Las vacas no están locas
Parece ser, según informes de expertos y del mismísimo consejero de Agricultura, que las vacas en Euskadi no están locas. Será de lo poco que queda por enloquecer en estos pagos. La causa reside en que no se les ha alimentado con ese pienso constituido con elementos orgánicos de miembros de su propia especie. El organismo, aunque sea el de las vacas, no admite el canibalismo.Por el contrario, aquí, en Euskadi, la especie humana está loca. En nombre del pueblo vasco se asesina a inocentes y desde esa aberrante práctica, la existencia de inocentes asesinados, se levanta todo un edificio ideológico y político que demuestra la existencia del conflicto por la existencia de muertos. Y por haberlos es necesaria la "democracia vasca", el "soberanismo" y la "autodeterminación". Desde el canibalismo social se monta toda esta fachada que pone al día, maquillándolo superficialmente, el autoritarismo y la xenofobia.
Es un canibalismo más estúpido que el mismo nazismo, que no atacaba de esta manera tan grosera a los periodistas, y cuyo nivel de crueldad depende sólo del tiempo. Del tiempo que le quieran otorgar los bien intencionados que creen como si fuera un fetiche, a falta de capacidad de pensamiento más complejo, en el diálogo y en la negociación. Con lo caníbales no se negocia, se les pide que no sacrifiquen seres humanos, aunque sea con el excelso fin de deglutirlos en un proceso de liberación nacional. Mirad, chicos, que esas no son formas. No se negocia aunque tuvieran razón, porque la imponen con violencia, haciendo de la violencia la única razón.
Ese pienso debe de saber bien y da bueno resultados en el engorde. Pasta de muertos mezclada con cereales; el que prueba repite, y su textura debe residir en los huesos. Una vez que se han superado las naúseas, saltando la barrera moral de la aceptación de la muerte como arma política -en el banquete de Lizarra, por ejemplo-, se pasa de la euforia a la alucinación: unos pocos muertos dan lugar a tanta importancia política.
Pero los primeros síntomas de la enfermedad se manifiestan en la parálisis provocada por la encefalopatía espongiforme. El Gobierno vasco no sabe salir de ésta. "Qué hacemos? ¿seguimos así?", se pregunta en público el lehendakari. Si en la mesa de Lizarra se probó del manjar de la violencia política mezclado con las reivindicaciones soberanistas, la parálisis antecede a la locura: igual la solución está en ceder. Convocar elecciones, no; ceder.
Y el mismo día, a las pocas horas del bombazo fallido a la familia de los periodistas, el Consejo de la Ertzaintza, con esprit de corp, siguiendo el modelo endogámico que es el causante de los Rh negativos, denuncian la visión parcial y distorsionada que de la policía vasca dan algunos sectores políticos y mediáticos con el fin de "utilizarla como institución para polarizar, aún más si cabe, la distorsionada y delicada situación política". De seguir este proceso endogámico y victimista, el nacionalismo comerá el pienso, y además aliñado con sus propios errores.
Hay que escaparse de ese pesebre. Hay que observar el patriotismo en la integración, en la complementariedad y en la democracia, entendiendo que es una auténtica suerte que podamos ser vascos, españoles y europeos, variedad de menús, alimentandonos de la proporción de pasto de las diferentes praderas que cada cual desee.
Que no nos amputen nuestro ser desde el canibalismo, porque la endogamia, la pureza, el victimismo, sólo conduce a nuestra desaparición como pueblo. Las vacas de por sí no están locas. Las que lo están es porque hay hombres que les dan piensos envenenados. De vivir ahora Kafka el cuento sería la conversión de la vaca en Ibarretxe.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.