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53º FESTIVAL DE CANNES

Sosa comedia de los hermanos Coen y gran filme surreal del cubano Tabío

Irán y China aportan dos filmes de gran belleza y dureza sobre la violencia política

La pizarra es una breve e intensa película iraní, dirigida con austera precisión por la joven Samira Makhmalbaf. Cuenta, con aire metafórico pero inspirada en un suceso verídico, la historia de una matanza genocida en un paso fronterizo de las montañas del Kurdistán. Es una indescriptible, aterradora, escalofriante representación de los estados extremos de la miseria y el padecimiento, ante la que a veces hay que bajar los ojos para no turbar y perturbar la mirada y poder encarar con serenidad la parte que tiene de documento este filme colectivo, interpretado por parias que en cierto modo se interpretan a sí mismos o a las sombras de paisanos suyos muertos, exterminados.También es la historia de un exterminio político el filme chino Demonios, pero, al contrario que el iraní, no breve, pues dura casi tres horas. El exceso innecesario de metraje es el único defecto de esta película, dirigida por un actor llamado Jian Wen, un genio de la interpretación que es también protagonista del filme, donde se cuenta otro asunto de fondo verídico, la aniquilación durante la II Guerra Mundial por el Ejército de Japón de los pobladores de una aldea china que dio cobijo a un soldado japonés desertor. El febril relato no da tregua. Machaca en blanco y negro la retina con un ametrallamiento de imágenes de ferocidad y sarcasmo sobrecogedores.

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El buen cine se alargó ayer a la sección paralela Una Cierta Mirada, donde se estrenó Lista de espera, magnífica película cubana escrita y dirigida por Juan Carlos Tabío, conocido en España por sus colaboraciones con Tomás Gutiérrez Alea en las dos películas testamentarias de éste, Fresa y chocolate y Guantanamera, donde Tabío, aunque puso mucho de sí mismo, se mantuvo escondido detrás del nombre de su maestro. Pero en Lista de espera emergen plenamente identificados el talento y la singularidad de este cineasta, forjado a la sombra del gran Alea, pero dueño de un estilo perfectamente diferenciado del de aquél, aunque uno y otro sean deudores permanentes de Luis Buñuel, cuya película El ángel exterminador nos da algunas claves de entendimiento formado para Lista de espera.

Los hermanos Coen son los niños mimados americanos de este festival. Es la quinta vez que traen a Cannes una película suya y la cuarta con que participan en la competición oficial. Con Barton Fink se llevaron la Palma de Oro en 1991; con esta misma película y con Fargo, en 1996, ganaron el premio a la mejor dirección; y John Turturro, que también actúa en O brother, ganó el premio al mejor actor por su revelación en Barton Fink. Pero esta vez es presumible que vuelvan a California con las manos vacías, aunque George Clooney hace en su película una preciosa y brillante interpretación en clave de parodia de Clark Gable, que puede hacerle aspirante al premio al mejor actor, aunque no le llegue a la altura del zapato al genial histrión chino Jian Wen. Las cosas son así de feas en los juegos del toma y daca de algunos jurados sin escrúpulos o sin criterio.

O brother despierta una sonrisa agradecida, y mientras se ven se perdonan sus imprecisiones, que son abundantes, sobre todo en el ritmo interior, que está mal medido y disgrega a los tres personajes -Clooney, Turturro y Tim Blake Nelson- que forman el eje triangular de la road movie enloquecida que quiere ser y no es la película. Le falta sensación de itinerario, de recorrido, de distancia. Y le sobran varias escenas intrusas, que chirrían por su inoportunidad y porque rompen el hilo del continuo narrativo secuencial con un pedazo de otra película completamente ajena a ésta.

Los Coen han querido meter demasiadas ideas, demasiadas canciones, demasiados guiños, demasiados homenajes, por lo que se produce en el filme un efecto de lata de sardinas, compresión o atasco mortal para el desencadenamiento y el desarrollo que necesitan los gags visuales, que al no encontrar su punto de agilidad y su tempo adecuado, pierden la mágica eficacia de la carcajada colectiva inmediata y crean una insalvable, casi penosa, sensación de sosería.

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