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Una exposición sobre Cleopatra desvela el talento político de un mito literario

El palacio Ruspoli de Roma reúne 350 objetos de museos de todo el mundo

No se parecía ni remotamente a las bellezas de Hollywood que han tratado de representarla. Cleopatra VII (69-30 antes de Cristo), descendiente de la dinastía greco-macedonia de los Ptolomeos, última reina de Egipto, fue una joven de rasgos aguileños, conversadora fascinante y estadista extraordinariamente hábil, que logró mantener la independencia de su país frente al poder creciente del Imperio Romano. Una exposición inaugurada en el palacio Ruspoli de Roma descubre, a través de 350 objetos procedentes del British Museum y una quincena de museos del mundo, el más probable perfil de la soberana, mitificada por la literatura y el cine.

Estilo

Reconstruir la historia verdadera de la soberana egipcia es, seguramente, una tarea que supera a los historiadores; sin embargo, la exposición, preparada por expertos de arte antiguo del British Museum y de la Fundación Memmo de Roma, consigue poner en pie una plausible teoría sobre su azarosa vida, que duró apenas 39 años. Para ello se han reunido esculturas, mosaicos, monedas, joyas y figuras diminutas que testimonian el desarrollo de Egipto durante la dinastía de los Ptolomeos, establecidos en el antiguo imperio tras ser conquistado por Alejandro Magno tres siglos antes del comienzo de la era cristiana. La muestra incorpora algunos hallazgos arqueológicos del siglo pasado, como el hermosísimo Mosaico con perro encontrado en Alejandría. Pero, sobre todo, restituye a Cleopatra su verdadero rostro. El de una mujer de óvalo redondo, nariz larga, ojos grandes y boca dibujada hacia abajo. El rostro de una mujer poderosa, completamente alejado del de la apasionada amante dispuesta a suicidarse por amor que ha establecido la leyenda. "La exposición la representa como reina y no como amante", explica Susan Walker, directora del departamento de Arte Antiguo greco-romano del museo londinense. Ello ha sido posible gracias a la recuperación de siete estatuas de Cleopatra atribuidas hasta ahora a otros personajes.

En realidad, como apunta Luciano Canfora, estudioso de la Biblioteca de Alejandría, más que la pasión, fue el cálculo político y el instinto de supervivencia lo que empujó a la reina de Egipto a convertirse en amante de Julio César, primero, y de Marco Antonio, después, antes de suicidarse el año 30 antes de Cristo, obligada prácticamente a ello por el nuevo potente romano, el que sería emperador Octavio Augusto.

La más hermosa versión de Cleopatra la ofrece al visitante la estatua de basalto procedente del Museo del Ermitage de San Petersburgo, que la representa en posición rígida, al estilo egipcio. En ésta como en los bustos en los que la soberana aparece retratada a la griega, con rizos sobre la frente, o incluso a la romana, sobre su cabeza aparece el símbolo de las tres serpientes, característico de su reino.

Cleopatra había accedido al trono de Egipto con apenas 17 años y contraído matrimonio, como era preceptivo, con uno de sus hermanos, Ptolomeo XIII, de apenas 12 años de edad. Pero el reino de Egipto estaba en profundo declive, acosado por guerras fronterizas y por la pujanza del Imperio Romano que, bajo la dirección de Julio César, avanzaba implacable.

Cleopatra, que hablaba nueve idiomas (entre ellos el egipcio y el griego, aunque no el latín), recurrió a todas sus artes para conquistar a César, con el que tuvo incluso un hijo, Cesarion, y mantener en pie su territorio. Durante la etapa de su unión con César, la reina de Egipto visita Roma entre los años 46 y 47 antes de Cristo, dejando una profunda huella en la ciudad. Su presencia contribuye a la difusión del culto en la capital imperial a algunas divinidades egipcias, Isis y Serapide, entre ellas, a las que se edificaron templos en el centro de Roma.

El estilo personalísimo de la reina fue imitado por las damas romanas, como lo demuestran algunos retratos de jóvenes encontrados en las casas ricas de Pompeya y Herculano, traídos desde el Museo de Nápoles para completar la visión de la vida de la reina egipcia. Lo mismo que los bustos magníficos de César, cuyo asesinato, el año 41 antes de Cristo, obliga a la reina a regresar a Alejandría desde donde sigue con interés los acontecimientos de Roma. En la capital del imperio hay un nuevo hombre poderoso, Marco Antonio, y la reina de Egipto se dispone a conquistarlo. Se cuenta que Cleopatra acudió al encuentro con el general romano vestida como la diosa Afrodita, a bordo de un velero con velas de color púrpura. Lo cierto es que la relación entre ambos, además de producir tres hijos, restituyó a Egipto Chipre y una parte de Siria. La historia la ha juzgado, al menos hasta hoy, bajo el prisma negativo de la visión de Augusto, enemigo encarnizado de la soberana que ordenó destruir templos, estatuas y retratos suyos, intentando borrar su memoria. Pero Cleopatra ha resistido la embestida y se presenta ante el público de hoy, con su proprio rostro, mucho más seductora.

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