Don Juan en el laberinto de Távora

Espectáculo irregular

Toros, caballos, cante, cornetas y tambores, saetas, marchas procesionales... Todo está aquí, todo ese mundo abigarrado y racial que parece imprescindible en el teatro de Salvador Távora. Y ahora más que nunca quizá, porque el ruedo de La Maestranza es un escenario impagable para una imaginación tan fuera de toda medida como la suya. Y por si era poco, Don Juan, otro mito español de fácil recurrencia. Con esta baraja en las manos, Távora se ha sentido como el pez en el agua. Pero me temo que en esta ocasión las cosas no le han salido como él hubiera deseado. Demasiados elementos en juego, que tienen que contar con los demás para coordinarse entre sí a la búsqueda de un todo homogéneo y con una cierta coherencia.

En esto es donde encontramos lo menos logrado del empeño de Távora. Parace como si cada partícipe tuviera vida propia a su aire, sin tener demasiado en cuenta a los demás. Con lo que el espectáculo se pierde en una serie de acciones, a algunas de las cuales no encontramos demasiado sentido.

Ese don Juan que en una de sus encarnaciones aparece con zancos, la esencia letal del toro primero, la esencia letal del toro segundo..., son algunas de las partes que quisiera me explicaran de manera que yo las entendiera razonablemente.

Y hay más. Recursos, por ejemplo, que se me antoja Távora los utiliza gratuitamente, sólo para dar paso a una escena necesaria para él; pero recursos injustificables en sí mismos y, desde luego, no brillantes. Echo de menos la formidable visión del espectáculo frecuente en Távora, aunque haya testimonio de ella en esporádicas secuencias.

Espectáculo irregular, en definitiva. Probablemente falto de un serio trabajo de afinación y rodaje, que podría mejorarlo considerablemente. Lo que más juego da son las evoluciones de los espléndidos caballos de alta escuela. Las muertes de los dos toros, uno por el torero Conde y otro por el rejoneador Montes, al estar condicionadas por las incidencias de las lidias correspondientes, que ocupan quizá el cincuenta por ciento del tiempo del espectáculo, distorsionan éste y originan tiempos muertos a priori inevitables.El cante y el baile tienen poca presencia y son convencionales. Lo que más ha motivado el interés estético de Távora es la disposición escenográfica de los distintos elementos, su distribución sobre el albero, sus evoluciones. El público aplaudió generosamente a los actuantes y al autor, quien es, desde luego, a mi juicio, el único capaz de adentrarse con posibilidades de éxito en una empresa tan compleja como ésta.