Arturo Ripstein alarga hasta el exceso un magnífico mediometraje y hace de él un deficiente largometraje
La perdición de los hombres era inicialmente un sorprendente, terrible y, sin embargo, muy divertido mediometraje titulado Dos deudas. Fue rodado hace unos años por Arturo Ripstein en blanco y negro, iluminado con la cruda luz natural de un polvoriento cruce de caminos y luego en el blancuzco y agobiante interior de una mísera chabola situada en una curva de ese camino. Dos siniestros tipos con pinta de palurdos descerebrados e indigentes matan brutalmente a palos a otro con no mejor pinta y que parece un bracero. No hay razones o evidencias verbales y visuales que nos expliquen los motivos de ese brote de salvaje violencia homicida. En el debate posterior de los dos asesinos lo poco que se trasluce casi se reduce a que los zapatos del astroso muerto son nuevos, puntiagudos y pintureros, y le gustan a uno de sus verdugos, que se los calza. Tan sólo esto, nada más que esto y el resultado es puro cine esperpéntico de magnífica fuerza e inexplicable gracia soterrada. Una joya.Paz Alicia Garciadiego, formidable escritora, desde hace cosa de una década, de los guiones que rueda Ripstein, ha tirado del hilo del mediometraje y ha hilvanado una trama que alarga su media hora a casi dos horas. Dos largas y espléndidas escenas, las del velorio y la de la revancha de la mujer del muerto contra uno de sus asesinos, son dignas del puñetazo de talento que hay en el mediometraje desencadenante, y nos inundan con una hora larga de cine a la altura del arranque.
Un nuevo alarde del incomparable ingenio idiomático coloquial de Garciadiego redondea esta parte de la conversión de Dos deudas en La perdición de los hombres. Pero un nuevo alargamiento de otras dos o tres escenas, hasta llegar a las casi dos horas del montaje final, rompe el equilibrio y hace perderse a la crucial zona de desenlace del filme en un aburrido estancamiento, en un rizar el rizo sin lograr un verdadero avance en el juego de los personajes. Y esto quita mucho de la fuerza y la contundencia que ofrecía la concisión, la gracia esperpéntica y la dinamita transgresora que tenía Dos deudas y las primeras escenas añadidas. Y el genial mediometraje se arruga en un largometraje formalmente repetitivo y por ello deficiente.
Babelia
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