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Basura

La basura brilla cuando sale el sol, dice Goethe, pero no podemos estar muy seguros de a qué se refiere exactamente, porque basura es una palabra demasiado grande, en la que, tarde o temprano, acaban por estar incluidas casi todas las cosas y a la que, para empezar, le pertenecen las latas oxidadas y los zapatos viejos, las flores cortadas y las botellas rotas, los tubos vacíos, las sobras de comida y algunos animales muertos, pero también algunas palabras, algunos actos y, desde luego, algunas personas. La basura es la parte de atrás de nuestras vidas, su lado oscuro y un poco vergonzoso, y por lo general la intentamos destruir, esconderla, irnos lo más lejos posible de nuestros desperdicios, donde no llegue la marea anárquica y negra que forman esos restos odiados por el aire, como llama a los peces de los mercados, en uno de sus poemas, el escritor falangista Agustín de Foxá.Sin embargo, es bastante habitual que aparezcan en las ciudades hombres opuestos a todos los demás; como Enrique Pastrana, el dueño de un piso de la calle Divino Vallés, en el que lleva 12 años acumulando toneladas de basura que coge por la calle y que desespera a sus vecinos, a las otras veintinueve familias del bloque en el que malvive. ¿Qué busca en la basura la gente como Enrique Pastrana, por qué ese hombre abarrota los cuarenta metros cuadrados de su casa de desechos y duerme junto a ellos cada noche, como Jonás en el vientre de una ballena inmunda? Mirando la foto que ayer publicó el periódico, no podemos sacar muchas conclusiones: se ven una botella de whisky, un molde para pasteles, una panera, una canasta, impresos, ropa, cubos, plásticos, bolsas. ¿Qué significará para Enrique todo eso? ¿Qué perturbación transforma ese desastre en un tesoro? Paraísos y ciénagas duermen en el corazón de los muertos, dice el premio Nobel italiano Salvatore Quasimodo. Podríamos pensar que Enrique es una especie de muerto viviente, pero no somos capaces de adivinar qué parte de su vida puede ser un paraíso.

Los que sí pueden tener una visión muy aproximada del infierno son sus vecinos, que sufren la locura del pobre Enrique a diario, una locura con olor a cadáver y forma de cucaracha que trepa por sus muros, se mete en sus salones y sus dormitorios, abrasa lentamente el oxígeno que respiran. Nadie les da una solución, aunque les presten ayuda, aunque los empleados del Ayuntamiento limpien a veces la casa, la desinfecten y saquen, según dicen, hasta siete camiones de basura de ese espacio corrompido. Pero todo eso es inútil, porque Enrique Pastrana reconstruye muy pronto su espantoso tesoro, y me pregunto cómo es posible que las autoridades no lo acepten y le den otra solución más eficaz a cuestiones de esta naturaleza, cómo es posible que permitan injusticias de este tamaño. Me apuesto lo que sea a que los vecinos de Enrique Pastrana se preguntan cada día para qué valen las residencias de ancianos de la Comunidad de Madrid y para qué vale el dinero de sus impuestos.

Da lástima esa gente y también la da su verdugo, ese ser indescifrable llamado Enrique Pastrana, que es un nombre de torero o mal pintor, y que se parece al personaje de otros versos de Agustín de Foxá, aquel diplomático, escritor menor y miembro de la RAE que se hizo famoso con una obra de teatro llamada Cui-Ping-Sing y con la novela Madrid, de corte a checa, y que escribió este poema tan adecuadamente llamado Lo triste en el que alguien dice: "Yo soy como un ahogado perdido en una playa, / alcoba donde llaman con timbre de madera; / como ese funcionario que nunca vio la costa, / como la lluvia triste cayendo en un colegio. // Aumentan mis tristezas los patios interiores; el cromo, de oso y nieve, del comedor humilde; / la bota vieja, abierta en el solar sin vallas, / la tarde de sardinas la tarde del domingo. // Hay playas donde lucha el mar de mala gana / y torres que se hastían de ver el horizonte, / dominós amarillos en cafés provincianos / y tiendas de paraguas que visten a los muertos. // Yo sé que me han odiado las plantas de las ruinas, / que al día de mi muerte lo adornan en el cielo, / que una noche mi sombra se meterá en mi cama / y, vacía de entrañas, me rasgará los ojos. // Sé que un mundo de huesos y metales me cerca, / que hay duros animales mordiéndome las manos, / que tiraré un pitillo en la acera escupida / y una rueda cualquiera lo apagará en la lluvia". Por algún motivo, estoy seguro de que el hombre que habla en este poema y Enrique Pastrana son la misma persona.

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