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ANATOLI UGORSKI - PIANISTA

"La crisis incentiva la creación artística en Rusia"

Jesús Ruiz Mantilla

Anatoli Ugorski distingue a sus seguidores por la garganta: "El público se diferencia entre los que tosen y los que no tosen", cuenta. Huye de las escuelas y de las etiquetas. No se siente parte de la tradición pianística rusa. "Me represento a mí mismo", dice. Pero por la boca muere el pez, y es así como se delata como miembro de la misma: por su insobornable individualismo. Esta semana actúo en Madrid, dentro del ciclo Grandes intérpretes, organizado por la revista Scherzo. Durante esta temporada repetirá en la capital con la Orquesta Sinfónica de la Comunidad de Madrid y acudirá también a Sevilla y Cuenca.Llega un tanto ansioso, con su chaqueta gris grande, sus zapatos marrones de invierno, sin peinar, algo ojeroso por el estudio y los traslados. Se sienta y desenfunda una cajetilla de tabaco light, saca un cigarrillo y deja otro asomando del paquete: para no perder el ritmo. Uno diría que le molestan las entrevistas, pero pronto se le pasa el efecto gruñón, porque lo que sí se nota es que, sobre todo, le gusta hablar de música. Tanto como echar flores a los aficionados españoles, "muy correctos", según él. O sea, que carraspean poco, si nos atenemos a su definición de público, que explica: "A los músicos, cuando estamos en el escenario no nos gusta que nos molesten, estamos en situación especial. El público, por una parte, molesta, y, por otra, ayuda. Si yo me equivoco en algún momento y alguien tose, aunque no sea así, creo que se ha dado cuenta del error, lo percibo como una reacción, una protesta, y me crea, por tanto, inseguridad".

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La conversación sigue con la escuela pianística rusa, esa que mezcla una técnica sobrenatural y un individualismo feroz, dos extremos: "No soy miembro de ninguna corriente. Me represento a mí mismo. No me gusta generalizar. Soy ruso y también me siento alemán. En Canadá surgió Glenn Gould y no por eso se habla de una escuela canadiense. Lo interesante es el individuo, aunque, claro, nadie puede negar los orígenes". Él los lleva marcados aunque hace diez años abandonara su país -donde había sufrido el ostracismo lejos de los escenarios- y deportado en escuelas de parajes perdidos por su empeño en defender a compositores contemporáneos y se instalara en Alemania, en una pequeña ciudad cercana a Hannover, previo paso por un campo de refugiados. "Sólo me quedan buenos recuerdos de aquella época, que no es tabú en mi vida", confiesa. De todas formas, ahora observa Rusia con distancia pero con esperanza en lo artístico. "La historia de nuestro país es trágica y sigue su curso igual. No vemos la luz al final del túnel. Ahora creo que, artísticamente, esa mala situación contribuye al impulso creativo, algo que en Occidente, con toda la estabilidad y el bienestar, no ocurre. Aquí no se respira creatividad".

En Alemania empezó su aventura en el Oeste y su carrera imparable de número uno del piano cuando contaba 48 años. Pero nunca es tarde, y ahora, con 58 tacos, explica sus secretos: "Tengo éxito en Occidente no por ser ruso, sino porque propongo algo diferente", explica, por ejemplo, en sus interpretaciones y su visión de Bach. "Bach sigue siendo inmortal porque es moderno, y no posmoderno", define, para acto seguido, como buen pianista fiel a sus principios y a su instrumento, meterle algunas pullas a la Corriente Auténtica, esa que trata de revivir épocas como el barroco, principalmente, con instrumentos de época. "No me gustan la modas y las tendencias esas que nos dicen ahora que hay que tocar a Bach como en su tiempo. Respeto la realidad y la verdad histórica, pero el presente es lo que cuenta, aparte de que Bach, a lo que daba importancia era a la música y no al instrumento. Es más, escribió conciertos para violín que no le importaba que se interpretaran con teclado, por ejemplo".

Además, da su definición de lo que considera auténtico: "Lo auténtico no es una verdad absoluta, es relativo, es algo que tiene que ver con la comunicación humana, una percepción. Por otra parte, puedes ir a una tienda a pedir un abrigo de piel auténtico, pero un Bach auténtico no se puede pedir, lo tendríamos que resucitar", dice. Y sigue: "En nuestra visión e interpretación de Bach hoy debemos tener en cuenta los 300 años de historia que nos separan y las aportaciones de otros músicos que han existido en medio: las de Liszt, las de Busoni y las auténticas lideradas ahora por Harnoncourt han dejado su huella en él y no debemos ser indiferentes a las mismas", advierte. "También pienso que para acudir a un concierto de músicos de la Corriente Auténtica no deberíamos ir en coche o en avión, vestidos como vamos ahora, ni hacerlo en auditorios modernos, si queremos hacer las cosas bien". Es su última palabra al respecto.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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