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Tribuna:CONGRESO DE LENGUAS MODERNAS EN WASHINGTON DC
Tribuna
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Récord de estudiantes de español en Estados Unidos JULIO ORTEGA

El congreso del año 2000 de la Asociación de Lenguas Modernas (MLA) empieza hoy en tres grandes hoteles de Washington DC, y ya una noticia inquieta en los pasillos: según un estudio de la asociación, la lengua española no sólo es, de lejos, la primera preferencia entre los idiomas que se estudian en Estados Unidos, sino que, entre 1995 y 1998, el incremento de su matrícula fue de un 8,3%, número récord que llega al 55% del total de estudiantes inscritos en clases de lenguas extranjeras. Un efecto de esa preferencia fue el incremento del portugués en un notable 6%, probablemente debido a los estudiantes que ya hablan español.Al revés de lo que observaba Juan Cruz en su columna (EL PAÍS, 22 de diciembre) acerca del lento incremento de lectores en España y América Latina, el crecimiento de los estudios del español en Estados Unidos significa también la multiplicación anual de lectores. Nuevos dilemas recorren los departamentos de español de las universidades norteamericanas, más allá del habitual ruido de sables.

Ocurre que en los últimos años los que empiezan la universidad hablan ya español, y hasta han leído novelas y cuentos de España y América Latina en español y en inglés. Los grandes agentes del cambio son los profesores que en los últimos años del High School recetan a sus alumnos (de unos 16 años de edad) cuentos de Borges, piezas de Lorca, novelas de Unamuno y de García Márquez, incluso Cien años de soledad. Por ello, estos estudiantes impondrán la reforma del tradicional método de la enseñanza del español como segunda lengua. La literatura será su nuevo abecedario.

Por lo pronto, el español es una lengua cada vez menos extranjera. Y para los estudiantes, la del viaje futuro, el semestre o año que deben pasar en alguna ciudad de habla española. Esta tribu del español reciente recorre ahora mismo nuestras ciudades con candor aprendiz. Hasta los chicos que invaden Barcelona para mejorar su español, lo logran a costa de un catalán módico.

No es fácil, sin embargo, introducir más literatura en la enseñanza del español. Sobran lectores pero faltan los libros. Los países hispánicos tienen más historia que libros, más arte que vídeos, más cultura, en fin, que programas en la red. Los libros de texto suelen ser convencionales y rígidos, y los panoramas de literatura, anticuados y fastidiosos. Casi todos los profesores preparan paquetes de fotocopias, luego del laborioso y costoso trámite de autorización. Pero muy pocos están contentos con los instrumentos a la mano. La red provee nuevas fuentes de lectura, aunque usualmente demasiado filtradas y descontextualizadas.

En mi universidad, la coordinadora de español, Tori Smith, me dice que no hay texto suficiente ni mucho menos ideal. Los estudiantes del doctorado de literatura, que dictan los cursos básicos, se convierten en actores del subjuntivo, en tunos extemporáneos, y expertos en el cine de Cantinflas. Los estudiantes tienen a veces la tarea de navegar El País Digital. Llegan a clase hablando marujatorres. En los cursos más avanzados, mis colegas asignan los tomos de Cátedra; Antonio Carreño, el unánime Quijote de Rico.

Penguin es una de las casas anglosajonas más alerta. En su serie española se pueden ordenar libros de García Márquez, Julio Cortázar y Rosario Castellanos que costarán unos 14 dólares al estudiante, mientras que el mismo texto producido en España costará 25 dólares. Además, es muy difícil obtener libros de países latinoamericanos; al importarlos, las librerías universitarias no pueden retornar los sobrantes. El libro español tiene mucho camino que recorrer en este mercado cada vez más diverso en tendencias y preferencias.

Para un curso sobre El amor en español, que acabo de concluir, me vinieron bien la antología de poesía amorosa de José María Anson; El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez; Veinte poemas de amor, de Neruda; Aura, de Fuentes; cuentos de Bryce Echenique y textos de la Mastretta. En este periodo de intenso estudio del mundo emocional, el curso revisó la historia cultural de la pareja, sus modelos retóricos, ritos de pasaje, drama y melodrama. Al final, les pregunté a los estudiantes quiénes habían seguido algún curso sobre mujeres escritoras, sexualidades o feminismos. Ninguno. ¿Y alguien quisiera tomar uno sobre escritoras en español? Nadie. Todos preferían el curso sobre Almodóvar, de mi colega Enric Bou.

Pasan así las teorías dominantes y los gustos militantes. También gracias a una literatura como la nuestra, que es anticanónica por vocación y relativista por convicción, y que desautoriza la voluntad de verdad de las agencias de lectura única.

Los libros en español están ayudando a formar nuevos lectores en este país, ampliando sus visiones y filiaciones. Esta literatura, se diría, los mejora como vecinos del mundo. Al final del Quijote o de Cien años de soledad, ya no son los mismos.

Al comenzar mi curso sobre la ficción de Gabriel García Márquez les pregunto quiénes no han leído Cien años de soledad. Siempre hay unos seis o siete neófitos entre los cincuenta iniciados. Qué suerte tienen, les digo, no saben lo que les espera. Pero sí lo saben, y sonríen beatíficos.

Julio Ortega es director del Proyecto Trans-Atlántico en la Universidad de Brown.

Babelia

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