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La ruina de José Ares

El propietario de la vaca enferma de Galicia sufre una crisis nerviosa al confirmarse los análisis

Xosé Hermida

Una palidez fúnebre tiñó el rostro de José Ares cuando, ayer al mediodía, en la oficina comarcal de Extensión Agraria de Guitiriz (Lugo), le confirmaron que la vaca que se le murió el pasado 8 de diciembre padecía el temido mal. Mientras los empleados de la oficina le ofrecían una silla, su esposa fue al coche a por un tranquilizante. Ares, un ganadero de poco más de 40 años, acababa de perder sus 42 cabezas de ganado, que deberán ser sacrificadas en cumplimiento de las normas comunitarias. Cuando volvió a casa, se metió en cama y su familia tuvo que llamar al médico.

José Ares ya estaba 'enfermo de los nervios', como dicen sus vecinos de la parroquia de Mariz. Porque ésta no es su primera desgracia laboral: hace tres años, su explotación fue vaciada tras descubrirse una enfermedad infecciosa. Tuvo que reponer la cabaña, dedicada íntegramente al ganado de carne, y de la que viven también su esposa, su hijo y sus padres ancianos. Con el trabajo de todos, la granja se estaba recuperando del golpe.

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A José Ares se le murió una res el pasado 8 de diciembre. Era una vaca de seis años, fruto de un cruce, aunque con aspecto de rubia gallega, en la mejor edad para seguir criando y nutrir de terneros a la granja. El ganadero llamó a un veterinario particular, quien a su vez comunicó lo ocurrido a la Xunta de Galicia, ya que el animal presentaba síntomas nerviosos compatibles con la encefalopatía espongiforme bovina (EEB). El día 11 se tomó una muestra del cerebro en la misma explotación, que de inmediato quedó inmovilizada. Ayer por la mañana Ares recibió la visita de unos inspectores de la Xunta, que se llevaron sus libros de registro, aunque no le explicaron el motivo. Alarmado, el hombre se fue a la oficina de Extensión Agraria de Gutiriz, donde se pusieron en contacto con la Administración para confirmar los peores augurios.

Y el ganadero se derrumbó. A primera hora de la tarde, cuando los periodistas, los veterinarios de la Xunta, la Guardia Civil y la policía autonómica cercaban ya las inmediaciones de su casa, llegó un taxi con el médico del pueblo, que consiguió levantarlo de cama y reanimarlo un poco.

El delegado provincial de Agricultura, José Ramón Molinero, salió de la casa para hablar con los periodistas: 'Por favor, les pido que sean comprensivos y no acosen a esta familia, que lo está pasando muy mal'. Junto a la cuadra, las vacas condenadas al sacrificio pastaban tranquilamente y dirigían miradas perplejas a los extraños artilugios humanos que no cesaban de enfocarlas. La misma perplejidad que se adivinaba en los ojos de los demás vecinos de la aldea al ver pasar, entre las espesas cortinas de lluvia que azotaban la tarde, una inusitada procesión de coches, uniformes y cámaras.

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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