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Luz lúcida

Querernos raudos e iluminados nos caracteriza. Hasta tal punto que ya lo estamos consiguiendo. Acaso para descubrir que alcanzar tales objetivos es el peor de los fracasos. Porque, si desmedida es la apetencia de más, mucho más, en cualquiera de los campos de la actividad o el esparcimiento, todavía mayor resulta la que demandamos de velocidad, iluminación superflua y no pocas comodidades sin apenas fundamento. Avideces que, al quedar satisfechas, a menudo nos hacen tropezar e incluso nos ciegan. Conviene recordar que poco oculta tanto como los fogonazos del esplendor, sin olvidar que la prisa desestabiliza todo lo que toca. Y lo toca ya casi todo.Este afán de aniquilar al tiempo es algo que no puede alcanzarse sin embadurnarlo todo de ruido. Es más, para satisfacerlo nos entregamos a la búsqueda de lo velocífero, que demanda mucha combustión y no pocas heridas en los paisajes.

El balance del consumo de mucha más energía de la necesaria hunde negras podredumbres en las transparentes bóvedas, que no flotan, sino que lo sostienen todo. Porque se nos olvida que los cimientos de la vida son etéreos y leves. Los aires que tenemos sobre nuestras cabezas resultan infinitamente más básicos que todo lo que pisamos. Desestabilizar la gran placenta del planeta, que es su atmósfera, malforma lo que ésta gesta y la constante criatura del aire es el clima, que es a su vez fundamento de todo lo vital. El resultado de la contaminación es un disminuido físico y psicológico, el más rotundo, ya que tiene la capacidad de que se multipliquen por mil los abortos a ras de suelo. Y me refiero, claro está, a las mil formas que adopta la actual histeria del clima.

Por tanto, querernos todavía más raudos e iluminados está saldándose con una mayor opacidad en la raíz de todo lo viviente. Esto no quiere decir que el buscar liberarnos de fatigas y oscuridades carezca de legítima coherencia, por mucho que el esfuerzo físico y la noche no dejen de cumplir funciones cruciales. Pero ya no podemos ocultar los tremendos daños colaterales que provoca el despilfarro incesante de energía. Porque sabemos que todo lo producido por una sociedad como la nuestra puede conseguirse quemando la mitad de los productos energéticos que en la actualidad.

De ahí que se busquen salidas limpias. Algo que no convierta a las aguas y a los aires en vehículos de mortandad, cuando lo eran de vivacidad. Y no nos faltan las salidas, sino todo lo contrario. Frente a la escasez y la tiranía consumista derivadas del uranio, el carbón o el petróleo, todos con fecha de agotamiento y todos monopolistas, nuestro derredor puede proporcionarnos inagotables, baratas, descentralizadas y transparentes fuentes de energía. Entre otras facetas, porque todas ellas derivan de la portentosa fuente que proviene del Sol. Éste, que escancia diariamente 15.000 veces más energía de la que necesitamos para funcionar todos los seres vivos del planeta y todos los procesos, incluido el ciclo hidrológico y el crecimiento de las plantas.

De ahí que quepa celebrar, prácticamente con entusiasmo, la iniciativa de crear la primera gran central de energía solar fotovoltaica de nuestra historia. En plena Mancha, dentro del término de Villarrubia de los Ojos, ya está delimitado el terreno donde se asentará esa central destinada en una primera fase a la obtención de 20 gigavatios por hora al año. Cuenta ya con el respaldo de la autoridades locales y autonómicas, de las principales ONG ecologistas y con la participación financiera de destacadas instituciones. A los que se han sumado decenas de particulares, ya que, entre otros, este empeño pretende demostrar su viabilidad en el mercado convencional de la energía.

El proyecto, denominado Sol de La Mancha, ya está poniendo algo de lucidez en el sucio sector de la producción de energía.

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