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LA DISPUTA SOBRE ELIÁN

Castro usa el caso del 'niño balsero' para cohesionar a los cubanos

La temprana imagen del niño balsero Elián González abrazado a la bandera norteamericana, profusamente divulgada en Cuba, disgustó a sectores contrarios al régimen del Fidel Castro, pues aunque sueñan con su derrocamiento no comparten el menoscabo de la nacionalidad isleña transmitido por aquel abanderamiento de Miami. La revolución castrista aprovecha la disputa por el pequeño náufrago para sumar beneficios políticos y hacer política interna. Jóvenes ajenos al alzamiento de 1959, a la épica de Sierra Maestra, se implican ahora en política, participan de "un hecho revolucionario" contemporáneo y claman contra el imperialismo yanqui."¡Qué brutos, no saben lo que han hecho, nos han unido para siempre", reaccionó el poeta católico Cintio Vitier. La sociedad cubana dista de haberse unido para siempre, y conviven en su seno revolucionarios convencidos, revolucionarios que simulan serlo, contrarrevolucionarios, y cubanos que guardan cola frente a la Sección de Intereses de Estados Unidos, o la embajada española, para obtener visados de entrada. La mayoría, sin embargo, agota sus energías luchando a brazo partido contra las penurias domésticas, pero es receptiva al drama de los González, la nueva divisa revolucionaria. "A mí me gusta el capitalismo y no esto que tenemos, pero hay que reconocer que Fidel tiene cojones para enfrentarse a Estados Unidos", piropea Dámaso, de 35 años, de profesión sus chapuzas.

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Propaganda sin tregua

El bardo Vitier acierta cuando destaca que el grueso de los compatriotas del niño rescatado en aguas del estrecho de La Florida apoya su repatriación y las reclamaciones del Gobierno, y la causa ganó adeptos pese a la fatiga y el desinterés causados por una propaganda sin tregua. El criterio más generalizado es que el padre debió haber viajado mucho antes a Estados Unidos. "¿Por qué no lo hizo antes?", se preguntan muchos. El riesgo a que se quedara, a que aceptara ofertas multimillonarias y propinase un golpe demoledor al régimen, es una de las respuestas. "No se sabe qué le pudieron prometer al padre", destacó Susan Eckstein, profesora de sociología de la Universidad de Boston. No parece aventurado afirmar que si Juan Miguel González consideró alguna vez irse a Estados Unidos, ahora se siente comprometido con Castro, con su numerosa familia en Cuba y con los millones que hicieron de su hijo un héroe. Miembro del Partido Comunista, de 31 años, trabaja en el sector turístico de Varadero, tiene acceso a dólares y vive mucho más cómodamente que otros.

"En la cuadra (barrio) tendremos fiestecita. Aquí Elián se va a curar rápido", declaraba en Cárdenas, ciudad natal del náufrago, Giralda Diaz Miliam, de 79 años, 27 nietos y 24 tataranietos. Desde el comienzo de la crisis, la militancia castrista recuperó munición política, reactivó fervores revolucionarios desgastados y delegó en las juventudes del Partido Comunista de Cuba (PCC) la dirección de una movilización que no ha escatimado gastos y pretende abarcar a todos los sectores sociales. "Fíjate que en las tribunas, aparte de Fidel, no han intervenido dirigentes de la revolución, sino cuadros de las juventudes, de periodismo o intelectuales", comenta un diplomático.

Por primera vez en 41 años, Washington y La Habana coinciden en algo, en su oposición a la Fundación Cubano Americana, al exilio más radical de Florida. La coincidencia, coyuntural de momento, permite aquí abrigar esperanzas sobre negociaciones más ambiciosas, entre ellas las referidas a la Ley Torricelli, cuyo objetivo es fomentar los contactos y viajes para socavar la revolución desde centro, y la Ley de Ajuste Cubano, aprobada por el Congreso Norteamericano en 1966. Esta última facilita la concesión de la residencia en EEUU a aquellos cubanos que logren pisar su suelo. La Habana considera que contraviene los acuerdos migratorios bilaterales de 1994 y de 1995, destinados a ordenar legalmente los flujos migratorios. Mientras, el anticastrismo y sus aliados en el Congreso, que durante años han mantenido el embargo a Cuba, encuentran dificultades para reforzarlo.

