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¿Federal?.

Andrés Ortega

¿Europa federal? El término, lo ha vuelto a poner en circulación el ministro alemán de Asuntos Exteriores, Joschka Fisher, con un impacto positivo, aspectos negativos, y dos contradicciones de grueso calibre. El positivo, es que, ahora que está en curso una nueva reforma de la instituciones de la UE, resulta saludable forzar un debate sobre las finalidades de la Unión, aunque ya se empiece a hablar de que las grandes reformas para hacer posible unas instituciones en las que participen 27 o 30 miembros llegarán después, dentro de unos años. Pero siembra confusión, pues no se sabe muy bien qué es esto del federalismo aplicado a Europa. La UE , quizás la aportación más original del siglo XX por parte de Europa a las formas políticas, es un ser extraño. No es, ni previsiblemente será, un Estado, federal o confederal. Pero estos son vocablos anticuados que no corresponden a este mundo, a esta Europa de soberanías superpuestas, compartidas y en redes. Tal es la dificultad de definir lo que la UE es ahora, no digamos ya lo que será en un futuro, que en su famosa sentencia de 1993 sobre el Tratado de Maastricht, el Tribunal Constitucional alemán tuvo que inventar una palabra, Staatenverbund, para definir la UE, tercera vía entre la federación de Estados (Bundesstaat) y la confederación de Estados (Staatenbund). Esta Unión tiene más poderes en algunos campos, y menos en otros, que, por ejemplo, el Gobierno federal en EE UU. Delors habla de ir a una "Federación de Estados nación", pero ante todo es un nuevo pacto institucional, desde la conciencia de que, tal como está la UE, incluso con las reformas que se plantean ahora, no habrá ni ampliación ni profundización.Teóricos del federalismo hay muchos. Uno de ellos, el gran Karl Deutsch, consideraba que, frente a la confederación, un sistema federal debe tener unas instituciones centrales fuertes -desde luego más fuertes que las partes-, en organización, funcionariado, presupuesto y jurisdicción. Nada de esto ocurre, ni ocurrirá en el futuro previsible. Ahí radica una de las contradicciones de la propuesta del alemán: de dinero, no habla. Y no se puede hacer federalismo con un límite presupuestario del 1,27% del PIB total de la UE. Una federación no se puede construir sobre el principio de que uno legisle y otro pague. No puede haber federalismo político sin federalismo fiscal. Segunda contradicción, es que la doctrina de las vanguardias, y de las cooperaciones reforzadas entre los que quieren avanzar en la integración, está reñida con la igualdad que subyace al federalismo. Y al cabo lleva a preguntarse si Francia, por ejemplo, estaría dispuesta a delegar a la UE el botón nuclear o su escaño permanente en el Consejo de Seguridad.

Hasta ahora, la integración europea en vez de debilitar ha reforzado, o al menos salvado, a los Estados que comparten soberanía. Quizás la excepción, relativa, sea el Banco Central Europeo. Probablemente el impacto psicológico del euro físico a partir de 2002 sirva para cambiar las mentalidades, a lo que puede contribuir una Carta de Derechos Fudamentales, si es justiciable y no se queda en mera declaración. Pero difícilmente se llegará a una federación cuando no hay pueblo, demos, europeo que pueda democráticamente delegar la soberanía a un centro. Es, además, difícil compaginar tradiciones políticas y culturas jurídicas tan diferentes.

En los actuales Quince hay siete monarquías, pero ninguno de ellos, ni de las repúblicas, quiere dispensarse de un jefe de Estado. Y cabe indicar que los que llaman a la puerta de la UE, que acaban de recuperar su soberanía nacional tras décadas bajo el yugo soviético, no son precisamente los más integracionistas y sí los que miran con interés hacia EE UU, ¿federador externo de Europa? ¿Federalismo? Habrá que pensar en otra cosa. Lo que no quita para que haya una enorme distancia entre los que quieren conservar la soberanía nacional a toda costa, y los más integracionistas. Nominalismos aparte, a lo que hay que responder es a la pregunta que se hace Delors: "¿Qué queremos hacer juntos?".

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