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Extraños genes

ENRIQUE MOCHALES

En el futuro, en ese futuro de ciencia ficción que describen los periódicos, en lugar de concebir a una persona por su nombre y características personales, nos referiremos a ella por su genoma. Los rasgos personales de alguien, antes conceptos abstractos, tenderán a organizarse con letras, como si fueran meras combinaciones químicas de elementos. Así que, en lugar de decir, por ejemplo, que una persona es pesadísima, diremos que tiene un gen B-52 de lo más plasta. Ya no será cuestión de carácter, sino de algo mucho más frío y conciso. La tristeza, por poner otro ejemplo, será algo así como una enfermedad registrada con las letras SNIF en el mapamundi humano, algo despojado de todo su romanticismo, un lamentable error de fabricación. Todo esto, llevado hasta sus últimas consecuencias, tendrá efectos mucho más espectaculares. Un asesino de mujeres gritará tal vez que en su sangre hay un gen que le obliga a matar por celos. Un tirano se justificará diciendo que en su genoma está la letra "D" de dictador. Un verdugo explicará que ningún gen le impide dar muerte a los inocentes. Un pederasta seguramente se escudará en un gen pervertido. Y el que fue violado y asesinado callará en su tumba. ¿Tenía acaso genes de víctima? Tal vez muchos psiquiatras han sospechado alguna vez que la maldad es una enfermedad. ¿Se reducirá en algunos casos concretos a una combinación de genes perfectamente localizada? Si consideramos la maldad patológica como una tendencia psicopática, muchos malvados que llenan las cárceles son enfermos. Una combinación de genes les empujó a delinquir.

Si aplicásemos esta teoría a los que son capaces de matar fríamente, llegaríamos sin duda a la conclusión de que estas criaturas tienen genes que les otorgan poder sobre la vida y la muerte e inmunidad moral, por no hablar de la superioridad sobre sus semejantes. Extraños genes muy distantes, según parece, a los del resto de la población. De estos genes asesinos ha estado lleno el mundo. Genes de laureados conquistadores que dejaron atroces rastros de víctimas. Genes de astutos carniceros y destripadores. Genes de célebres generales, y también de anónimos ejecutores.

Pero, ¿acaso la acción del sangriento carnicero militar se diferencia tanto de la de los heroicos soldados? ¿Acaso el crimen del perverso asesino en serie es tan diferente al del ilustre médico que comenzó a practicar la lobotomía? Dado que no podemos conceder al genoma humano la total y absoluta responsabilidad sobre los errores y horrores de la humanidad, démosle una oportunidad al entorno y a la autodeterminación, incluso, por qué no, al libre albedrío y a la propia inteligencia. Nos servirá el día en que esperemos temblorosos en la consulta nuestros resultados, no vaya a ser que haya alguna cosa horrible en nuestros genes. Yo, lógicamente, no deseo identificarme obligatoriamente por mi oscuro genoma. Los políticos son hombres públicos, así que ya pueden publicar el suyo, si lo desean. Además, en política puede que el genoma se convierta algún día en la excusa principal para los bandos, si no lo es ya. El entorno tal vez pierda su protagonismo a favor de una escenografía química. La psicopatía genética se unirá tal vez en un crisol con las ideas políticas. Un buen cóctel que se llama ideal, que se toma frío o caliente, y que llevamos, según parece, en los genes.

¿Cuál será el fin último de la investigación genética? Quizás algún día los genes se hagan inteligentes. Se supone que un gen está sujeto a la teoría de la evolución, y ahora el hombre intervendrá en su propia evolución. Parece ser que cuando las autoridades quieran identificar a un individuo en concreto, leerán en cuestión de segundos una inmensa combinación de letras contenida en un código de barras. Y tal vez nos quedemos mudos de asombro cuando nos digan que transportamos en nuestro interior el gen del asesino. Ese gen mortífero que quizá sea el causante de las estadísticas macabras, de tantas muertes y de tantos horrores, y que navega por nuestras venas, como un barquito pirata. En ese caso, no debemos preocuparnos por nuestro futuro profesional: seguro que hay trabajo para nosotros en algún lugar del mundo, o a la vuelta de la esquina.

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