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Un manifiesto del PP

Josep Ramoneda

La unión interparlamentaria del PP -que reúne a los portavoces del partido del Gobierno en las distintas cámaras y parlamentos- se ha reunido en San Millán de la Cogolla para aprobar una declaración sobre la enseñanza de las humanidades. Los gobernantes españoles también se apuntan a la cultura de los abajo firmantes. ¿Para qué?Decir que "la libertad, la equidad, la flexibilidad y la corresponsabilidad" deben ser las líneas maestras del sistema educativo equivale a no decir nada. En los tiempos que corren, todo lo que relacione individuo, flexibilidad y libertad suena bien. Y vale igual para hablar de educación, de desarrollo económico o de políticas de seguridad. Debe de haber miles de documentos por estos mundos que proclaman estos valores u otros parecidos, independientemente de que la realidad cotidiana los contradiga por completo.

Afirmar "la decisiva importancia de las humanidades" para la "formación integral de los ciudadanos" parece una obviedad. Sólo es noticia la necesidad de enfatizar algo tan evidente. Pero un Gobierno cuyo presidente se cartea habitualmente con Pere Gimferrer no puede ser novato en materia de humanidades. Quizá por eso ha sentido necesidad de transmitir la buena nueva al pueblo.

Proclamar que es necesario "asegurar a los alumnos el dominio oral y escrito de la lengua castellana y, en su caso, de la lengua oficial propia de la comunidad autónoma" equivale a constatar el estado catastrófico de nuestra enseñanza. Si las escuelas no enseñan los idiomas del país, ¿qué van a enseñar? Sorprende que después de cuatro años de gobierno el Partido Popular haya llegado a tan rotunda conclusión. Ante tan dramática situación, hacer un manifiesto es más propio de un grupo de venerables y angustiados escritores que de un Gobierno que lo que tendría que estar haciendo es resolver tamaño desastre con hechos y sin dilación.

Esta sarta de buenas intenciones y enunciados difícilmente discutibles a este nivel de generalidad no justifican tanto boato: un lugar simbólico, debidamente escogido, San Martín de la Cogolla; una reunión que simboliza, a través de los responsables del PP en las distintas comunidades autónomas, una cierta idea de España una y varia. Es difícil encontrar en el texto alguna frase que justifique las posibles intenciones políticas. A lo sumo, "la firme voluntad de mantener la vertebración de nuestro sistema educativo" o el empeño en "el estudio de la historia con respeto a los hechos históricos y con la necesaria dimensión cronológica, que ha de incluir el estudio del pasado común de España", que, pese a tan alambicada formulación, es el mensaje que cae de lleno en el debate sobre el estudio de la historia, en particular, y de las humanidades, en general. Dicen que la ministra Pilar del Castillo ha controlado la redacción del manifiesto hasta el último detalle. Habrá sido para descafeinarlo, porque es difícil encontrar una frase que por sí misma pueda ser objeto de polémica. Con lo cual el resultado es que el documento no dice nada. Y que lo único polémico es el hecho en sí.

El Gobierno del PP está metido en una campaña por la unificación básica de la enseñanza en España. Con la seguridad que da la mayoría absoluta, repite que está abierto a toda vía de discusión que pueda conducir al consenso. Y sin embargo, antes de entrar en cualquier diálogo firme se presenta en escena con un manifiesto, con el encargo expreso a sus jefes autonómicos de hacer aprobar documentos parecidos en los distintos parlamentos. Con este gesto, el PP deja claramente sentada su idea del consenso: el que se incorpore será bien recibido y el que discrepe que no pierda el tiempo. El propio Aznar dio la respuesta a todo aquel que crea que hay un diálogo posible: ¿no se ha enterado usted de que desde el 12-M el PP tiene mayoría absoluta?

La oposición y los aliados nacionalistas del PP han cometido la ligereza de posicionarse antes de conocer el manifiesto. Sin embargo, en algo tenían razón: el manifiesto no merecía posicionamiento porque no dice casi nada. Lo único relevante es el acto en sí, sus pompas y sus circunstancias. La pretensión de que el marco de lo que es culturalmente España lo define y establece el partido del Gobierno a través de un manifiesto. Nacionalismo contra nacionalismo: con este tipo de comportamiento o apropiación, el PP no ha hecho otra cosa que lo que critica sistemáticamente a los nacionalistas periféricos, presentarse él -una parte de la representación política española- como el todo.

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En realidad, este repentino interés por el debate sobre las humanidades tiene mucho que ver con las formas posmodernas de política que se llevan ahora. Para contrarrestar la falta de autonomía que los poderes estatales tienen para definir las políticas estructurales -económicas y sociales- se apela a lo simbólico. Que los menguados poderes de autogobierno de las nacionalidades históricas utilicen estos recursos tiene excusa: a falta de poder real, por lo menos mantener viva la llama de lo sagrado. Pero que los gobernantes del poder estatal se sumen a la práctica de las declaraciones solemnes como un gobernante autonómico cualquiera es revelador de su propia fragilidad. Son curiosos estos tiempos en que los gobernantes españoles se comportan como si fueran catalanes.

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