Exclusiones y acusaciones MIGUEL GARCÍA-POSADA
En un reciente diccionario sobre la cultura homosexual, gay y lésbica, se acusa a un crítico, que ha dedicado treinta años de su vida a estudiar la obra de Federico García Lorca, de ser una especie de adalid en la lucha contra el reconocimiento de la homosexualidad en la literatura. La injusticia es manifiesta y recusable, pero es preferible orillar el asunto y centrarnos en lo que verdaderamente importa: la atención a los valores literarios en cualquier clase de contexto, heterosexual u homoerótico. No es indiferente la presencia de uno o de otro, porque condicionan la significación del texto, pero habrá que primar en cualquier caso no sólo la verdad existencial sino también la calidad estética, que no es ninguna coartada escapista ni reduccionista.Esa calidad no depende -conviene subrayarlo- de la orientación erótica del discurso, sino de su capacidad imaginativa y verbal para alcanzar los niveles estéticos adecuados. Lo que no se puede es desenfocar la cuestión e iluminar lo secundario. Ejemplo sumo, el Quijote. Todavía no se ha aportado un solo dato serio sobre el homoerotismo de la novela, pese a cuanto se ha querido argumentar. Y lo que sabemos de la vida de Cervantes es tan poco que nada autoriza a barajar especulaciones salvo que no estemos haciendo crítica literaria sino otra cosa: cruzadas, empresas de reivindicación y algunas tareas semejantes. Cervantes visto de cierta manera sería, para algunos, más Cervantes.
Un filón presenta la obra de san Juan de la Cruz (la identificación profunda con la Esposa, la pasividad de ella, las alusiones a la unión amorosa en términos inequívocos: "rompe la tela deste dulce encuentro") y, sin embargo, el diccionario de marras resbala sobre la cuestión, y queda muy rezagado en lo que se sabe hoy sobre determinadas figuras de la generación del 27, además de ser mudo sobre ciertos autores centrales de la poesía de posguerra.
Hace algún tiempo, un editor propuso al autor de estas líneas preparar una antología de poesía gay española. Pero decliné la propuesta que amablemente se me hacía porque no se trata de establecer guetos ni de dividir hormonalmente la literatura, como le señalé al editor, persona inteligente que entendió perfectamente mi posición ante el asunto. Si la poesía es amorosa, el color de ese amor es accidental; lo que verdaderamente importa es "el Amor que reparte coronas de alegría", como dijo García Lorca en un poema tan arquetípico como la Oda a Walt Whitman. A los efectos es indiferente un texto de Lorca o de Miguel Hernández, de Neruda o de Luis Cernuda. A propósito de este último, cabe citar aquí aquella anécdota que le ocurrió durante el proceso de producción de los Poemas para un cuerpo, que se publicaron en Málaga, en 1957. El dibujante quiso dejar muy claro lo que ya en el texto estaba clarísimo, tanto que Cernuda, a la vista de algunos dibujos de sesgo inequívoco, se vio obligado a comentar "lo obsesionado que está ese señor con las braguetas". Cernuda dixit, no ningún crítico presuntamente mojigato.
La obsesión (u obsexión, en el chiste fácil) es lo único recusable en todo este asunto. Porque hay que acercarse al texto literario sin anteojeras, con limpieza de miras. En una palabra, sin sectarismos, sean éstos del color que sean, que a los efectos de lectura los colores son indiferentes. No es tarea fácil: la literatura vive y se alimenta también de las implicaciones existenciales. La literatura es mucho más útil, existencialmente útil, de lo que a veces se cree. Pero nada de esto debe exonerar de la aproximación lo más desprejuiciada posible al poema, la novela o el drama.
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