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FÚTBOL La octava Copa de Europa del Madrid

Bendita improvisación

El Madrid demuestra cómo ganar tras varios errores, muchos parches y un poco de suerte

José Sámano

Sostiene Lorenzo Sanz que la gloria o el fracaso no dependen de un partido. Y no le falta un punto de razón. De acuerdo con Sanz, es preciso un escrutinio global de la temporada. Una temporada destemplada, sometida a la improvisación y a la ruleta de la fortuna, cuestiones siempre poco recomendables para cualquier entidad. Como el fútbol es un compendio de ecuaciones indescifrables, con varios errores mayúsculos, muchos parches y un poco de suerte, hasta se puede ganar una Copa de Europa, multiplicar la leyenda y olvidarse de rebobinar lo que ha sido la temporada. Al fin y al cabo, como todo juego de azar, el fútbol ofrece guiños incontestables: el Madrid, con tantas piedras en la mochila a lo largo del curso, es campeonísimo de Europa tras eliminar a los dos últimos finalistas y derrotar al Valencia, el más sólido toda la competición.Lo cierto es que el aterrizaje del Madrid en París ha tenido un aire accidental. Ha sido consecuencia de una concatenación de detalles puntuales: una exhibición de Redondo en Old Trafford, algunos arreones soberbios de Raúl, la chistera de un portero con cara de niño y nervios de acero, el primer gol de cabeza en la errática carrera profesional de Anelka y el recurso obligado a un entrenador interino al que se le negoció de inmediato un sustituto para la siguiente campaña (José Antonio Camacho) y hoy ha sido renovado con el aval de un director deportivo (Pirri) que estuvo a punto de perder sus galones en favor de Jorge Valdano.

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Hasta llegar a la gran final, el Madrid ha ido sorteando baches desde que a Sanz se le derrumbara su proyecto veraniego, con su amigo personal John Toshack a la cabeza. Con el visado del técnico galés llegaron Baljic y Geremi. El primero se lesionó y todavía no ha remontado el vuelo que se le supone. Despedido su padrino, el fogoso y poco sutil futbolista camerunés sólo ha sido un recambio de emergencia. A la lista de Toshack también se sumó Anelka, más por necesidades televisivas y publicitarias que para cubrir una carencia alarmante del equipo.

Con estos mimbres el Madrid arrancó mal la temporada. Y Toshack no tardó en sacar la estaca. Al tiempo que disculpaba a su compatriota Mc Manaman, cargaba contra Bizarri, veía como el ex jugador Miguel Ángel, entrenador de porteros, arremetía contra los métodos del británico. Hierro defendió a Miguel Ángel. Sanz pidió silencio y el míster vomitó días después: "Es más fácil ver un cerdo volando sobre el Bernabéu que yo rectifique". El 17 de noviembre, Sanz miró al cielo del Bernabéu y despachó a su amigo galés.

En medio del gallinero, el remiendo fue Del Bosque, un madridista sigiloso, con años de vocación en las categorías inferiores, que se encontró un vestuario agrietado y a un paso de la cola en la Liga española. Donde antes se necesitaba un látigo, había irrumpido un hombre discreto. "Es el nuevo Molowny", se decía. Es decir, está de paso. Concentrado y a lo suyo, cicatrizó las heridas del vestuario y aupó al equipo en la Liga. En plena ascensión se rebeló Anelka, que colgó el chándal en el armario y se largó a París. Sin látigos por el medio, pero firme, Del Bosque primero castigó al francés y, luego, bajo libertad condicional, puso al chico en órbita.

Fortalecido el vestuario y con el francés con media mueca de sonrisa, el Madrid pegó un arreón en la Liga que le enquistó en los primeros puestos. Sin fútbol, pero con aplomo y un mayor grado de solidaridad, el equipo llegó a poner el título en el punto de mira. Hasta que la Copa de Europa se cruzó en su camino. Pese a los ocho goles con que le zurró el Bayern, Del Bosque fue avanzando en su laboratorio y el experimento funcionó a las mil maravillas frente al Manchester, sin duda, la gran noche del Madrid en la temporada. De forma proporcional a la crecida en Europa, el equipo fue desatendiendo sus labores domésticas. Confiado en la irregularidad del torneo español, el Madrid aplazó sus deberes hasta el final. Demasasiada confianza: encadenó tres derrotas consecutivas en el Bernabéu -Racing, Alavés y Valladolid- terminó quinto, apeado en la Copa y fuera de los puestos de Liga de Campeones. Todo a una carta: París. Pero sostiene Sanz que un partido no mide la gloria o el fracaso. Y no le falta la razón: la gloria maquilla el escrutinio y la derrota acentúa el fracaso. Saint Denis dictó sentencia: bendita improvisación.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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