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48º FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

Mathieu Kassovitz cierra el concurso con otro 'thriller' pretencioso y hueco

Finaliza hoy una edición del festival que ha dado los mejores filmes fuera de competición

El director francés Mathieu Kassovitz, que con su segundo y muy sobrevalorado largometraje El odio se convirtió en 1995 en una especie de totémico revulsivo juvenil del cine de su país y que dos años después (1997) se ganó con su tercer filme, Asesino(s), en el mismo marco del Festival de Cannes, uno de los más feroces abucheos que allí se recuerdan, reincidió ayer, con Los ríos de color púrpura, en el mismo modelo de thriller rimbombante, petulante, enfático y hueco que le encumbró antes de tiempo y luego le hizo morder el polvo del fracaso, quizás también prematuramente.

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Imagen despótica

Se cerró ayer el concurso de esta edición del festival donostiarra, a la espera de la lista de los premios que se dará a conocer hoy, con esta, ciertamente más llevadera que las anteriores, reincidencia del joven divo francés Mathieu Kassovitz en el modelo de thriller (una rimbombante, muy enrevesada y completamente retórica variante del relato negro tradicional) que él considera una parte irrenunciable de su voluntad de estilo y que, en cambio, otros (entre ellos, este cronista) juzgan una impostura encubridora, por voluntariosa que sea, de la falta de estilo de este cineasta, excesivamente obsesionado por la originalidad pero todavía carente de una auténtica mirada propia.No obstante, en Los ríos de color púrpura, Kassowitz ha sido más cauto, más prudente y astuto que lo fue antaño, y se ha curado en salud, aceptando y manejando claves del viejo género negro y aligerando de morralla seudofilosófica este su modelo de thriller de autor que le proporcionó con su anterior película, Asesino(s), uno de los más unánimes, virulentos y tumultuosos rechazos que se recuerdan en los anales del Festival de Cannes. No incurre esta vez Kassovitz en la candorosa prepotencia de rodar cuanto se le pone entre ojo y ojo y darlo como cine de alto compromiso poético y político. Ha medido más detenidamente las consecuencias de las cosas que se le ocurren a bote pronto y se ha cubierto las espaldas con un guión de corte mucho más convencional y fiel a las normas y las servidumbres del cine de intriga.

Los ríos de color púrpura podía haberse convertido en una película muy trepidante, sencilla, tensa y plenamente divertida si Kassovitz hubiera desplegado la habilidosa trama argumental que maneja sin la pretensión de resolver con ella algunas turbulencias y turbiedades del enigma del fascismo que viene. Pero el gesto intelectualizador y el prurito de autoría le han gastado al cineasta francés otra mala pasada, aunque esta vez de consecuencias mucho más benignas que las del desastre de Asesino(s).El dúo de policías protagonistas del filme que forman los estupendos Jean Reno y Vincent Cassel empuja con nobleza y eficacia desde la pantalla para que se cumpla entre las butacas su derecho a seducir a la gente que las ocupa. Y casi lo consiguen por su cuenta. Pero hay que decir casi, porque la hueca y altisonante voluntad de estilo de Kassovitz, mezclada posiblemente con una gota de vanidad, no les deja a los actores el campo libre que necesitan; y unas veces desde retorcimientos y oscurecimientos arbitarios de la imagen, y otras con el martilleo de una ensordecedora banda sonora, hace Kassovitz lo imposible para ser él, desde detrás de la cámara, quien se adjudique la autoría del milagro de la seducción, un milago que obviamente así nunca llega. Y, aunque esta vez en medio de aires menos enrarecidos y más llevaderos que en su obra precedente, recupera Kassovitz su gusto por la imagen despótica para fingir que hace cine libre.

Imagen no despótica, pero sí mareante de puro opaca e insegura, además de con aires de obra de aficionado, es la de otro francés, Nicolas Klotz, director de la infumable Paria. De mayor interés es Rostro, curiosa película japonesa dirigida por Junji Sakamoto, muy lúgubre y amarga, que cuenta con una excelente interpretación de Naomi Fujiyama. Y el buen dramón rural irlandés Country, dirigido por Kevin Liddy, muy bien interpretado por un competente reparto coral que sabe depositar en la imagen algunas caricias muy eficaces de sentimentalismo.

Y nada más, o poco más, en el concurso, que este año se queda corto, con muy pocas películas de gran talla que permitan augurar un premio seguro para ellas. El reparto de galardones puede repartirse este año con alguna justicia entre las francesas Las flores de Harrison y Bajo la arena, la coreana Perro ladrador poco mordedor, las españolas La comunidad y El otro barrio, la mexicana La perdición de los hombres, la sueca Antes de la tormenta y la alemana Alaska.de., o incluso el disparate de que algo le caiga a Kassovitz. Nada se sabe, nada se entrevé, nada se adivina. El jurado no lo tiene fácil.

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