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FÚTBOL La octava Copa de Europa del Madrid

La rara trayectoria del Valencia

El equipo de Cúper acabó lanzado la temporada tras un inicio esquizofrénico

Si en la noche del pasado 20 de febrero alguien se atreve a decir que éste pudiera llegar a ser el subcampeón de Europa, de inmediato le hubiesen puesto la camisa de fuerza. Ese día, el equipo de Héctor Cúper acababa de empatar en Mestalla ante el Madrid (precisamente el Madrid), y el público le había pedido bruscamente al entrenador local que se marchara (el ya famoso "Cúper vete ya"). El grito provino de la sensación que prendió en la grada de que su equipo le había regalado el empate a un Madrid repleto de reservas y de juveniles. Navegaba en esos momentos el Valencia en zona de nadie y la hinchada no le perdonaba al técnico su aspecto gris ni su aparente falta de ambición.El Valencia de Cúper tuvo un arranque esquizofrénico. En la Liga de Campeones ha sido un ciclón desde el primer momento; en la Liga, en cambio, empezó siendo un desastre (sumó un punto en los cinco primeros partidos). Los comienzos fueron terribles para el entrenador argentino: tuvo que sofocar un motín instigado por la máxima estrella, Claudio Piojo López, que utilizó al capitán en el vestuario, Paco Camarasa, para que encendiera la mecha. Estos dos jugadores declararon que se aburrían en los entrenamientos mientras el Valencia no remontaba el vuelo en la Liga: la cabeza del entrenador estaba, pues, en juego. Cúper, entonces, tuvo el apoyo del presidente, Pedro Cortés, entre otras cosas porque costaba un dineral echarlo: se estipuló una indemnización millonaria si se rompía el contrato de dos años que ambos firmaron el pasado verano. Puesto que siguió, Cúper decidió pasar a la acción. Mandó a Camarasa a entrenarse definitivamente en el filial, y castigó al Piojo con seis días en los que no debería ni entrenarse. Estaba el Valencia inmerso en tres competiciones y aquel castigo pareció suicida. El tiempo, sin embargo, la convertió en una decisión muy beneficiosa para el grupo. Después de aquella sanción, el Piojo dejó de aburrirse en los entrenamientos (o al menos nadie lo supo), empezó a comprometerse con el juego del grupo y el Valencia subió como la espuma.

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Después de mucho sufrimiento, de muchos intentos en vano, Cúper logró por fin imprimir su estilo. El Valencia sigue aprovechando las características de sus jugadores (la mayoría muy rápidos) para sacar lustre de un excelente contraataque (más de un tercio de los goles de la Liga se han marcado de ese modo). Pero hay algo más. Este fútbol es más elaborado que el de Ranieri: fundamentalmente porque circula más por las bandas. En este sentido ha sido clave la llegada de Kily González, que convierte el flanco izquierdo en una fuente inagotable de recursos. Eso, y una infinidad de detalles más son los que han convertido al Valencia en finalista de la Liga de Campeones. Entre esos cientos de aparentemente pequeños matices, uno quizá de cierto rango. El día en que se lesionó el centrocampista Milla el pasado marzo en Florencia ante el Fiorentina, Cúper se vio obligado a ubicar de medio centro a Farinós, que no había actuado apenas en esa posición. Pues bien, esta aparente contrariedad (pues Milla sigue siendo a sus 34 años un futbolista muy fiable), resultó una bendición para el Valencia, que a partir de entonces actuó con más profundidad y atrevimiento. El Valencia, desde ese momento, aumentó considerablemente su acierto goleador y se plantó, casi sin darse cuenta, en la Liga de Campeones por primera vez en sus 81 años de historia. Es curioso, pero otra lesión de un hombre vital, la de Gaizka Mendieta en Burdeos ante el Girondins, también sirvió para que entrara en el equipo Angulo, con quien el equipo subió varios peldaños más de profundidad. Hasta tal punto que cuando se recuperó Mendieta, Angulo ya no abandonaría el grupo sino que ascendería de rango, pasaría a la delantera, donde se caería bien Sánchez o bien Ilie.

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