Legionella
Con el abandono de la oposición de la comisión de investigación sobre la legionella, al PP apenas le quedan recursos para reconducir un proceso que cada vez se aleja más de sus manos. La escena posterior a la salida de este órgano huero de los diputados del PSPV y EU, en la que Alejandro Font de Mora preguntaba a Serafín Castellano sobre las medidas tomadas por el Consell para atajar el brote infeccioso, era un insulto a Ionesco. Se trataba, sin duda de la imagen política más patética ofrecida por el PP desde que conforma el gobierno de la Generalitat, a años luz de los patinazos de José Joaquín Ripoll y José Luis Olivas, con el pufo de los pinchazos telefónicos y el proyecto del Huerto de Getsemaní que iba a sustituir a la Ciudad de las Ciencias. El Consell no ha logrado cumplir en estos 15 meses de azote epidémico la regla de oro de la política, que consiste en llevar la iniciativa al mismo ritmo que se consumen las coyunturas. Aunque, dicho sea de paso, tampoco le ha correspondido este honor a la oposición, cuyo principal partido continúa entretenido orgánicamente en 1995. La continuada falta de reflejos del Consell en los tres brotes de legionella de Alcoy no sólo ha dejado al PP en situación de máxima vulnerabilidad coyuntural, sino que quizá haya quebrado en la sociedad la capa de inmunidad estructural de que había gozado hasta ahora y que le había permitido atravesar indemne varios chaparrones parlamentarios. El terrible asunto de la legionella, con sus vacilaciones, chapuzas y víctimas, marca un antes y un después en el PP y acaso en las relaciones con una oposición que ya no tolera que le tomen el pelo. El presidente del Consell haría bien en aplicarse el diagnóstico político más inteligente oído a propósito de la epidemia, y que pertenece sin embargo a un hombre de vuelo político gallináceo como Miguel Peralta: "Tenemos un enemigo muy pequeño y un problema muy grande". Y no lo arregla ni la comparecencia de Josep Sanus ante la comisión pagando todas las facturas que debe a Eduardo Zaplana. Ni cargándole el muerto a Sanus, que es la última farmacia de guardia.
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