Liv Ullmann llena de luz y de vida una sombría tragedia escrita por Ingmar Bergman La película de la directora noruega con guión de su ex marido se convierte en gran favorita
ENVIADO ESPECIALInfiel, segunda película de Liv Ullmann e Ingmar Bergman -que antes de dúo profesional fueron matrimonio e hicieron en 1997 la admirable Confesiones privadas-, conmovió ayer las pantallas de La Croisette con un vendaval de elegancia y hondura. Es cine en estado puro, cine adulto, superior, absoluto, en el que se alían y complementan la tinta negra de un genio oscuro de la escritura y la mirada diáfana de una directora que deja atrás su etapa de aprendizaje y entra en la de plenitud. El resultado es una obra de perturbadora belleza y de vigor trágico e inteligencia excepcionales.
"Nada hay más doloroso que el proceso de destrucción de un matrimonio. Lo que ocurre durante ese proceso es tan perturbador que alcanza a las raíces más profundas de la angustia". Quien, nada más comenzar Infiel, augura con estas palabras lo que veremos en dos horas y media como en un abrir y cerrar de ojos, es el propio Ingmar Bergman, a través de su médium, el gran actor Erland Josephson, que ocupa el sillón de su despacho y se mueve en las rutas de sus paseos solitarios por la pequeña isla de Farö, donde vive él solo.El anciano cineasta sueco, que en Confesiones privadas abrió en canal sus amargos recuerdos del matrimonio de sus padres, evoca ahora a su propio gran desastre matrimonial, que fue el primero de sus divorcios, una devastación íntima que compartió con una actriz de teatro llamada Marianne, que ahora, en Infiel, es encarnada, con rasgos añadidos de otras mujeres, por otra actriz de teatro, Lena Endre, que hace una composición perfecta, llena de arrolladora verdad. El viejo Bergman convoca a los fantasmas perdidos y errantes en los laberintos de su memoria de aquel lejano proceso de demolición íntima, y ellos le cuentan qué les pasó, qué infierno acecha a un hombre y una mujer "cuando buscan fundirse el uno en el otro".
Lo que Bergman deduce ahora de su reencuentro con estas fantasmales presencias de la muerte interior, desprendidas como malos pensamientos de su mente, es otro giro, otro recoveco, quizá el más complejo y el más radical de cuantos ha dado, de la misma riada de pesimismo que, desde casi la niñez, acompaña a la vida y más tarde a la obra teatral, literaria y cinematográfica de este gran artista, un coloso superviviente de la médula de este siglo. Y lo que nos cuenta es un asunto de gran calado, una herida abierta dentro de cada hombre o cada mujer, si son sinceros consigo mismos, que arrastra un violento soplo de conocimiento de los ingobernables mecanismos que desencadenan los desacuerdos que se mueven silenciosamente en los hombres y las mujeres por detrás de la boca cerrada de sus pactos íntimos.
El relato es desplegado por Bergman con un majestuoso dominio de lo que narra, a través de largos, bellísimos y exactos monólogos, de los que interiormente se van desgajando poderosos diálogos, choques frontales de gran viveza, prodigios del tú a tú cinematográfico, que poco a poco, con elegante, porque es invisible, graduación y sentido de la mesura, derivan hacia la tragedia, sin que ésta llegue a la pantalla como una intromisión de cálculos de eficacia escénica, sino por simple necesidad, por ser una prolongación natural, no forzada, del conocimiento de las cuestiones mayores de la vida que destila este formidable monumento del cine moderno.
En otoño de 1997, Bergman envió a Liv Ullmann el manuscrito de Infiel. Dos años tardó la cineasta noruega en ordenar y visualizar interiormente, para hacer suya paso a paso la palabra, el complejísimo entramado de personajes, imágenes, ideas, vivencias, situaciones y emociones que el escritor conjuga en su riquísimo relato. Y, asombrosamente, Ullmann extrajo de aquel sombrío monumento de la imaginación pesimista un incontenible chorro de luz, de claridad. Cuenta la cineasta: "Yo amo la vida. Bergman ve las cosas de manera diferente. Su visión es sombría, mientras que la mía es más bien optimista. Bergman es más un observador de la vida que un actor en ella. Pero yo no soy así, yo actúo, yo quiero participar. Pienso que esta combinación de diferentes actitudes y puntos de vista da buenos resultados en el cine".
Efectivamente, da buenos, buenísimos resultados, al menos en esta ocasión. Un monumento del pesimismo es visualizado por la mirada clara de una mujer que ama vivir. La película resultante hace que revienten de vida y de verdad las pantallas. Lo que Infiel cuenta es un golpe de dolor, pero filmado con tanta energía solidaria que reconforta. Y cumple el supremo mandato trágico: crear bienestar representando el malestar, dar libertad mediante la visualización de la opresión.
Babelia
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