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Un paso más allá de las nubes

He leído y oído hace poco, creo que en los días de la feria de los libros, no pocas quejas de escritores, críticos literarios y editores contra la espesa selva de títulos que se publican cada año en España. Me llamó la atención que tantas y tan dispares muestras de agravio contra este deforme exceso, cuyo origen se me escapa, tuvieran, en gentes tan dispares, un revés y un derecho tan brutalmente coincidentes: que en España se editan muchos -hay quien dice que muchísimos y algunos que casi todos- libros innecesarios, que unas veces lo son por la inanidad de lo que contienen y otras porque, aunque contengan algún rasgo de plenitud, ésta queda inutilizada por la pequeñez de las tiradas, que convierte a ese rasgo de plenitud en una plenitud casi clandestina. Es diáfana la cara de esta moneda: que salga a la luz un libro inane, sea grande o sea pequeña su tirada, es obviamente (salvo para quienes obtienen un beneficio de ello) razón de queja, como lo es ver a cualquier forma de nada apoderarse de un hueco que podría llenarse con un algo o algos. Pero la cruz de la moneda no es de luz tan transparente, pues hay paradoja e incluso algo de enigma en que la pequeñez, y a veces la casi clandestinidad, de la tirada de algunos, aunque no muchos, libros esconda precisamente los indicios de su condición necesaria, su sello de libros imprescindibles. Un ejemplo: que la colección de relatos recién editada por Mondadori Más allá de las nubes -obra del cineasta italiano Michelangelo Antonioni y núcleo escrito de su última película, titulada como el libro- tenga como destinatarias muy pocas manos es parte, y no dolorosa sino al contrario, de su buen destino, pues son las suyas páginas fundacionales, sin precedentes y con sabor a radical, a verdadero acto de creación, lo que le cierra las puertas voluminosas del mercado y fatalmente le niega ser objeto de demanda alguna, ya que sólo es creación la de aquello que no existe y obviamente sólo es objeto de demanda lo que ya existe, lo que ya se conoce, lo ya creado.

No existía hasta ella, porque es creación suya, lo que da al conocimiento esta enigmática, y me temo que no de fácil lectura, colección de miradas fílmicas ideadas y escritas por Antonioni. De ahí procede la resistencia de este mínimo libro a dejarse atrapar por un concepto o por un entramado de ellos. Su sustancia se escurre, como una imagen hecha de agua o de anguila, entre los dedos abiertos de la lógica común. Pero salpica gotas de la condición necesaria de este libro el hecho de que una de las inteligencias cinematográficas más diferenciadas de que hay noticia intente en él y, con apasionante frecuencia, logre mediante un levísimo, casi imperceptible, pero exacto y vivo destello de energía expresiva, convertir un esfuerzo interior en un acto exterior, una metáfora verbal en un suceso físico, una idea en una ráfaga de materia expresiva no de página, sino de pantalla.

Antonioni mueve al lector en las aceleraciones de un relato construido en puro presente, en acto, en acción, que discurre a través de veloces arritmias y vaivenes propios de un tiempo que nos sumerge en el movimiento de construcción de una ficción literariamente inefable e inescribible, que en realidad es una serie encadenada de núcleos activados de imágenes, de filmes y, más al fondo, de empujes de construcción de lógica cinematográfica viva intraducible a literatura. Bastan el exacto cine del relato Dos telegramas y la terrible pantalla creada en la página 70, para poder sumergirnos en las cuatro raíces o ficciones o matrices del filme Más allá de las nubes tituladas Este cuerpo de barro, Crónica de un amor que nunca existió, La chica, el crimen y No me busques. No conozco una escritura que, con la nitidez alcanzada por la de este imprescindible libro, filme con palabras, imprimiéndolos en el celuloide mental que se mueve detrás de la mirada del lector, territorios de la ficción remotos para una página e inalcanzables para un libro.

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