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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Inmovilidad

La sesión de control que inauguró ayer el nuevo curso parlamentario ofreció dos puntos de innegable interés. Uno de ellos, el estreno como jefe de la oposición en el Congreso de los Diputados del nuevo secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero. Había cierta expectación ante este primer pulso dialéctico entre el presidente del Gobierno y el nuevo líder socialista. Desde que desapareció de la escena parlamentaria Felipe González se ha extendido entre los ciudadanos la impresión de que las filas de la oposición han estado romas en dialéctica. Rodríguez Zapatero debutó con un tono aseado y mostró reflejos que apuntan un cambio sustantivo en la calidad del trabajo parlamentario del PSOE, lo que debería contribuir a elevar el debate político. El segundo punto de interés, aunque sin duda el más relevante por su efecto en la vida cotidiana de los ciudadanos, era conocer los planes del Gobierno de Aznar para hacer frente con garantías al empeoramiento de las condiciones económicas que se está produciendo por la suma del choque petrolero y la caída del euro. En este caso, las conclusiones son poco optimistas. Rodríguez Zapatero acertó al proclamar que ni Aznar ni su equipo económico han planteado una sola respuesta a estos problemas que no sea el inmovilismo más completo. El presidente del Gobierno tampoco aportó ayer ninguna novedad. El Ejecutivo, con Rodrigo Rato en primera línea, parece empeñado en negar o trivializar ese cambio de tendencia y en desoír las advertencias que están lanzando los indicadores más importantes. "La economía española no está sometida a deterioro", sostiene el vicepresidente segundo. Pero, desgraciadamente, algunas cifras empiezan a decir otra cosa, o, cuando menos, los ciudadanos empiezan a notar una pérdida efectiva de renta.

Precisamente ayer se conoció una de ellas, el IPC de agosto. La inflación mensual subió cuatro décimas y la interanual se mantuvo en el 3,6%, el doble que la de Francia o Alemania. Pero lo que peor aspecto tiene del IPC de agosto es el aumento en tres décimas en la tasa anual de la inflación subyacente, hasta el 2,7%, que introduce serias dudas sobre el reparto de culpas que tan alegremente ofrece Rato. Si, según su opinión, el aumento de los precios se debe "al turismo y al petróleo", la escalada de la inflación subyacente demuestra que el efecto cascada de la energía empieza a notarse ya en otros sectores.

Aunque el equipo económico se empeñe en negarlo, la evolución de la inflación en España es un síntoma central de que las expectativas económicas han cambiado a peor. El Gobierno, que no perdió el tiempo en colgarse las medallas de las caídas de la inflación cuando el petróleo se hundió hasta los 10 dólares por barril, carece ahora, cuando de verdad se necesita, de una política económica coherente para enfrentarse a los más de 30 dólares por barril. Hace un año, el petróleo fue ya invocado como el gran culpable cuando estaba a 23 dólares. Desde entonces no se ha hecho nada específico para frenar un mal que ya se barruntaba. Lejos de contrarrestar las tendencias inflacionistas, el Gobierno prefirió impulsar la demanda. Para convencer ahora a los ciudadanos de que a un petróleo más caro hay que responder con menos consumo tiene que empezar por presentar planes creíbles de ahorro energético. Empezando por la propia Administración. Si su única receta es ese consejo a los consumidores, sumado a la petición de que el sector hotelero baje los precios ahora que está acabando la temporada turística, adobado todo ello con el sonsonete de que España "tiene asegurados buenos años de prosperidad", lo que por ahora es sólo un empeoramiento de expectativas puede devenir en algo peor.

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