No basta con ser blanco
El ingeniero de telecomunicaciones Alfonso Troya, de 25 años, esperaba el tranvía cuando le atacaron los cabezas rapadas una noche del pasado enero. Eran tres y le preguntaron si tenía fuego, si era católico y si era ruso. Alfonso dijo que no fumaba y que era español. El cabecilla le tendió la mano, y cuando el barcelonés, por evitar problemas, le alargó la suya, el pelado le clavó el puño en el rostro. "Tú no eres quién para saludarme", le advirtió.Troya es un científico del IHP (el instituto de física de semiconductores Innovations for High Performance Microelectronics), una institución de vanguardia para el desarrollo de las altas tecnologías, financiada por el presupuesto federal y regional. Ciento ochenta y ocho personas, entre ellas 24 extranjeros, trabajan en este ambicioso centro de Francfort del Oder.
"Creía que bastaba con ser blanco y con poner cara de mala leche para que no se metieran con uno, pero aquí ser alemán occidental ya es un problema", dice Troya, cuyo trabajo de doctorado apunta hacia los móviles de la cuarta generación. La policía tardó un mes en invitarlo a identificar a su agresor y no vigila la estación de ferrocarriles. "Los científicos hemos hecho guardia por turnos", dice Alfonso.
Como su compañero de despacho -un indio-, Troya se ha mudado a Berlín. Ahora recorre en tren los 80 kilómetros que separan la capital de Francfort del Oder. Su jefe, Rolf Kraemel, ha declarado la guerra a los ultras. "Hay que expulsarlos de la ciudad. O ellos o nosotros", dice, a punto de emprender una gira de reclutamiento de especialistas por China, India y Rusia.
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