'El terrorismo es el reto sin resolver'
Considerado un especialista en la figura histórica de Juan Carlos I, Charles T. Powell (Madrid, 1960) arrastra, a su pesar, cierta fama de 'intelectual orgánico de la monarquía' porque hace 10 años ganó el Premio Espejo con su libro El piloto del cambio. El Rey, la monarquía y la transición española. Luego escribió dos obras más sobre el Rey, pero ahora demuestra que su interés principal es la transición con una nueva obra, España en democracia, 1975-2000, con la que ayer ganó el premio de ensayo Así fue. La historia rescatada, que convoca Plaza & Janés y está dotado con 10 millones de pesetas.
Doctor en Historia por Oxford, hijo de española e inglés y discípulo de Raymond Carr (él dirigió su tesis doctoral sobre la transición), se diría que Powell es especialista en historia viva. Su libro se atreve a llegar al año 2000, e interpreta en cuatro partes, nueve capítulos y un epílogo el 'complejo y polifacético' proceso de transición, los enormes cambios económicos y sociales acaecidos en España desde el tardofranquismo hasta ahora mismo, cuando el PP gobierna en mayoría absoluta el país.
'Barrionuevo no purgó el aparato antiterrorista heredado del tardofranquismo y la UCD'
Powell arranca en los años sesenta subrayando los aspectos de los últimos 15 años del franquismo que más incidencia tuvieron sobre los acontecimientos posteriores. Luego entra en el periodo 1975-82, la muerte del dictador y la aparición de los retos de la consolidación democrática. La tercera parte es la clave del libro y quizá la aportación más importante, pues estudia de forma global los 13 años del 'gobierno largo socialista', desde el triunfal 1982 a lo que él llama 'la legislatura de la crispación' (1993-96). El último capítulo (1996-2000) se titula La segunda alternancia.
Pregunta. Sorprende bastante que un libro de historia que se va a publicar en el año 2001 incluya en el título el 2000...
Respuesta. Quizá la prudencia aconsejaba no ponerlo, dada la cercanía de los hechos y la falta de perspectiva, pero al final decidí incluir ese último periodo para tratar de mostrar el impacto histórico de la alternancia entre los dos grandes partidos. Creo que el libro se quedaba cojo si no lo incluía, aunque para mí lo más importante era hacer el balance de esa larga etapa de socialismo, que estaba aún sin hacer.
P. ¿Y qué conclusiones saca de ese periodo?
R. Curiosamente, bastante favorables.
P. ¿Curiosamente?
R. Es que en este momento es políticamente incorrecto decir que el PSOE lo hizo bien. Pero es verdad. Tuvo grandes dificultades, al principio se vio obligado a salirse de su rol natural, a ser más un partido nacionalista que socialista, pero estableció la supremacía del poder civil sobre el militar, consolidó la democracia con la entrada en Europa y modernizó la economía. Y, al mismo tiempo, edificó el Estado de bienestar, dando carácter universal a la sanidad, la educación y las pensiones. Ése es el gran logro histórico del PSOE.
P. ¿Qué empezó a fallar luego, entonces?
R. El partido se enfrentó al dilema clásico de la socialdemocracia europea: cómo compaginar la equidad social con el crecimiento económico estable manteniendo su pacto con la gran base electoral de las clases media y obrera. En general, yo creo que ese pacto benefició más en los años ochenta a las clases medias que a las obreras, en cosas como el sistema de becas para la Universidad por ejemplo. Y, a pesar de ello, el pacto se mantuvo en pie hasta la crisis económica de 1992.
P. O sea, que la política del pelotazo en los ochenta no alejó a los trabajadores del partido.
R. No. La base obrera siguió fiel, porque Izquierda Unida no logró captarla. Pero las clases medias se fugaron, sobre todo por las subidas de impuestos. Solchaga animaba a la gente a enriquecerse y a pedir créditos, pero con esos tipos de interés nadie podía pagar las hipotecas. No fue un neoliberal sino un social-liberal. Aunque la causa de la ruptura del pacto fue eso que Maravall definió en 1995 como el choque del PSOE con la política real. El GAL, la corrupción, Roldán, Urralburu... Todo eso molestó mucho a los sectores más instruidos.
