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L'Horta

Lo chocante del dictamen que aprobó el lunes el CVC sobre el estado y futuro de L'Horta de València es su apelación a que se cumpla la batería legislativa local, autonómica y estatal que protege al medio natural; que, de entrada, esté vigente la ley, pues el problema con que se encuentra el hinterland de cultura agrícola que rodea a la ciudad es precisamente que vive en un "territorio libre de derecho" -expresión que el profesor Martínez Sospedra aplica a cierto lugar muy conocido y que no viene al caso ahora explicitar-, libre de derecho, alejado de la vigencia del Derecho, y no paraíso del derecho, como equivocadamente pudiera sospecharse.El CVC, en realidad, lo que pide es un estado de excepción invertido, no la suspensión temporal y precautoria de determinadas normas que apoyan la voracidad de los agentes agresores (presión urbanística, política y social sobre culturas tradicionales), sino la simple aplicación de la legislación como acto de obligado cumplimiento, como shock a cuyas expensas se tomarán después las decisiones mediante pactos multilaterales (ellos lo llaman pacto social) que conduzcan a la conservación sin histerismos y a los equilibrios sin trampas.

Resulta ilustrativo, además, que el dictamen se pida y se emita en un momento álgido de expansión y dominio del Leviatán urbano, cuando accesos y zona de reserva para el Puerto de Valencia, bypass y circunvalaciones, el inminente AVE o el nuevo bosque asfáltico que crece al regazo de la Ciutat de les Ciències despliegan la verdadera faz de un modelo de ciudad que se proyectó en el tardo-franquismo, no fue corregido con la debida energía por los primeros gobiernos de la izquierda urbana, y se regaló casi virgen a una derecha cuya práctica consiste en maximizar el beneficio especulativo privado cargando los costes a los débiles.

Porque la solución del Plan Sur, aquel otro desideratum posterior de rodear la ciudad de accesos y desviaciones para el nuevo Rey León del embrollo urbano que es el automóvil, y la falta de una verdadera ordenación territorial del desmesurado crecimiento que la ciudad ha tenido desde los años 60 hasta la actualidad tuvieron siempre a la huerta como cómodo rehén, habida cuenta que los precios de expropiación del suelo para obra pública fueron barridos por el precio especulativo del suelo destinado a la edificación privada.

A mí, que llegué a finales de los 60 a la ciudad; que participé modestamente en el primer movimiento de alarma contra la apropiación de El Saler por intereses privados alentados por el último Ayuntamiento franquista -que organizó Josep V. Marqués-; que conocí intactos una buena parte de los caminos que salían de la ciudad hacia sus huertas y alquerías; y que bebí agua sin clorar en acequias milenarias, este réquiem que se entona por el alma de la huerta me advierte de nuevo de la estrategia de guetización de lo tradicional a manos de la mala conciencia de la modernidad: Lo hemos hecho con la naturaleza, seleccionando reservas a proteger como a modo de vestigio de lo que fue. Lo hicimos con la lengua propia, que consiguió normativización, escuela, dictamen y leyes cuando el castellano la había barrido socialmente de aquí y de allá. Y lo hacemos ahora con L'Horta, tarde, vencidos y políticamente exhaustos frente a la urbe.

Mi ancestro rural y agrario se revuelve con rabia contra la cruel lógica del Leviatán urbano y siento afligida ternura ante el responso del CVC.

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