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Niñas que no van al instituto

Evitar el absentismo escolar de las hijas de 12 a 13 años de edad de familias musulmanas de determinados orígenes -que abandonan la escuela para cuidar de sus hermanos o para ser prometidas en matrimonio- es uno de los problemas a los que se enfrenta la comunidad escolar en los barrios barceloneses y del cinturón industrial donde la presencia de alumnos de familias inmigrantes empieza a ser elevada.La tradición de algunos de sus países de origen priva a las mujeres desde la infancia de un derecho tan fundamental como el de la educación. Evitar que esto ocurra requiere un considerable esfuerzo por parte de las autoridades escolares. La entrada en la adolescencia resulta fatídica para algunas niñas porque sus padres deciden recluirlas en el domicilio familiar. Suele coincidir con el final de la Primaria y el comienzo de la ESO, que supone dejar la escuela y pasar al instituto, que algunas de ellas nunca pisarán. Por eso no es fácil detectar estos casos y cuantificar el alcance de un problema que ya nadie niega.

Para combatir el absentismo existen una serie de mecanismos legales que, en los casos más extremos, contemplan incluso retirar la la patria potestad a los padres. La realidad demuestra que se produce una cierta tolerancia con aquellas familias extranjeras que argumentan que retener a la hija en el hogar es un rasgo cultural propio, como recientemente reconoció públicamente el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol. Entre el profesorado, sin embargo, no hay ninguna duda de que las perjudicadas son las chicas y de que la permisividad contribuye a perpetuar la inferioridad cultural femenina que se da en sus países de origen.

El absentismo de las menores no es nuevo para los docentes catalanes. Tradicionalmente se produce una situación similar en el seno de la comunidad gitana, donde las familias continúan dando de baja a sus hijas en la escuela a edad temprana para que se ocupen de sus hermanos menores.

El problema estriba en encontrar canales ágiles para combatir esta práctica en un tiempo razonable. Como explica Josep Ignasi Almirall, director del Instituto Miquel Tarradell, del barrio barcelonés del Raval, cuando las faltas de un alumno empiezan a ser demasiado frecuentes -ocho en un mes- el primer paso es hablar con la familia. Si por esta vía no se obtiene ningún resultado, son los servicios sociales los que acuden al domicilio de la alumna y redactan y mandan luego un informe a la dirección general de la Atención a la Infancia para que lo transmitan a la fiscalía.

Sin embargo, completar este proceso puede llevar casi un año, con lo cual la estudiante pierde un curso entero. Tal vez por eso los maestros prefieren acudir a alternativas menos traumáticas para todos, intentando convencer a los padres por las buenas de que lo mejor para el futuro de sus hijas es prolongar su formación académica. En estos y otros casos, en los que se producen encontronazos entre diferentes culturas, la dirección de los centros aplica el sentido común.

No faltan ejemplos que ilustran las novedades que tienen como escenario unas aulas donde la creciente multiculturalidad resulta altamente educativa para unos estudiantes que aprenden deprisa una asignatura que no figura en el temario pero que consiste en convivir con la diversidad. En la escuela pública Llibertat, de Badalona, una alumna de 6º de EGB, de 11 años, acudió cierto día a clase con velo. Según explica el jefe de estudios, Sergi Sabater, el asunto lo sacaron a relucir sus compañeros en una asamblea donde un chico preguntó: ¿por qué razón a aquella niña la dejan llevar pañuelo, si la normativa del colegio prohíbe a todos asistir a clase con gorra? La chica se dio por aludida. Entendió enseguida que al chaval no le faltaba razón y al llegar a casa les dijo a sus padres que había decidido no volver a lucir en clase el shador.

Sorprende favorablemente la actitud abierta de los enseñantes frente a las nuevas situaciones. Cuando llega el mes del Ramadán, en el que los musulmanes ayunan durante el día, cada escuela busca la alternativa más idónea para todos. En la escuela pública Llibertat la solución partió de un matrimonio que, para no renunciar a la beca del comedor de su hija, propuso que le guardaran la comida del mediodía en una fiambrera para que pudiera poder ingerirla por la noche. Retirar la carne de cerdo del menú se respeta sin mayores inconvenientes de los que plantea una dieta adaptada a escolares alérgicos.

Entre la población de origen magrebí está muy arraigada la disciplina escolar y en general los padres procuran que sus hijos no falten a clase. No sucede lo mismo con los paquistaníes. Algunos centros, como el IEP Miquel Tarradell, con un alumnado integrado en un 50% por inmigrantes, constatan que son más proclives a retirar de la escuela a las niñas. En este colectivo el profesorado percibe cierto temor familiar a la hora de matricular a sus hijas. En el instituto barcelonés del Raval, su director Josep Ignasi Almirall opina que tal vez no es otra cosa que el temor a lo desconocido de personas que acaban de llegar a un país extraño.

Cuando los maestros detectan este tipo de situaciones las intentan subsanar hablando con los padres aunque no siempre consiguen su objetivo. A este hecho obedece seguramente el que el alumnado de origen paquistaní sea mayoritariamente masculino. En el instituto del Raval, el número de niños matriculados de esta nacionalidad triplica al de niñas.

La riqueza multicultural que se respira cada vez más en clase produce a veces situaciones curiosas y divertidas. En otro instituto público, el Terra Roja de Santa Coloma de Gramenet, buen parte del alumnado foráneo procede de China. Pero no es el único: en otros centros no muy alejados geográficamente, como el situado en el barrio badalonés de La Salut, el Badalona-10, también constatan que la comunidad escolar china cada vez es más numerosa. En el IEP Salvat-Papasseit de la Barceloneta, su directora Montserrat Sala no oculta su admiración por dos hermanos paquistaníes que han logrado hablar un correctísimo catalán en un tiempo récord.

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