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Tribuna:CRÓNICAS
Tribuna
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Los poetas perplejos

Juan Cruz

José Carlos Mainer cuenta, en el vibrante prólogo que hace de la Obra poética y cuentos, de Luis Feria (Pretextos, con el apoyo del Gobierno de Canarias), algo que dijo una vez la artista francesa afincada en Tenerife Maud Westerdahl sobre aquel extraordinario poeta: "Llega Luis y te feria el día". Luis Feria, una de las voces más singulares de la lírica española de los últimos cincuenta años, era un hombre peculiar y esquivo, pero ingenioso y simpático cuando quería; fue compañero (de trabajo, de vida, de poesía) de gente como Pepe Hierro, Caballero Bonald o Fernando Quiñones, y fue sobre todo, también, un isleño; Domingo Pérez Minik, el crítico y escritor tinerfeño que tanto influyó, con su actitud, en las sucesivas generaciones de intelectuales canarios, describía el largo viaje de Luis Feria fuera de sus islas (y esto también lo registra Mainer) como un "destierro voluntario, que es lo que mejor le va a un hombre de este archipiélago". Se fue, estuvo largo tiempo en Madrid, a veces con las ventanas cerradas para no dejar que se fuera la luz, probablemente, y un día regresó a Santa Cruz de Tenerife, donde murió amanecido el año 1998. Su desaparición, a los 70 años, produjo una verdadera conmoción en las islas y en los círculos peninsulares donde su larga, honda y a veces enigmática y poderosa raigambre poética era reconocida y admirada; resuelto el largo sopor que siempre producen entre los que se quedan las desapariciones de los escritores grandes, en las islas se ha agigantado a los niveles merecidos, y aún merece más, la figura de Feria, que ahora conoce en esta edición de color naranja el homenaje que le hará mucho más conocido entre las nuevas generaciones y entre las generaciones que vendrán. El poeta Carlos Eduardo Pinto, que preparó la edición, resalta en las primeras páginas del volumen algo que es verdad en las islas: esta edición, en efecto, "obedece a un deseo que la sociedad canaria no ha cesado de reclamar" desde la muerte de Feria.Fue escritor conciso; pero la apariencia y la realidad del volumen (cerca de 700 páginas) subrayan que esa autoexigencia que le llevó a romper tanto escondía también una espléndida fecundidad. Irónico y tantas veces cáustico, Feria viaja en su poesía a los orígenes, tanto a la infancia como a lo ignoto, y su lírica procede, como tanta poesía de los cincuenta, generación a la que pertenece, de influencias tan tangibles como la de César Vallejo.

Al tiempo que aparece este volumen que restituye a Feria y lo pone de nuevo entre nosotros, tan vivo, Tusquets publica Hacia otra realidad, de Manuel Padorno, que nació en Tenerife, se crió en Las Palmas, hizo en Madrid con su mujer, Josefina Betancor, una editorial que ahora ya resulta mítica, Taller de Ediciones, y habita ahora en la playa de Las Canteras, de Las Palmas, en una casa que se parece como la arena a la arena, a la poesía que escribe, perplejo, como Feria, de descubrir la existencia como si fuera lo que se ve cuando se apaga la luz. Es un poeta cuya sensualidad está en el amor por las palabras, que se convierten en personajes de sus libros y que brotan como si estuvieran hechas sólo para sus poemas. Fue, cómo no, amigo de Feria, y aglutinó en su torno a un buen número de los poetas del grupo de los 50 que, en su vertiente barcelonesa sobre todo, tan bien ha estudiado Carme Riera. Los editó, los acompañó y escribió con ellos, pero su labor de editor oscureció su larga dedicación poética, que ahora ya sale a la luz, y con qué fuerza.

Como Feria, y como Arturo Maccanti, otro gran poeta canario, forma pues Padorno parte de esa generación del cincuenta, por su tiempo y por sus rasgos poéticos, y también por la vocación cotidiana, minuciosa y entusiasta de su poesía de la autobiografía diaria. La aparición de un libro suyo y otro de Feria al mismo tiempo y en editoriales que no se circunscriben al ámbito insular, y que además intentan cumplir con la labor de antólogos de lo mejor, oficio de todo buen editor de poesía, marcan por fin el necesario inicio de un reconocimiento más universal de la enorme aportación que Canarias ha hecho a la poesía española y, en los últimos tiempos, a esa generación del cincuenta que corre el riesgo de ser un grupo bipolar -Barcelona-Madrid, ida y vuelta- sin ninguna otra consideración periférica.

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