
Clarisa, uno de los miembros del equipo de investigación de HIJOS, recuerda su experiencia con un joven de 22 años que 'no sabía nada de nada' en el momento de responder al cuestionario de la consulta: 'Cuando terminé me preguntó de dónde era y comenzó a interesarse sobre cómo había vivido yo, qué me había pasado. Terminamos de hablar y se quedó un poco abatido. De pronto dijo: ¿Pero qué estuve haciendo yo durante todo este tiempo que no sé nada?'.
Hace tres años, la periodista argentina Gabriela Cerruti se decidió a descargar en un libro testimonial la angustia que sentía como parte de la 'generación del medio', aquellos que tienen entre 35 y 40 años. 'Nosotros somos los que quedamos en el medio de las dos generaciones, somos los hermanos menores de la gente que disfrutó y padeció los setenta, y somos los hermanos mayores de esta generación cínica de Internet'. Paso a paso olfateó su propia huella: 'Cuando yo tenía 14 años, mi mejor amiga era la hija de un torturador, el tigre Acosta, y yo estaba en su casa y no sabía nada... o sí, sabía, no lo sé. En mi carpeta tenía un logotipo que decía: 'Prohibido girar a la izquierda' y esto me parecía gracioso. Mandaba a Europa las tarjetas que salían con la revista Para Ti y que decían: 'Los argentinos somos derechos y humanos'. Eso no es indiferencia, eso es colaboración. Ahora, a la distancia, digo que fui cómplice. En ese sentido mi libro es una confesión y me hizo bien escribirlo, ahora sé quién soy. Es más fácil seguir viendo cuando uno sabe quién es'.
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