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Las castañas y el fuego

Me contaron que, en su paseo por el escaparate del Festival de Venecia, que le ha convertido en uno de los más renombrados actores europeos, Javier Bardem comentó en tono de queja que no entendía, pues le parecía contradictorio o arbitrario, por qué algunos comentarios críticos (entre ellos el escrito por este cronista) alabaron e incluso encumbraron su trabajo en la película Before night falls mientras ponían peros o rechazaban al filme en su conjunto, y en especial al trabajo de su director, Julian Schnabel. Honra a Bardem su fidelidad a los esfuerzos en que se enrola y a las personas con quienes los emprende, pero me temo que lo que él considera contradictorio o arbitrario a este lado de la pantalla ha sido cargado de coherencia por quienes, por pasión o por oficio, abren los ojos cada día en busca de lo que no se ve en la superficie de las pantallas pero que, aunque no se vea, ocurre realmente tras ellas. Y detrás de las pantallas hay, bien visibles si se saben rastrear, huellas de incontables películas deficientes o deficientemente dirigidas que contienen interpretaciones buenas e incluso excelentes. Y es cosa sabida que abundan los directores que pasan por ser creadores de la bondad de películas cuyas bondades en realidad provienen de sus intérpretes, que son quienes así sacan las castañas del fuego a los directores autores de la quema.Hay muy célebres películas que sólo sostienen quienes dan la cara en ellas. El último tango en París es la más socorrida, a causa del seco puñetazo de evidencia que es la forja por Marlon Brando de la columna vértebral de un filme mortalmente herido por arritmias y altibajos. Pero hay que añadir que ésta no es la única vez que el actor Brando sacó (como Bardem a Schnabel) las castañas del fuego a su director, ya que también se quemó las yemas de los dedos agarrando por las solapas a la endeblez del director Brando en El rostro impenetrable. Y esto y más cabe decir del muy oscarizado Barry Levinson, que en Rain man da un curso de dirección epidérmica a un filme que contiene actuaciones profundas de Dustin Hoffman y Tom Cruise. Y otra ojeada al pasado: ¿Recuerda alguien quién dirigió la maravilla interpretativa de Cliff Robertson en Charlie? ¿Y olvida alguien que las aportaciones de Kate Hepburn, Robert Morley y Humphrey Bogart a La reina de África son de talla superior a la del director John Huston?

¿Quiere alguien echar una mirada a ver qué hay detrás de la pantalla de What lies benehath, para ver hasta qué punto es hiriente que Michelle Pfeiffer y Harrison Ford (veteranos especialistas en estos menesteres) sacan las castañas del fuego a Robert Zameckis, que no les da ni un soplo de inteligencia desde detrás de la cámara? Échese un vistazo al Holy Smoke de la encumbrada Jane Campion y se verá hasta qué grado del absurdo Kate Winslet y Harvey Keitel sacan a la directora australiana del atolladero en que ella les ha metido. Tiene algo de rizo humillante que las muy escasas bondades del Sade dirigido por Benôit Jacquot sean consideradas obra suya y no de su autor actor, Daniel Auteil. Y otra pudorosa mirada de soslayo al pasado: ¿Hay alguien que crea que alguno de sus directores llevó más allá de donde, en un instante imprevisible de su genial elocuencia, podían llegar impulsados por sí mismos los tentáculos del talento de Anna Magnani, José Isbert, Groucho Marx, Antonio Vico o Totó?

¿Quiénes, después de ser adiestrado por Mario Monicelli, dirigieron realmente a Vittorio Gassman? Caben en los dedos de una mano. El eminente actor fingía que se dejaba dirigir y a otro asunto. Es lo que dijo una vez Anthony Hopkins: "El director debe indicarme cuándo entro en campo y cuándo salgo, y recordarme qué tengo que hacer entre un punto y otro. Pero cómo he de hacerlo es asunto mío". ¿Para qué recordar el nombre del director del Cyrano de Bergerac de Gérard Depardieu (y, de paso, también el de José Ferrer), si al interpretarlo lo creó él y esto cierra el círculo? Hay muchas, a montones, películas mal dirigidas con trallazos de talento interpretativo dentro. He hablado de unas cuantas de ahora y de un par de ecos lejanos. Con tiempo, espacio y lupa se podrían llenar volúmenes con los títulos de esta colección de gatos vestidos de liebre.

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