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Mucho más que música

La puesta en escena era una cuestión capital para Verdi, profundo conocedor de los mecanismos teatrales. La ópera, él lo sabía bien, descansa no sólo en la belleza de las notas sino en la magia de un escenario. Después de componer la trilogía popular, integrada por tres de sus obras más admiradas: Rigoletto, Il Trovatore y La Traviata, Verdi se estrella con Simon Boccanegra, cuyo estreno en La Fenice de Venecia, en 1857, fracasó. El autor es consciente de que algo falla en la obra, ajeno a la propia música. Tanto es así que decide retomarla y hacer importantes cambios. Arrigo Boito, su estrecho colaborador, rehará el libreto y el compositor tomará las medidas oportunas. Verdi se había dado cuenta de que la obra resultaba monótona por el exceso de escenas de interior. Nuevos figures y escenario hicieron que Simon Boccanegra triunfará en La Scala de Milán 20 años después.

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Años después, le ocurriría algo similar con La Forza del destino, escrita para el Teatro Imperial de San Petersburgo y estrenada en 1862. El autor no quedó contento del final ni de otras escenas y procedió a reestructurarla. Encargó un nuevo libreto a Antonio Ghislanzoni y rehizo él mismo parte de los temas musicales. La versión nueva se estrenó en febrero de 1869 en La Scala con notable fortuna.

Nuevamente la necesidad de dar más fuerza a la escena y de contar con figurines más bellos llevó al maestro a modificar un trabajo concluido.

Aida fue en este aspecto un éxito total. El estreno en La Scala de Milán, un año después de la presentación en El Cairo, estuvo supervisado por el autor, que quiso respetar el montaje egipcio hasta en el más mínimo detalle. El exotismo del escenario, obra de Girolamo Magnani, triunfó absolutamente y se hizo famoso en el mundo.

La exposición del Palacio Real dedica un enorme espacio a presentar el proceso creativo de estos montajes. Los figurines de Otello o Falstaff, merecen por sí solos una muestra y su belleza queda algo perdida en el conjunto abrumador de las salas.

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