La Habana, además, se congratula de que los principales medios de comunicación norteamericanos, especialmente The New York Times, hayan defendido la entrega del niño a su padre, critiquen el extremismo de Miami y difundan encuestas en las que la comunidad anglohispana y negra secunda sus criterios. Por primera vez, los once millones de cubanos han podido observar en directo una imagen poco edificante de las manifestaciones del exilio, a compatriotas que ambicionan el liderazgo de una eventual transición en la isla. Y la prolongada espera de Juan Miguel González en Washington tiene también sus efectos. La prensa oficial proclama que si de derechos humanos se trata, los del padre han sido vulnerados desde el principio, y no escatima espacios para acentuar el griterío y las divisiones anticastristas, el choque de "la mafia cubano-americana" con el gabinete de Bill Clinton. "Si esto se jode, la gente ve que lo que viene es eso y no creo que le guste mucho", opina una fuente oficial.

Otra de las consecuencias inmediatas del proceso, astutamente dirigido por Fidel Castro las 24 horas del día desde el pasado 5 de diciembre, es que las actividades de la disidencia han pasado a segundo plano. Sus portavoces vivieron su mejor momento durante la Cumbre Iberoamericana de noviembre, después de haber sido recibidos por presidentes o ministros extranjeros, pero ahora aguardan acontecimientos, convencidos de que un pronunciamiento en contra del Gobierno tendría efectos negativos. "La mayoría de las agrupaciones disidentes están de acuerdo en el regreso junto a su padre y abuelos", declaró Elizardo Sánchez Santacruz, dirigente de uno de los grupos disidentes. En su opinión, la disputa se hubiera evitado de existir relaciones normales entre Cuba y EEUU.

La jerarquía católica de La Habana y Miami, cada una de ellas acompañada por moderados y ultras, ha sostenido frecuentes contactos sobre el caso, y discretamente, sin mucho ruido, defienden que el balserito sea devuelto a su padre. "A Jaime lo han tratado como un trapo en Miami, y aquí le acusan de no haber pronunciado con diligencia a favor del regreso del niño", señala una fuente eclesial. El silencio del Vaticano, después de haberse manifestado partidario del ex dictador chileno Augusto Pinochet, molestó al Gobierno de Castro, cuyas relaciones con la curia han sufrido una retroceso desde la visita del Papa a Cuba hace dos años.

El abogado de Clinton

Los aspectos de la crisis son muchos. El abogado norteamericano del padre, Gregory Graig, es otro elemento importante. No es gratuito que quien fuera defensor del presidente Bill Clinton en el caso Lewinsky sea ahora asesor de Cuba. Viajó el pasado 5 de julio a la capital cubana para comunicar que el viaje de Juan Miguel González a EEUU era imprescindible para continuar con su defensa. Se entrevistó, entre otros, con Castro, con el vicario general de La Habana, Carlos Manuel de Céspedes, y con González; intercambió impresiones y mensajes sobre política y sobre la guerra fría entre Cuba y Estados Unidos, y aceptó definitivamente el caso. "Habló mucho con el padre y la causa le pareció ética", comenta un funcionario. Independientemente del tiempo que lleve la conclusión de un caso politizado por ambas partes, la causa le pareció ganada a Fidel Castro desde el comienzo.

¿Quién no está de acuerdo en el mundo en que si un niño pierde a su madre, recupere al menos a su padre? Consciente de que muy pocos, el líder cubano encabezó una campaña de agitación nacionalista como no se conocía hace décadas, apeló al patriotismo y los sentimientos e introdujo una cuña sin precedentes entre el exilio y el Gobierno de Washington cuyas consecuencias están todavía por verse.

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