P. Y la gente se fue hacia el PP, a pesar de Naseiro, Palop, Cañellas, Burgos... ¿En qué medida influyó en eso la campaña mediática impulsada por Conde, los papeles del Cesid...?
R. Todos los partidos, excepto quizá IU, se financiaron irregularmente en los años ochenta. Pero el PSOE tuvo mala suerte, porque en Europa surgieron casos de corrupción general muy parecidos, sin las mismas consecuencias que aquí. Aquí funcionó el síndrome del taxista: 'Ese Roldán, que casi llega a ministro del Interior, se lo lleva crudo...'. Barrionuevo, un madero puro como Corcuera, no purgó el aparato antiterrorista heredado del tardofranquismo y de la UCD. Eso se volvió en contra del PSOE. Luego, Conde y Sancristóbal coinciden en la cárcel... Y todo produjo, como dijo Belloch, un clima de degradación moral muy perjudicial para el Estado de derecho.
P. Otros países, como el Reino Unido, practicaban también entonces la guerra sucia, pero allí no cayó el Gobierno...
R. Allí funcionaban mejor las instituciones democráticas, el ejercicio de la política y de la responsabilidad es más serio. Aquí los medios jugaron un papel espectacular porque las otras avenidas de limpieza estaban atascadas. La justicia iba a remolque de los delitos económicos y de los tratos de favor; el boom económico 1985-1992 favoreció mucho la corrupción, y el sistema estaba cojo porque el PP, entre el 77 y el 90, era un partido invotable. Como en Italia, había además un maridaje entre jueces y periodistas. Era mucho pedir que el Gobierno controlara todos esos fenómenos nuevos. La credibilidad se agotó, y todo acabó muy mal, sin tiempo para racionalizar nada. Felipe González debe explicar todavía muchas cosas, porque el sistema seguirá cojo si el PSOE no levanta acta de su pasado. Quizá unas memorias...
P. Hoy, la corrupción parece ser agua pasada, pese al caso del lino, las stock options, el pelotazo en Terra...
R. Bueno, el capitalismo es así, las stock options y la Bolsa existen en todas partes, nos gusten o no, y las subvenciones de la UE, que son el 2% del PIB, han causado problemas mucho mayores en otros sitios, como Grecia o Italia. Y sí, Telefónica ha entrado en los medios afines al Gobierno, lo que desde luego supone un intrusismo del Ejecutivo, pero ya no hay roldanes ni urralburus...
P. Parece que sólo nos preocupa ya el problema vasco. ¿Cree usted que eso tiene solución?
R. La única etapa en que ETA estuvo aislada de verdad fue en los años 88-89, cuando funcionó el consenso en el Pacto de Ajuria Enea y el de Madrid. La eficacia depende del consenso. Y la pregunta es: ¿Por qué el PNV decide que ya no le sirve eso en los años noventa? Me temo que porque nunca ha deseado de verdad la derrota moral, política y policial de ETA. Sería como una derrota propia. Su único objetivo es reforzar la unidad nacionalista, como se ha visto en el giro soberanista del 98. Su actitud me recuerda mucho a la del Zentrum alemán, que pensó que podría subirse, espolear y dominar a la bestia nazi sin darse cuenta de que la bestia acabaría devorándole. Es una postura demencial creer que ETA va a respetar al PNV si obtienen la independencia a punta de pistola. ¿Cómo un partido bienpensante y católico, que más que un partido es una iglesia, cree poder estar a salvo de la barbarie de ETA? El PNV se ha echado al monte, y eso mata. Por eso el libro sostiene que el terrorismo, la diversidad cultural, es el único reto histórico que debe resolver el nuevo régimen.
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