Una chapuza 'cum laude'
El rector de la Universidad de Alicante, Andrés Pedreño, así como la comunidad académica valenciana en su conjunto, han gozado en todo momento de un amplio y decidido apoyo mediático tantas cuantas veces se ha cuestionado o simplemente rozado la autonomía que legítimamente les ha sido otorgada para el buen gobierno de sus centros docentes. Apoyo singularmente beligerante -y a menudo acrítico, todo hay que decirlo- cuando el acoso ha tenido tintes políticos o intenciones invasivas de competencias reservadas a los claustrales. Se trata de una actitud defensiva plausible que, sin embargo, no debe confundirse con una garantía incondicionada de sostén a cualquier iniciativa.Y este es el caso del ambicioso parque científico Medpark promovido por la citada universidad y de manera especial por el referido rector.Anotemos de entrada que nada hemos de objetar al proyecto en sí, pues ignoramos su contenido, si bien cabe imaginar, al filo de la información divulgada, que se ha concebido con visión de futuro y con la voluntad de abrir nuevos horizontes científicos, sin soslayar la, no por tópica menos cierta, necesidad de aproximar la institución docente a la sociedad que la ampara, comprometiendo a ésta con el buen fin que se postula. Pero dicho esto y subrayando que siempre arrimaremos el hombro a las propuestas innovadoras, debemos agregar que esta suerte de Terra Científica que ha parido el repetido rector se nos antoja un alarde de megalomanía por la vastedad de su propósito como por el modus operandi aplicado.
En este sentido, baste decir que la superficie prevista para establecer este tinglado ocuparía dos millones de metros cuadrados, que se sumarían al casi millón que cubre el campus de la universidad alicantina. Suelo rústico no urbanizable, por el momento, del que ya se han adquirido unos 700.000 metros cuadrados repartidos en parcelas dispersas con una inversión de 1.400 millones de pesetas, procedentes de los recursos de la institución docente. Las dimensiones del solar son sobradamente expresivas del alcance del proyecto que, como puede adivinarse, no ha de limitarse a la ubicación de laboratorios e instalaciones requeridas por la investigación. Más parece el plan de una ciudad alternativa o competitiva con las muy en boga, llamadas de la Luz o del Cine. Acerca de su presupuesto no hemos leído una sola palabra, si bien ha de ser por fuerza gigantesco. Tampoco consta cuáles hayan de ser las fuentes financieras.
Sí consta, en cambio, que esta genial idea mereció el aval del parlamento valenciano, que aprobó en febrero del año pasado una proposición no de ley recomendándolo. Eran los tiempos en que Unión Valenciana ocupaba escaño y por un puñado de votos se apuntaba a un bombardero. Por otra parte, nada había de censurable en echarle una mano a una propuesta de este género.
Lo censurable, o al menos sorprendente, es que sus patrocinadores la acometiesen sin encomendarse a nadie, queremos decir, sin consensuar o negociar previamente con los poderes establecidos la realización de tan ingente obra. Por lo visto, se pretendía sacarla adelante mediante la acreditada fórmula de los hechos consumados, saneando a posteriori los incumplimientos legales. Pero esta desmañada praxis ha chocado con las consejerías de Obras Públicas y de Cultura, además de con una serie de dictámenes que desautorizan el proyecto por falta de competencia de la Universidad. Que entre esos informes figure el del gabinete jurídico de Presidencia es prueba bastante de su pertinencia, pues un jurista como Fernando Raya, su director, está por encima de toda sospecha.
Ahora, encallado el proyecto, por falta de sensatez y valimientos, se le echa el muerto al partido que gobierna la autonomía y, singularmente, a los contenciosos personales que distancian al rector y al Molt Honorable. Lo cual no deja de ser un expediente pueril para tapar una chapuza cum laude.
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