Un placer y un negocio
RETRATO ECONÓMICOMANU MARTÍN
En la última década, el mundo del vino ha vivido los mayores cambios de su historia. Desde los métodos de elaboración, pasando por los paladares, hasta su propia consideración social, al pasar de bebida que acompañaba las comidas de diario y de chiquiteros a producto que aporta cierto estatus social y cultural.
Todavía era ayer cuando el sector se estructuraba en dos mundos separados. Por un lado, las grandes bodegas elaboradoras con el poder de sus marcas, y por otro, los viticultores que plantaban viñedo como una agricultura de supervivencia y que vendían sus frutos a aquéllas. Curiosamente, este escenario cambia radicalmente cuando las revistas científicas americanas empiezan a lanzar mensajes sobre los efectos beneficiosos del vino, el tinto en concreto. Este cambio en el concepto del vino como bueno para salud y como componente esencial de la dieta mediterránea trajo la modernidad al sector, sobre todo al área que abarca la Denominación de Origen Rioja. Un mercado en constante crecimiento y unos consumidores ávidos de salud, pero sobre todo con afán de disfrutar, cambiaron la correlación de fuerzas en el sector.
Los pequeños elaboradores que dominaban las técnicas de viticultura dieron el salto a la elaboración y a la crianza de vinos. Su ventaja era indudable, conocían sus frutos y eran capaces de elaborar vinos con personalidad que eran fácilmente identificables por los paladares. Tenían la fortaleza flexible del junco, pero sobre todo supieron encandilar a los gustos. Por su parte, las grandes bodegas siguen vendiendo millones y millones de litros, pero se han quedado atrás en el segmento de los vinos de calidad. Al fin y al cabo el vino, más que una industria, es un trabajo de artesanos. Sorprendentemente, las pequeñas bodegas que cultivan sus propios viñedos a partir de los cuales elaboran sus caldos han desbancando a los grandes que no controlan el proceso totalmente y que aún no han reaccionado ante el poder de la imagen de máxima calidad que percibe el consumidor de los pequeños productores.
La modernidad tiene también mucho que ver con el desembarco de capitales en el sector. Tanto las grandes como las pequeñas bodegas han invertido enormes cantidades de dinero en nuevas instalaciones, en inoxidable, en equipos de frío que aumentan la calidad y en renovar su parque de barricas. Tampoco hay que olvidar que éste no es un mercado para especuladores por la barrera de entrada financiera que supone inmovilizar o envejecer el vino durante 24 meses o más.
El futuro, que es mañana para sector vitivinícola, pasa por ofrecer al mercado productos más sanos y ecológicos, donde los pesticidas y herbicidas y demás productos de síntesis queden desterrados. Recuperar y extender una elaboración con mucho conocimiento, pero sin perder su carácter de artesanía partiendo de chateaus, bodegas que envejecen los mostos que producen sus propios viñedos.
Manu Martín es especialista en vino.
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